Extracto de nota – 23 de Marzo de 2011
Secuestradores son ajusticiados por vengador anónimo.
Autoridades federales pusieron en custodia una casa de seguridad de la delegación Cuauhtémoc, en la cual fueron perpetrados diversos actos delictivos; desde secuestros, torturas y violaciones, hasta el almacenamiento de drogas y armas de fuego. Todo comenzó con una llamada anónima de uno de los vecinos, quien dijo llevar dos días escuchando a alguien pateando el zaguán día y noche. Cuando las autoridades llegaron y entraron en el domicilio, se encontraron con una persona tirada en el patio, en estado avanzado de desnutrición, amordazada y amagada. Además de estar cubierta en su totalidad de sangre seca. Dentro de la casa había tres personas degolladas, que más adelante se fueron identificados como los secuestradores, e irónicamente, todos con signos de haber sido víctimas de robo de órganos.
El único testigo afirma haber estado vendado y amordazado cuando el siniestro aconteció.
“Por la noche uno de ellos me alimentaba con algo que sabía a puré de papa podrido. Escuché como uno de los secuestradores había subido a fumar y orinar y no tardó mucho en bajar corriendo y diciendo que había visto a alguien allá arriba. Al principio pensé que se trataba de la policía haciendo una redada, pero todo se tornó irracional cuando dijo que primero era un tecolote y después de persona. Creí que los otros lo tomarían a broma, pero el silencio se apoderó del lugar. El que estaba cerca de mí se levantó y dio unos pasos hacia los demás. Nunca los escuché subir o bajar las escaleras, ni tampoco salir de la casa. Esa fue la última vez que los oí”
Aparentemente el testigo permaneció en su posición otras 8 horas, con miedo de que regresaran y al encontrarlo vagando, lo torturarían o mutilarían, pero al final se decidió salir. Resbaló una vez en la sala con un líquido espeso el cual resultó ser sangre y al final logró llegar al zaguán, donde una vecina escuchó sus constantes pateos. Debido a la naturaleza de los hechos, la policía sospecha de una venganza por parte de algún cartel…
***
Pasaba sus manos por los grasos cabellos que se empeñaba en conservar a pesar de sus prominentes entradas y su ridícula calva. Ese ademán era un reflejo de la impotencia que sentía al ver los azulados monitores y no poder descubrir cómo era que el sujeto con el caso de sobrepeso más severo que había visto en su vida, ganaba en cada apuesta que realizaba. El casino estaba perdiendo y para el gerente no había otro culpable que el jefe de seguridad, y ese era él. Pidió por el radio que sus dos hombres de confianza se reportaran a la sala de video, pero habían pedido el día para salir a pedir dulces con sus hijos, después de todo, era el último día de muertos, según los mayas. Llegaron otros dos en su lugar y luego se encaminaron hacia el maldito afortunado.
***
365 días antes de que se encontrara sentado en un costoso banquillo forrado con la más fina piel de cerdo y desfalcando a uno de los casinos más exclusivos de la ciudad de México, Eddy se encontraba sentado frente al televisor más costoso que su miserable sueldo como encargado del último turno de una tienda de comida rápida, le permitía (eso era un televisor muy barato). El partido de futbol ya lo había matado de aburrimiento y cambiaba de canal como si no hubiera mañana. Iba por la segunda ronda de buffalo hell wings que por supuesto no había comprado, sino que había traído de su trabajo, y estaba dando el último sorbo a su última cerveza guatemalteca cuando el televisor se detuvo en un canal religioso en el que un sujeto de traje barato, pero decente le pedía a sus seguidores que se arrepintieran de sus pecados, pues el señor era generoso con su rebaño y rencoroso con los infieles. Eddy presionó con desesperación el botón para cambiar de canal y después el que servía para apagar el televisor, pero la pila del control había muerto o tal vez la grasa y la salsa picante de sus alitas de pollo se había filtrado entre los botones hasta inutilizar el control y dejarlo varado en el canal que más detestaba Eddy y así vengarse por todas las veces en que lo sostuvo entre sus sebosos y mugrosos dedos. Justicia divina. El sujeto de traje purificó a base de golpes en la frente a unos cuantos y luego de tirarlos ensimismados en lo que parecía un orgasmo eclesiástico, miró hacia la cámara para dirigirse a los televidentes
– ¡Tú! –Señaló con un dedo índice acusador -, tú que me miras en tu casa, arrodíllate y pide el perdón de Dios. Has pecado. Has sido perezoso, glotón, envidioso, lujurioso, avaricioso, iracundo y soberbio. Dios lo ha visto todo y te va a castigar si no te arrepientes ahora.
