Kris Durden - La criatura de las estrellasAbrió los ojos y se encontró con la habitación completamente iluminada. Su hermano mayor estaba recostado en la parte superior de la litera (como todo buen hermano mayor) con los ojos abiertos desde hacía un rato. Éste había contemplado el momento en el que la oscuridad se replegó con suavidad en dirección contraria a la ventana. Había pasado en tan sólo unos segundos. El efecto había sido parecido al del escáner de las fotocopiadoras, pero esta luz realzaba los colores y parecía escurrirse por cada rincón. Cuando por fin inundó toda la habitación, no parecían ser las cuatro de la mañana, sino las dos de la tarde de un día muy claro. Lo que había despertado a Omar era el extraño sonido de un seseo, parecido al “gis” de un cassette que se hubiera quedado reproduciendo el sonido del vacío, pero que parecía provenir de un par de bocinas gigantes colocadas justo afuera de su edificio.
– ¿Omar? –Susurró el hermano mayor, con miedo a que la luz se dispersara con el sonido de su voz-. ¿Estás despierto?
– Sí… ¿Qué es eso? –Respondió en el mismo tono de voz que Hugo.
– Es la misma luz del otro día. Son las cuatro de la mañana y lo sé porque estaba despierto cuando la habitación se iluminó, pero mi reloj se ha apagado.
La habitación no sólo se veía notablemente iluminada, había algo más; se podían apreciar todos los detalles de las cosas dentro de ella. Desde los pequeños detalles en las consolas de videojuegos al otro lado de la habitación, pasando por las guitarras repletas de estampitas de sus bandas de metal favoritas, hasta cada pequeño detalle o imperfección en las figuras de colección de Godzilla y Pacific Rim. Lo interesante era que ambos utilizaban lentes con un alto nivel de graduación debido a la miopía y al astigmatismo, y aunque hubieran sido las dos de la tarde, sin sus lentes, ninguno de los dos hubiera podido apreciar tantos detalles.
– Gustavo también vio esta luz la otra noche –Continuó Hugo-. Pero no quiso asomarse por la ventana.
– Tenemos que ver de dónde viene –Dijo Omar con ese tono que Hugo asociaba a tantas disparatadas ideas que solían terminar en llamadas de atención, regaños, castigos y hasta en la sala de urgencias esperando su turno para una radiografía -. Tenemos que tomarle una foto para que todo mundo nos crea.
– ¡No, Omar! –Alzó el volumen de sus susurros, pero sin llegar ha gritar -. Yo soy el mayor y tienes que obedecer. Quédate en la cama y espera a que se valla –Pronunciaba esas palabras sabiendo que sólo estaba gastando saliva y que Omar no haría caso.
– ¡No! Tal vez esta sea una oportunidad única y no se vuelva a repetir en la vida. Además estamos en un edificio que parece prisión gracias a los barrotes de cada una de las puertas y ventanas. Si hubiera algo ahí afuera, jamás podría entrar. Gracias Ecatepec, por tus altos niveles de delincuencia.
En eso tenía razón. Era un edificio muy seguro si te encontrabas adentro de él, pero en las calles la historia era muy distinta.
En un acto reflejo tomó sus lentes, que descansaban junto a la figura de colección de Vic Rattlehead, cerca de su almohada. Cuando se los colocó toda la habitación se tornó borrosa y se dio cuenta que no los iba a necesitar mientras la luz siguiera en la habitación. Los colocó de nuevo en su lugar, miró su reloj de pulsera y lo encontró apagado. Estiró la mano hasta su teléfono celular, pero este tampoco quiso encender. Su hermano no paraba de decirle que por favor se volviera a recostar, pero Omar hacía caso omiso. Una idea se había apoderado de su mente y ahora nada tenía más importancia que llevarla acabo. Se apuró hacia el closet y buscó con voracidad entre las pilas de ropa negra con los nombres bordados y estampados de una cantidad absurda de bandas de thrashmetal. Hugo lo pudo ver sacando la ropa como desquiciado e intentó ponerse en pie para hacerlo desistir, pero notó que algo se movía tras las cortinas, el pensamiento de que algo los estuviera acechando desde fuera hizo que las piernas no le respondieran. Cuando Omar giró con una sonrisa triunfal Hugo miró que lo que sostenía en ambas manos era el regalo de la abuela de la navidad pasada. Una cámara Polaroid en forma del icono de la red social Instagram. Hugo supo que todo estaba perdido, y que a menos que se levantara y derribara al pequeño Omar, no habría forma de detenerlo. Pero antes de que pudiera hacer acopio de todo su valor, Omar maldijo en voz alta. La cámara también era digital y no había encendido.
