Kris DurdenLos tres estábamos sentados en la terraza de un hermoso restaurante con vista a las persistentes ruinas del Templo Mayor, la imponente catedral del Centro Histórico y parte de la plaza de la Constitución con su colosal bandera surcando el cielo. Era la primera vez que mi hermana y mi mamá visitaban el lugar, así que estaban encantadas con la vista y la sensación se extendió al degustar los deliciosos platillos que nos llevaron.

La estábamos pasando y en algún momento de nuestro júbilo comenzamos a recordar cuando en casa no había dinero mas que para comer frijoles con huevo y tortillas recalentadas. Yo lo recordé con mucho cariño, porque poco a poco se convirtió en uno de mis platillos favoritos; incluso salivé sólo de pensar en acompañarlos con un chilito en vinagre. Al mirar el rostro de mi hermana descubrí el mismo placer que seguramente estaba transmitiendo yo, pero el de mi mamá contaba otra historia. Vi amargura. En realidad para ella esos habían sido momentos muy difíciles, pues esa comida no era la que ella quería para sus hijos en pleno crecimiento, pero no había tenido otra alternativa ya que los gastos en la casa los superaban por mucho.

Pensé en la monumental tarea que fue convertir un trago tan amargo para ella en un recuerdo tan bello y delicioso para mi hermana y para mí.

Traté de desviar ese momento de la mente de mi mamá y me apresuré a preguntar a mi hermana algo relacionado con su trabajo, pero que implicara una respuesta más compleja para atraer nuestra atención:

–¿Si no hubieras estudiado enfermería, qué otra cosa habrías hecho con tu vida?

Un silencio prolongado que hizo completamente lo opuesto a lo que yo pretendía.

–¿No hay otra cosa –Me apresuré a decir– que te hubiera gustado ser, además de enfermera?

–No –Dijo mi hermana precipitadamente.

–¿Y cómo es que elegiste estudiar enfermería? –Pené que la respuesta sería obvia pues mis tías eran enfermeras y seguramente de ahí habría sacado la idea.

–Yo no lo elegí, fue mi mamá.

Miré sorprendido a mi mamá, como pidiendo una explicación, y como si entendiera, dijo:

–Cuando terminó la preparatoria no se quedó en ninguna universidad y se desanimó bastante. Una de sus amigas, que tampoco había quedado en ninguna escuela le dijo que mejor se fueran a buscar trabajo a la recién inaugurada plaza las américas. Efectivamente, no tardó en encontrar una bacante en una zapatería y en la noche que llegó a pedirme sus papeles le dije que no, que no se los iba a dar.

–¿Por qué? –Pregunté sorprendido.

–Porque si se metía a trabajar –continuó mi mamá–, yo sabía que ya después no iba a querer estudiar la universidad. Así que no la dejé.

–¿Y entonces qué pasó después?

–Pues le dije que no y ella hizo un berrinche, con justificada razón, pero yo tenía razones más importantes para no dejarla, así que la metí a un curso de inglés, luego un curso de regularización y después a un curso para que la siguiente vez que presentara el examen para la universidad se quedara en una de sus nuevas opciones.

–Así que la obligaste a estudiar todo un año… –Medité un poco y luego dirigí a mi hermana mi siguiente pregunta–. ¿Entonces en qué momento decidió mi mamá que ibas a estudiar para enfermera?

–Pues un día mi mamá me comenzó a llevarme a muchas universidades donde impartían la carrera de enfermería. Yo la verdad no tenía mucho interés, pero pues visitamos bastantes y cuando llegó la fecha hicimos exámenes en todas.

–¿Y te fue bien con ello?

–Todos los pasó –Intervino mi mamá–. Todos los exámenes que presentó en todas las universidades los había aprobado y ahora tenía invitaciones de todas las escuelas para que estudiara con ellos.

Para mí el resto es historia. Al final se decidió por una de las más prestigiosas del país y donde hasta hoy ya ha hecho carrera, cosa que no es nada sencillo. Pensé en su perfil de Facebook en donde con tanto orgullo sube constantemente fotos de lo mucho que la apasiona su trabajo.

–¿Y si hoy te dieran a elegir entre ser enfermera o trabajar en una zapatería…?

–¡Pues claro que enfermera! –Dijo en tono de obviedad y todos comenzamos a reír.

Ésta, tal vez parezca una historia más de una hija que encontró su vocación a través de la persistencia de una madre, pero hay algo más. Es completamente lo opuesto a como me educó a mí. Es como si hubiéramos tenido dos mamás; una para mi hermana y otra para mí.

Mi caso fue completamente distinto. Durante mis primeros años en la primaria tuve calificaciones excelentes, pero conforme fui creciendo el sistema escolar me comenzó a parecer sumamente deficiente y con excepción de algunos profesores que en lugar de usar los protocolos estudiantiles, utilizaron el cerebro, a todos los demás decidí ignorarlos. Evidentemente esto repercutió en mis calificaciones, pero a mí realmente no me importó. Sabía que había gente que había hecho algo importante con su vida sin la necesidad de que el sistema le impusiera una forma de pensar avalada por un papel.

Comencé a trabajar y estudiar a los 14 años, fui comerciante con un amigo, pero el dinero no me movía, sino las experiencias adquiridas, y seguí con este sistema hasta el día de hoy (hoy sigo estudiando y trabajando y tal vez nunca me detenga) Cuando terminé la preparatoria ya vivía solo, y decidí que quería estudiar comunicaciones; las amé y las amo con locura hasta el día de hoy. Tras terminar la carrera me quedé un año sin poder ejercer, hasta que me dieron una oportunidad como profesor (ganando menos que como mesero de casino (mi empleo a ese anterior), pero al menos ya ganaba dinero haciendo lo que amaba hacer). Un año después, tocando muchas puertas, me convertí en creativo de una figura pública y desde ahí no he parado de crecer en este medio. Todo ese tiempo mi mamá jugó un papel importantísimo, pues me dio justo lo que necesitaba: Libertad para elegir qué hacer con mi vida, cuando la necesité. Espacio para poder trabajar en mi crecimiento y autoestima. Comprensión cuando mis sueños, por más descabellados que fueran, no podían ser entendidos por nadie. Ánimos cuando más cansado estaba de tocar puertas y no ver que alguna se abriera. Y lo más importante de todo, fe. Siempre creyó en mí, sin importar qué tan oscuras estuvieran las cosas en mi futuro. De alguna forma sabía que saldría adelante y tuvo fe en mí.

Hoy estoy al borde de los 30 años y no puedo imaginar una mamá más perfecta para mí que ella, y sé que también lo ha sido para mi hermana, porque el éxito que hoy podemos tener es sólo el reflejo de su monumental trabajo como madre.

No sé y no me puedo imaginar cuántos momentos más hay, que para mí y mi hermana son recuerdos felices, pero que para mi mamá han sido sudor, lagrimas y sangre, y eso me hace sentir que no me alcanzará la vida para agradecerle todo lo que hizo.

La más bella palabra en labios de un hombre es la palabra madre, y la llamada más dulce: madre mía… Khalil Gibran