Aunque el sujeto de la televisión se refería a los siete pecados capitales, Eddy sintió muy personal su comentario y estuvo a punto de preguntarse si en realidad le hablaba a él, pero antes de hacer cualquier conjetura la furia lo asaltó. Se metió de golpe una alita entera a la boca, azotó el control de la televisión contra el suelo y trató de levantarse del sofá, pero sus piernas no pudieron con sus 148 kilos y la gravedad lo regresó a su asiento. El impacto le mando la alita de pollo medio masticada a la garganta y los ojos de Eddy se desorbitaron dejando ver que conocía su cruel destino. Moriría como uno de esos patéticos gordos norteamericanos que se atragantaban en las películas y nadie sabría que había muerto hasta que el de la renta llegara para desalojarlo y encontraran que el asqueroso olor que azotaba al edificio desde hace un mes era su putrefacto cuerpo y no las recientes reparaciones del drenaje profundo que se hacían en la zona. Se pudo levantar del sofá y mientras se llevaba las manos a la garganta y abría su ridícula boca como todos los pescados que había visto en el mercado de la viga, pensaba en lo triste que iba a ser su entierro y lo patético de morir a los 36 años, virgen. Se arrepintió de no haberle robado todas sus propinas al nuevo y de no tener el valor de pagar con ese dinero una mujerzuela de la calle de San Pablo. Mientras se azotaba en los muros del mal oliente departamento y tiraba de sus enmohecidas repisas las envolturas infinitas de hamburguesas, patatas fritas, alitas de pollo y aros de cebolla, sólo podía pensar en que realmente se arrepentía de su miserable vida y que le hubiera gustado ayudar a mucha gente con ella. Ya no quería mujerzuelas, el dinero de las propinas de sus empleados o la comida chatarra a la que tenía acceso de manera ilimitada; si tuviera una segunda oportunidad se metería al gimnasio, ayudaría a niños con cáncer y atraparía narcotraficantes en una versión mexicana de su superhéroe favorito, Batman. Al principio sería Fatman, pero con el tiempo amasaría su galletoso trasero hasta convertirlo en mármol pulido. El pensar ese tipo de cosas sólo era señal de que ya estaba más para allá que con los vivos. Se sintió relajado, aunque aún tenía algo de miedo. Su rostro ya tenía matices azules y purpuras. Recargó la espalda contra la pared y miró a donde estaba el televisor.
– Dios actúa de maneras misteriosas y su plan es perfecto. Todo pasa porque el Señor así quiere que sea.
Eddy se preguntó para qué Dios tendría vivo a un paracito como él 36 años, engordándolo y dejándolo ser malo con otras personas, con sus propios padres, y luego decidía matarlo con una alita de pollo en su garganta. Al fin la vista se le nubló y la última imagen que vería sería la del televisor dando misa.
Quedó por tres minutos y medio, de pie, recargado en la pared. Con la boca abierta y la mirada perdida. Todo dentro de él ya se comenzaba a pudrir, cuando la gravedad hizo lo que tenía y lo atrajo de panza al suelo. Con el golpe salió volando de su garganta el hueso de pollo aún con trozos de carne, ligamentos y piel adheridos a él.