– Si esto no es una señal de que no debes de asomarte por la ventana, entonces no sé que sí lo es. Vamos carnal, mejor recuéstate.
– ¡No! Debe de haber otra forma.
– No hay otra forma. Ya déjalo.
Miró con impotencia la cámara y luego la arrojó contra uno de los muebles que seguramente fue diseñado como librero, pero que ahora albergaba docenas de figuras polvosas. De entre ellas emergió una cámara análoga. Su papá la había traído de Estados Unidos y aunque a Hugo nunca le interesó, a Omar le había fascinado desde el primer momento. Había pasado tiempo con su papá viendo cómo la hacía funcionar para las fiestas de cumpleaños. Si no tenías que rebobinar e insertar un rollo nuevo, para después tensarlo, en realidad era sumamente simple. Le quitabas el seguro y recorrías el numerador con una pequeña palanca que te indicaba el número de fotografías tomadas. Después de cada disparo recorrías la pequeña palanca que recordaba mucho a la palanca de retornador de carro de las antiguas máquinas de escribir y para cuando terminabas el rollo, sólo rebobinabas para llevarlo a revelar. Se intentaron agolpar algunos gratos recuerdos en la mente de Omar, pero la idea de asomarse por la ventana y fotografiar algo impresionante dispersó la sensación. Hugo lo miró avanzar en dirección al mueble, que estaba muy cerca de la ventana. Había pasado cerca de un minuto y sabía que esa luz no duraría mucho más, sólo tenía que retenerlo unos segundos más. Sacó de entre las cobijas su enorme mano larga de hermano mayor y lo pescó por la camisa, pero Omar sólo flexionó un poco las rodillas y se liberó con un hábil movimiento de hermano menor. Llegó hasta el mueble y tomó la cámara. Hugo saltó de la litera, pero Omar ya abría la pesada y gruesa cortina. Una potente luz penetró por ella y cegó a Hugo.
– No lo vas a creer… -Dijo más para si mismo el pequeño Omar, mientras Hugo se cubría los ojos para evitar que la potente luz lo lastimara-. Parece de día allá afuera… Pero no hay ningún lugar de donde provenga esa luz… ni ese sonido.
Para Hugo lo siguiente pasó como en cámara lenta. Con uno de sus ojos entrecerrados por la luz, pudo ver a Omar alzar la cámara hasta su rostro. Escuchó el sonido del “gis” crecer de golpe y luego miró más allá. No se veía el edificio de enfrente, sino el rostro deforme de una enorme criatura verdosa. No era completamente sólida, sino que vibraba. Como dos películas superpuestas en la misma escena, pero con una variación de segundos. Por momentos estaba aquí y luego ya no. Omar debía de haberla visto, porque dejó caer la cámara y retrocedió. La criatura los miró con el único ojo que parecía tener. Más tarde, cuando Hugo reflexionara en ello, pensaría que fue muy parecido a ver por primera vez el ojo del T-rex en la película “Jurassic Park” de 1993. Supo que de ahí venía la luz y desvió la mirada. Se topó con la cámara a los pies de Omar y luego vio los pies de Omar desprenderse del suelo y comenzar a vibrar de la misma forma que la criatura lo hacía. Se elevó lentamente. Tan lentamente como cuando la luz emergió por primera vez. Supo que no volvería a ver a su hermano si no hacía algo, así que sin pensarlo se abalanzó sobre él. Por un momento, mientras surcaba la habitación, creyó que lo atravesaría como al humo y no sería capas de sujetarlo, pero no fue así. En el momento en que lo tocó y lo sujetó con fuerza, la luz se escurrió con violencia por la ventana. Hugo la miró abandonar el lugar como si tuviera vida. Como si fuera la lengua de un reptil que regresa sin su presa. Luego sólo quedó la oscuridad y el silencio.
