Kris DurdenDecía que estaba bien, pero la miraba andar de un lado para otro sin expresión. En sus facciones no había tristeza, como todos habrían esperado, sino algo mucho peor; el vacío.

Yo mejor que nadie sabía que un humano sin propósito es tan inestable e impredecible como el plutonio que el Doctor Emmet Brown le robó a los libios. Así que aproveché aquellos momentos donde ella fingía normalidad para elaborar preguntas sutiles que me llevaran a saber qué es lo que la podía hacer feliz, pero la realidad es que las respuestas que recibía eran tan genéricas que estaba convencido que nada de ello me llevaría a verla con una sonrisa auténtica en el rostro.

60 días después de el evento y a días de mi cumpleaños, le pregunté a manera de juego que qué me iba a regalar y me contestó que no lo había pensado, pero que le pidiera lo que yo quisiera, porque ella ya sabía exactamente lo que quería para su cumpleaños (poco menos de 30 días después). Realmente me sorprendió, pues nunca ha sido de expresar deseos por poseer algo, así que presté mucha atención.

–Un hurón

–¡¿Qué?!

–Sí, es que… –Comenzó a decir con una sonrisa que tenía tiempo que no veía –, he estado viendo fotos en Pinterest y se ven súper bonitos.

Lo entendí al instante. Una parte importante de nosotros se había ido para siempre, y no quería sustituirlo, de hecho, sabía que no podría hacerlo jamás, pero esa era una gran oportunidad para ocuparnos, sin importar qué tan bien o mal salieran las cosas, sería hacer algo que eventualmente la haría sonreír de nuevo.

Reí nervioso para ocultar lo que planeaba.

–Sí mi amor ­–Añadí de manera sarcástica. Ella hizo boquita de pato (se puso trompuda) y la abracé y llené de besos. Insistió mostrándome algunas imágenes, pero le di largas con una respuesta.

Los días transcurrieron y me emocionó bastante ver que ella seguía insistiendo en el tema. Nunca le dije que sí o que no se lo regalaría.

Llegó Navidad y con ella los respectivos regalos, y aunque había insistido en que le regalara el hurón de navidad, éste no estaba entre dichos presentes. Me emocionó mucho ver que lo esperaba con muchas ansias.

A días de su cumpleaños pasamos por una tienda de tenis que frecuentamos y le compré un par. Antes de salir de la tienda vio otros que le gustaron y pensando que no siempre le gustan unos, decidí comprarle los dos. Al salir de la tienda le dije que ese era su regalo de cumpleaños. Su rostro entristeció un poco, pero era justo lo que quería, darle una gran sorpresa.

La mañana del 31 de diciembre, me despertó angustiada.

–Hay un perrito en la calle.

–¿Qué? –Dije casi entre sueños.

–Hace un buen de frío y no podemos dejarlo ahí. Está temblando. Acompáñame.

Hice caso, porque generalmente me pide mi opinión, pero esa vez estaba empeñada en hacer hacerlo y lo menos que podía hacer era respaldarla.

Era un trapeador viviente. A pesar de todo el pelo, se notaba temblar debajo de él. Le llevó un sobre de comida para perro y se lo dio poco a poco. Cuando ya se había ganado su confianza, lo cargó y se lo llevó a casa.

Después de bañarlo y raparlo resultó ser una perrita. La perrita más agradecida que he conocido. Dijo que le conseguiría un hogar, pero desde el comienzo supe que se sabotearía a si misma para terminar por quedarse con ella. Así fue.

Estábamos a un día del gran día, con una nueva inquilina en casa y realmente no sabía si podríamos con la responsabilidad de dos mascotas.

–Ya ves, y querías un hurón… –Dije esperando que dijera algo como «Aún lo quiero», pero…

–Ya no lo quiero –Dijo entre triste y resentida.

–¡¿Qué?! –Realmente me sorprendió–.

–Ya no lo quiero porque ya me regalaste mis tenis.

–¡No! Nada de ya no lo quiero. Tu hurón está por llegar y no puedes salir con que ya no lo quieres.

No pude evitar decírselo como ella no pudo evitar una sonrisa de oreja a oreja cuando se lo dije. Sus ojos se abrieron enormes.

–¿Cómo que ya viene en camino?

–Pues sí… Lo haz estado pidiendo por más de un mes, ¿cómo crees que no te lo iba a regalar?

–Pero…

Titubeo bastante he hizo muchas preguntas que no respondí hasta que el hurón llegó.

Ella le compró una jaula enorme (de 5 pisos), trastes, hamacas, comida y muchas cositas más. Yo le compré la transportadora y en ella lo llevé a casa.

Desde que lo miró lo amó.

Han pasado unas 4 semanas de eso y hoy el hurón es el terror de nuestra habitación. ¡Es tremendo! No podemos andar descalzos, porque nos muerde los dedos. Tenemos las manos repletas de heridas porque nos ha mordido muy fuerte. Por las noches lo cerramos la puerta de la habitación y lo dejamos andar por todo el cuarto, hace poco aprendió a escalar por la cama y ahora no hay lugar donde podamos estar protegidos de él, pero cada mordida ha valido la pena, porque hoy la veo sonreír como una niña.

No paramos de hacer chistes de nuestros dos nuevos inquilinos, que son todos unos gángsters.

Poco a poco el hurón está aprendiendo a no morder (duro), a hacer sus necesidades en su cajita de arena y hasta se mete solito a su jaula a dormir en la camita que ella le confeccionó. Verla tan entretenida preparándole sus cosas me hace tan feliz.

Vernos batallar con estos animalitos me hace pensar que así es la vida. Siempre cuesta trabajo al principio, pero si insistes lo suficiente puedes lograr cualquier cosa que te propongas, sobre todo si para ello has encontrado a la persona perfecta.

Las personas necesitan un propósito que tenga significado, Esa es nuestra razón de vivir. Con un propósito compartido, somos capaces de conseguir cualquier cosa.

Frases de Warren Bennis