La vecina de abajo era una mujer mayor con infinidad de plantas dentro y fuera de su casa. Sus hijos hacía mucho que la habían dejado de visitar y su vida social se reducía a una comadre que aún tenía la fuerza para irla a ver cada miércoles por la noche para beber café y aplicarse ventosas con alcohol en la espalda. Su pasatiempo favorito, además de mirar los noticieros y el escandaloso programa que evidenciaba los problemas morales de las familias de cualquier clase social, era mirar tras sus lúgubres cortinas lo que los vecinos hacían mientras subían y bajaban las escaleras. Sabía que a las seis de la mañana salía el señor robusto y sonriente del departamento 4, dejando tras de sí a su amada esposa ocho años más joven que él, junto con sus dos pequeños hijos y también sabía a qué hora la mujer los dejaba en la escuela. La escuchaba regresar corriendo y miraba la luz del baño encenderse; sabía que se daba una ducha para estar lista antes de las 10, hora en la que llegaba el joven y bien parecido amante. Tal vez ocho años más joven que ella. Hacían el amor hasta después del mediodía. Luego se volvía a encender la luz del baño y estaba segura de que alguien se estaba dando de nuevo una ducha. La puerta del departamento 4 se abría a la una de la tarde y primero salía ella para ir a recoger a sus hijos a la escuela y a los cinco minutos salía el joven con una sonrisa de oreja a oreja. Dando las cuatro de la tarde los niños salían a jugar a un parque cercano y para las seis ya estaban de regreso. A las ocho llegaba el robusto marido con una bolsa de pan de dulce en una mano y un par de litros de leche en la otra y la puerta no se volvía a abrir sino hasta la mañana siguiente. Esa había sido la rutina del departamento 4 por los últimos dos meses y así como sabía de las infidelidades de dicho departamento, también conocía los problemas de alcoholismo del sujeto del 7 y las salidas a las tres de la mañana de la hija adolescente de los del 8. Incluso sabía de los problemas digestivos que Eddy presentaba desde que comenzó a trabajar en esa pocilga de comida rápida, pues su departamento quedaba justo sobre el de ella y podía escucharlo con diarrea dos o tres veces por semana.
La anciana se encontraba lavando los trastes la noche en que Eddy azotó contra el suelo de manera colosal. Por un momento pensó en la caída de Goliat ante David y seguido a ese pensamiento la asaltó la imagen del obeso Eddy perdiendo el equilibrio en lo alto de una silla al tratar de cambiar una bombilla. Se dibujó una sonrisa en su arrugado rostro al imaginar al gordo cayendo de nalgas. Esperó un lamento prolongado o una maldición, pero ningún ruido se volvió a escuchar de aquel departamento. Comenzó a preocuparse pensando que tal vez si habría caído de la silla, pero en lugar de caer de nalgas cayó de espaldas y su nuca pegó contra algún afilado mueble. Dejó pasar un poco más de tiempo con la esperanza de escuchar de nuevo a Eddy entrar el baño a liberar a sus demonios, como hacía todas las noches antes de dormir. Se sentó en el viejo sofá reclinable que su hijo había comprado en un mercado de pulgas y que le había regalado el día de las madres. Pensó en prender el televisor y ponerse al día con Joaquín López Doriga, pero convino en que era más importante escuchar a Eddy dar señales de vida. A los diez minutos ya dormía profundamente.
Despertó con la espalda muy cansada por la posición en la que había dormido. Miró el reloj y ya marcaban las cinco de la mañana. Era normal que el departamento de arriba pareciera mausoleo desde esa hora hasta las dos de la tarde, cuando Eddy se levantaba con sus pesados pasos rumbo al sanitario y después de liberar gran parte de las toxinas por medio de su aparato digestivo, pasaría a la tarea de asear su inmensidad en la regadera. Miró salir a todos los vecinos rumbo a sus trabajos y también miró llegar al joven amante para degustar el fruto prohibido. Llegó la hora en la que habitualmente se escuchaba a Eddy pedorrearse y bañarse, pero no se escuchó nada. Después llegó el momento de que saliera de su casa con su ridículo uniforme, pero de nuevo, nada sucedió. Le dio unos minutos más para cerciorarse de que no subiría trabajosamente un nivel sólo para evidenciarse como la vecina chismosa que en realidad sí era.