Omar pasó de mirar la luz escurrirse hasta las estrellas a la incrédula mirada en los ojos de su hermano, y su hermano notó el cambio que se había efectuado en él. Fue a penas mínimo, pero lo conocía bastante bien. No fue sino hasta días después que lo corroboraría, pero por el momento se sintió feliz de tenerlo ahí.
Hugo encendió la luz y al mismo tiempo se dio cuenta de lo que Omar ya había percibido minutos atrás. Los colores parecían descompuestos, muy naranjas y además todo se veía borroso. Tomó sus lentes y no paró de hablar de lo que había pasado sino hasta que amaneció. Omar también habló bastante, pero a ratos se notó distante. Eso se convirtió en una constante en la vida de Omar.
En los siguientes seis meses, ninguno de los dos pudo dormir bien. De hecho Omar no volvió a dormir igual.
Hugo intentó contar la historia, pero evidentemente nadie le creyó (tal vez uno que otro borracho después de cada toquín, pero jamás pasó de ser eso; una historia de borrachos). Por su cuenta, Omar jamás relató nada de lo que pasó aquella noche. Pero tuvo una influencia notable en su vida. Comenzó a devorar libros sobre temas raros que iban desde los relatos de H. P. Lovecraft hasta búsquedas en internet sobre física cuántica, y aunque en muchos aspectos parecía un chico normal (aunque no era tan normal antes del incidente), la mayor parte del tiempo parecía estar viendo otra realidad.
Con el tiempo comenzó a escribir narraciones fantásticas sobre seres milenarios que residían en otra realidad, la gente en internet se apasionó con sus relatos sobre aquél extraño mundo y años más tarde se consolidó como el escritor más exitoso (en cuanto a ventas) que había tenido México. Las películas fueron un éxito y a pesar del dinero que le dejaron, jamás paró de escribir. Sabía que las historias de las que tanto escribía Omar, y que le fascinaban al mundo entero, debían su éxito a que hasta cierto punto, eran sobrias. Hugo sabía que esas historias no las había inventado Omar, sino que estaba describiendo algo que la criatura había vivido. Sus memorias.
Hugo contempló todo el proceso, pero siempre consiente de que parte de Omar se había ido con la criatura y parte de la criatura se había quedado con Omar. Pensaba mucho en cómo la estaría pasando aquella parte de Omar que se había ido con la criatura.
 
La cámara apareció muchos años después de la muerte de Omar, con un coleccionista que afortunadamente decidió rebobinar el rollo que contenía y revelarlo. Desafortunadamente este había caducado tiempo atrás. Se había oxidado como un plátano, pero aunque las fotos reveladas no contaban con colores vivos, sí había bastantes formas. Muchas fotografías eran de un paseo en un zoológico, tal vez el zoológico de Ecatepec. Otras pocas pertenecían a un cumpleaños, pero las últimas dos eran misteriosas. Borrosas y de una forma compleja. Se apreciaba una criatura parecida a un insecto, pero aún más grotesca en cuanto a sus facciones y tal vez no eran colmillos lo que emergía de su boca, sino tentáculos. Al principio el experto creyó que se trataba de un insecto, pero por las cualidades de la cámara (que no contaba con la función de cambio de objetivo), sólo podría haber sido tomada con el lente original, entonces pasó a analizar con más detalle algunos aspectos del fondo y comprendió que lo que tenía ahí era una criatura real. Una criatura tal vez más grande que un edificio de 5 pisos. Tal vez de unos 15 metros de altura. En realidad permaneció como un misterio para todos excepto para usted.

Por: Kris Durden

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