Tocó el timbre del departamento de Eddy, pero no funcionaba desde que los ocupantes anteriores lo habían desconectado para llevárselo a su nueva pocilga. Después llamó a la puerta con moderación y agudizando el oído esperó a que alguien respondiera, pero nada. Pensó en marcharse y dejar que todo esto terminara siendo problema del casero, pero luego se imaginó el cuerpo agusanándose, apestando el edificio y pudriendo la duela de Eddy y el techo de su apartamento. Golpeó con el puño en alto la puerta de Eddy mientras gritaba
– ¡¿Muchacho, estás bien?! Responde o tendré que llamar al casero estoy segura de que él va a derribar la puerta.
Se dio media vuelta y se dispuso a cumplir su amenaza, pero antes de que diera un paso más, la puerta se abrió. Se abrió de la misma manera misteriosa con que se abrían las puertas en las películas de terror y ningún sonido emergió del departamento. Estaba muy oscuro. Imaginó el aire contaminado saliendo del lugar y dirigiéndose lentamente hasta llegar a sus fosas nasales. Pensaba que el aroma que se colaría hasta ella sería espeso y penetrante.
– ¿Señor Eddy? –Preguntó fingiendo seguridad al tiempo que caminaba rumbo a la puerta-. No es que sea chismosa, como la del 1, pero ayer por la noche escuché caer algo muy pesado y sólo quiero saber si usted está bien.
No hubo respuesta. Llegó hasta el marco de la puerta en donde no recibió el golpe del aroma putrefacto que había estado esperando. De hecho se percató de que el departamento no tenía ningún aroma, ni siquiera ese olor a cartón y grasa que había aspirado la última vez que visitó a Eddy. Se sujetó del marco de la puerta y puso un pie dentro del apartamento, pero una mano grisácea le atenazó el tobillo y la hizo pegar un grito. Saltó como no lo había hecho en más de 30 años, cuando su sobrino le había hecho lo mismo, pero jugando a las escondidas. En realidad ella lo había dejado de buscar desde hacía una hora y él lo sabía, así que cuando pasó cerca de él, decidió vengarse sacándole un susto de muerte. En aquella ocasión ella creyó que se había vuelto diabética y le propinó una lluvia de manotazos en la cabeza, pero al sobrino no le importó y siguió riendo hasta las lágrimas. Esta vez la mano no era del chamagoso sobrino, sino del robusto y desagradable Eddy. Con un movimiento de tobillo acompañado de un impresionante brinco, pudo deshacerse de la presión de la robusta mano. Estaba a punto de echar a correr por las escaleras cuando una sonora carcajada resonó por todo el edificio. Provenía del oscuro apartamento. Eddy se incorporó y al salir a la luz del pasillo dejó ver una sonrisa auténtica.
– Vecina, sólo estoy jugando –Dijo sin malicia -. No debería de entrar en un departamento en el que la puerta se abre sola.
Sentía que el corazón se le iba a salir del pecho y sin pensar, gritó una serie de majaderías. Eddy no dejaba de mirarla con esa enorme y extraña sonrisa. La anciana regresó a su apartamento sin poder apartar de su mente la sonora carcajada del obeso Eddy y tampoco pudo olvidar la perturbadora mueca que pretendía ser una sonrisa. Por la noche, mientras hablaba del incidente con su comadre, se dio cuenta de que lo que la hacía aterradora era el hecho de no haberlo visto sonreír jamás.
***
Extracto de nota – 7 de Agosto de 2012
Sacrificio humano en Teotihuacan.
La mañana de ayer, 6 de agosto, un grupo de turistas que hacía la primera visita a la pirámide de la luna en Teotihuacan, encontró el cuerpo sin vida de una mujer mayor. Según los jóvenes turistas, presentaba una vestimenta muy peculiar, que contaba con cascabeles en los tobillos y muñecas, y en lugar de ropa, una serie de plumas preciosas de diversos colores, pero en su mayoría relacionadas con el pavo real. Los peritos concluyeron que la mujer había sido torturada y obligada a caminar descalza por la calzada de los muertos. La causa de muerte aún no es clara, pues presenta un profundo corte en la garganta, pero no se encontró más sangre que la que dejó con cada tortuoso paso, rumbo a la sima de la pirámide. Personal del INAH apunta a que el sacrificio coincide con el antiguo día de muertos prehispánico; 5 de Agosto. Aún no han aparecido familiares de la mujer, pero algunos lugareños y artesanos de la zona, indican que podría ser la mujer que consultaban para aprender y curar a base de herbolaria y que además ya contaba con una fama local, como vidente…
***
Un grupo enorme de personas se había conglomerado en torno a Eddy. La mayoría estaba impaciente por saber a qué número iba a apostar toda su fortuna.
– No ha perdido ni una sola vez –Cuchicheó uno de los afortunados que lo habían visto desde su primer apuesta en aquella mesa -. Esta debe de ser la séptima vez que apuesta.
Eddy se veía sonriente y despreocupado cuando puso todas sus fichas en el 6 negro.
– Señor, antes de aceptar su apuesta… -Dijo el croupier en tono vacilante -. Debo de pedirle a uno de mis superiores que me autorice, pues está superando el límite. Incuso si eligiera hacer una seisena.
La gente comenzó a abuchear al croupier. Todos deseaban ver a Eddy arriesgarlo todo, pero el croupier insistió en que debía de consultarlo antes con sus superiores. Un hombre de chaleco dorado se acercó a la mesa de juego y tras mirar la mesa uno momento, asintió con la cabeza al croupier y al tournier. Al instante la gente comenzó a gritar y aplaudir.
El croupier gritó el clásico No más apuestas y la ruleta comenzó a girar.
La esfera comenzó su danza por las 37 casillas, dando tumbos y reveces que la hacían el centro de atención de muchos curiosos, aficionados y enajenados. La velocidad de la ruleta comenzó a disminuir paulatinamente y la gente comenzó a aguantar la respiración sin darse cuenta. Algunos abrieron un poco la boca y otros alzaron ligeramente las cejas, pero cuando la velocidad dejó ver los números en los que muy probablemente iba a caer la esfera, todos se encorvaron hacia la ruleta como rindiendo culto. La esfera se detuvo un momento en el 0, pero luego saltó de nuevo al mundo de la incertidumbre. Una señora elegante y de edad, que se encontraba del lado derecho de Eddy, no aguantó la tensión y cerró los ojos, presionando contra su pecho el pequeño y costoso bolso que llevaba en las manos. Le gente comenzó a gritar y a aplaudir. Abrió los ojos y miró la esfera justo en el 6 negro. Giró la cabeza hacia Eddy y lo miró boquiabierta. Puso su bolso sobre la mesa, le tomó la mano y se la comenzó a acariciar con frenesí. Otras cinco personas se unieron al ritual en el que la gente pretendía llevar consigo un poco de esa buena suerte.
Tres enormes y morenos sujetos de traje y radios se abrieron paso entre la multitud.
– Señor –Dijo uno de ellos utilizando un tono que Eddy relacionaba desde la primaria a <<problemas>> -. Será mejor que nos acompañe.
Eddy los miró con una sonrisa de oreja a oreja y al levantarse de su siento le ofreció un puñado de fichas a cada uno de los jugadores de su mesa.
– Señores, estoy de suerte –Le dedico una sonrisa seductora a una de las damas presentes -. Si no regreso, le sugiero seguir apostando al negro. Con permiso.
La mujer, para sorpresa de los sujetos de traje, le devolvió la sonrisa y miró con deseo todas las fichas que el barrigón guardaba con calma en los bolsillos de su costoso saco.
Salieron de la sala de juegos con todas las miradas curiosas tras ellos y caminaron por un largo pasillo el cual tenía al fondo un elevador. Cuando estuvieron adentro uno de los sujetos sacó una llave y la metió en el tablero para después presionar simultáneamente los botones uno y tres, durante tres segundos. El ascensor comenzó a descender y Eddy se dijo que esa no era buena señal, pero no perdió la enorme sonrisa que llevaba desde que se despidió de la hermosa mujer del casino.
Bajaron más de 10 niveles y después se abrió la puerta. En lugar del asqueroso nido de ratas con azulejos ensangrentados que Eddy había imaginado, apareció frente a sus ojos una habitación indefinible a primera vista, pero aun cuando tuvo la oportunidad de inspeccionarla a detalle, no dejaba de desorientarlo. Se trataba de una serie de vidrios y espejos tan gruesos y altos como una puerta. Todos acomodados en un patrón indescifrable desde aquél ángulo. La mayoría de ellos estaban marcados con símbolos prehispánicos como los que se podían ver en los pesos mexicanos anteriores a la gran devaluación. Había demasiados. Algunos tan raros, que un experto de epigrafía se hubiera vuelto loco con tan sólo leer las inscripciones de los primeros 30 paneles; y que de haber podido descifrar lo que dicha construcción encerraba, se habría pegado un tiro en la cabeza… o de manera más adecuada, desangrado en un altar mexica.
Por más que intentó ocultarlo, Eddy no pudo evitar ponerse pálido al ver la majestuosa estructura. Se inclinó un poco como si no pudiera contener un dolor abdominal. Los sujetos que lo acompañaban lo bajaron con ligeros empujones del ascensor, lo tomaron por los codos y lo pasaron a una banda muy parecida a la de un aeropuerto. Le quitaron las llaves y el cinturón. No llevaba reloj ni teléfono celular. La máquina no detectó metales y prosiguieron a llevarlo entre el laberíntico lugar. En muchas ocasiones, intercambiando miradas entre ellos, como corroborando la ruta.
Tras unos 5 minutos caminando sin poder ver el fin del recorrido, Eddy comenzó a eructar un apestoso aliento a huevo podrido. Uno de los sujetos trajeados no pudo contener el asco y lo acompañó con el clásico sonido de las arcadas por nauseas. La realidad era que Eddy se veía más pálido que un fantasma y comenzaba a presentar un color verdoso. El jefe de seguridad supo al verlo que eso no se podía fingir y se preguntó cómo era que se había puesto tan mal en tan poco tiempo. Además le comenzó a dar vueltas en la cabeza la idea de qué hacer en caso de que se desmayara. Era un sujeto que pesaba por lo menos 150 kilos y que caminaba con dificultad entre aquellos paneles de vidrio y aunque cada uno se veía muy sólido, no dudaba que la inmensidad del hombre rompiera por lo menos uno.
– No entiendo a la gente rica –Dijo con molestia uno de los sujetos -. Este maldito pasillo costó más de lo que podría costar el casino de allá arriba y el patrón en su vida lo ha pisado.
Eddy se le quedó mirándolo con expresión vacía, para luego mostrar su peculiar sonrisa, en la que ahora se veía una ennegrecida encía.
Tan solo unos pasos al frente se encontró con el final del laberinto. Estaba escondido entre múltiples espejos que hacían la ilusión de extender hasta el infinito aquella estructura. Una vez más, Eddy quedó boquiabierto. Se topó con una habitación muy amplia, algo oscura y repleta de monolitos. En el centro había una estructura piramidal con la parte superior cóncava, muy parecida a la que tantas veces habían visto en la estación del metro Pino Suárez. De igual forma, tenía escalinatas y alfardas en cada uno de sus lados. Tendría unos cinco metros de diámetro y gozaba de unos acabados prehispánicos exquisitos. En rededor descansaban una seria de monolitos con acabados igual de detallados pero en cada uno se veía una figura diferente, tal vez Dioses. El muro que se alzaba al fondo, se encontraba dividido en dos por la mitad. Parecía una gran puerta de piedra en la que se veía tallada la figura de una mujer de cuerpo tosco con cabeza de serpiente y que sostenía en una mano un cráneo y en la otra un corazón. Bajo sus pechos descansaba, a la altura de su vientre, un rostro demoniaco.
– Es un placer conocerlo Señor Nema –Dijo una potente y varonil voz, destrozando con abrupto el silencio de la habitación y perturbando a los recién llegados-. Seré muy directo con usted.
Unos tacones se escucharon resonar a paso lento sin que dejaran ver por donde aparecería el portador de ellos.
– No me interesa ganar o perder dinero, sino la forma en la que eso pasa –Esta vez su voz les permitió a todos, saber de qué oscura parte de la habitación aparecería el jefe -. Usted tiene un don y es bien valorado por muchas culturas. Si no me equivoco, usted es clarividente.
Dos de los sujetos trajeados se miraron de una forma que denotaba algo como: “nuestro jefe está loco y en cualquier momento nos pedirá traer personas para sacrificios humanos”
– Cuauhtémoc, llévate a tus hombres y déjame solo con el señor Nema.
– ¡Sí, señor!
Cuauhtémoc notó que Eddy había recobrado su color y parecía tan vivo como cuando apostaba en la ruleta. Pensó que tal vez debería de quedarse cerca teniendo un actor tan convincente Eduardo Nema.
Cuando se retiraron, el jefe emergió de las sombras y se reveló imponente con su gran estatura, piel morena y una poderosa musculatura que se notaba bajo el traje. Continuó con su perturbador discurso.
– Estoy seguro de que tienes el poder de la clarividencia –Dijo sin ningún temor a parecer un chiflado -. El poder viene después de una experiencia cercana a la muerte. Mira ese muro y dime que no te parece familiar –Señaló al muro en el que se encontraba la imponente y sombría figura femenina, pero no le dio tiempo de contestar nada a Eddy -. Tú la besaste y viajaste por su vientre. Viste el origen del universo y su final y ahora estás aquí con todas las respuestas, pero el viaje es tan impactante que sólo recuerdas fragmentos. Fragmentos de diversos acontecimientos. Constantes sensaciones de que todo esto ya lo has vivido. Eso que a ti te dio sólo se lo da a un hombre cada baktun.
– Sabe –Dijo Eddy con una sonrisa nerviosa y su habitual respiración trabajosa a causa del sobrepeso -. No me interesa saber de qué es capaz, señor… hemmm… -Eddy dudó como cayendo en cuenta de que no sabía cómo se llamaba aquél sujeto.
– Yoalitletl
– ¡Diablos! Evidentemente usted está muy perturbado y yo no quiero problemas con un hombre perturbado. ¿Qué le parece si le regreso todo el dinero que gané esta noche y me largo para jamás volver?
– Señor Nema. No está entendiendo. Lo que deseo de usted no es dinero, sino su don.
– No importa cuánto me pueda ofrecer. Soy independiente y soy mi propio jefe… y ni por todo el dinero del mundo trabajaría para un psicópata como ust…
Una sonora carcajada resonó por todo el recinto.
– Escuche señor Nema, estamos a días de que termine el baktun y eso me da la oportunidad de preparar la llegada de los míos. Necesito la ventaja sobre Cemilhuitlatl que en estos momentos debe de estar buscando la manera de impedir que esa puerta se abra –Yoalitletl señaló severo el tallado y dejó ver que llevaba en la cintura enfundado un enorme puñal dorado adornado con un cráneo prehispánico. Si Eddy no se había preocupado hasta ese momento, ahora tenía una buena razón. Dio dos pequeños pasos hacia atrás y se paralizó cuando Yoalitletl lo miró directo a los ojos-. No intente escapar, señor Nema
Mirar sus ojos era como mirar dos ardientes rubís que pelaban la realidad. A Eddy le daba la impresión de estar viendo una papa ser despojada de su cascara. Las leyes de la física comenzaron a perder sentido. Primero la habitación comenzó a expandirse y la poca luz que había, fue devorada por la oscuridad. El color rojo de los acabados del altar serpenteó por todo el recinto, escudriñando cada rincón y fue devorando poco a poco a la oscuridad. El cuerpo le comenzó a hormiguear ligeramente y de pronto se vio rodeado de insectos, pero lo insectos no trepaban por él, sino que huían de él. Eran él. Intentó gritar y llevarse las manos a la cara pero ahora el color rojo lo comenzó a engullir. Era como ser inmolado y luego sumergido en un barril de ácido sulfúrico. El ardor no se podía comparar con nada que Eddy pudiera haber sentido antes. Buscó pararlo a como diera lugar, incluso se habría quitado la vida de haber tenido un arma a la mano, pero le fue imposible. Consiguió estirar una mano en busca de algo a qué aferrarse y descubrió que podía rasgar esa dolorosa dimensión. Encontró los ardientes ojos. Comprendió que estaba dentro de Yoalitletl. Su mente estaba dentro de la de él y todo ahí dentro estaba en llamas. Miró a través de esas dos ardientes aberturas y lo descubrió dirigiéndose a un Eddy boquiabierto y ensimismado. Ya tenía el puñal dorado en lo alto y caminaba con la elegancia de un pesado felino que está por sorprender a su presa. Tomó por el cuello ese recipiente llamado Eddy y lo encaminó a una piedra de sacrificios. Podía ver el altar con el rabo del ojo y los detalles azules de los acabados emergieron y se deslizaron como agua hasta los pies de Yoalitletl. Cuando lo tocó, la sustancia azul creció de una manera desmedida y lo tomó por sorpresa. Se coló, espesa, por su garganta y nariz. Le llenó los pulmones y el vientre. Todo el fuego que llevaba dentro comenzó a extinguirse con violencia. Todo quedó muy claro en ese instante. Eddy no era otro que su contraparte; Cemilhuitlatl. Ahí adentro no sólo era húmedo, sino muy frío. Tan frío que cristalizaba lo que eras y lo fracturaba. De cierta forma también quemaba. Estando en la mente de Eddy no pudo encontrar la salida, pero descubrió cómo Cemilhuitlatl se había apoderado de ese cuerpo. El meollo del asunto era que en el momento del deceso, todos los órganos de Eddy se encontraban en buen estado y lo más importante, seguía siendo virgen.
Cuauhtémoc había estado mirando la escena escondido entre los paneles de vidrio. Desde su punto de vista, sólo habían dialogado un poco y luego, Eddy, se había quedado callado, con la mirada perdida y la boca abierta, poco a poco se convertía en el rostro del horror. El jefe se aproximaba con lentitud, descubriendo de entre su costoso saco un hermoso puñal dorado. Cuauhtémoc pensó que sin duda era de oro. El jefe se encontraba lo bastante cerca y con el puñal amenazante en lo alto, como para asestar un golpe mortal en su grasoso rostro, pero de pronto se congeló. La mueca de Eddy se desvaneció. Tomó al jefe por el cuello de la camisa y lo precipitó contra el altar. Durante el ascenso, daba la impresión de llevar un cuerpo lleno de aire, pues no parecía fatigar a Eddy. Buscó con una mano tenaz dentro de sus pantalones y Cuauhtémoc pensó que trataría de violarlo, pero lo que sacó fue un enorme cuchillo hecho de obsidiana. Buscó su arma, pero ya era demasiado tarde. Eddy le había cortado la garganta al jefe y ahora se llenaba como chinche con su sangre. Se desprendió un momento del cadáver y su saliva espesa y roja le empapó el pecho. Cuauhtémoc no daba crédito de lo que veía. Eddy lo apuñaló nuevamente en el pecho y le partió la caja torácica. Metió su brazo y le extrajo el corazón. Lo hacía ver tan fácil, que parecía haberlo hecho cientos de veces antes. Cuauhtémoc no supo en qué momento, pero ya apuntaba a la cabeza de Eddy con la “Glock” 9 milímetros. Eddy giró la cabeza y dejó ver sólo uno de sus ojos, tan azul como el zafiro. Cuauhtémoc disparó y sus sesos se esparcieron por todo el lugar. Cuando el cráneo de Eddy rebotaba contra el suelo, pudo ver ese intenso color azul, desaparecer de su mirada.
***
Extracto de nota – 22 de Diciembre de 2012
Continúan los crímenes prehispánicos, pero ahora en D.F.
El mundo no se terminó, como habían predicho los mayas, aunque sí se cometió un crimen con tintes prehispánicos en contra de un empresario de la ciudad de México. Aztlán de Jesús, recientemente dueño de los casinos exclusivos “Dante”. Fue hallado muerto tras barias semanas de haber sido asesinado en lo profundo de uno de sus hoteles-casino. Se rumora que fue un ajuste de cuentas por parte del narco, pero se descarta la idea por la naturaleza de los hechos. Según una fuente confiable. El cuerpo fue desollado y descuartizado. No se encontró el corazón ni el cerebro. No hay testigos y en ese nivel del edificio, no había cámaras de seguridad. Las investigaciones continúan.
Por: Kris Durden
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