Kris DurdenEra un tipo de facciones duras, alto y corpulento al que todos conocían como El Draco. Apenas unos meses atrás lo habíamos promovido a jefe de seguridad por la imagen que proyectaba y la capacidad de resolver en circunstancias difíciles; además de que muchos de los elementos de seguridad lo respetaban y admiraban por su amplio record derribando, sometiendo e inmovilizando exitosamente.

Cuando llegamos a su unidad lo vimos salir del baño con la cara enrojecida y los ojos inyectados en sangre. Como si lo hubieran estando estrangulado allá dentro. Caminó con pasos cortos y adoloridos hasta donde estábamos nosotros, sus jefes, y por un breve instante recordé a Edward Norton en su personaje como Derek Vinyard en la película American History X: el momento justo en el que entra al comedor justo después de salir del hospital por una brutal violación en prisión.

Sus elementos de seguridad lo miraban con angustia y algo desorientados. Como si se hubieran quedado sin líder.

Cuando llegó a nosotros nos saludó de mano y luego nos apartó, lejos de los atentos oídos de sus elementos de seguridad, meseros y capitanes.

Salimos a una preciosa y vacía terraza, azotada por los fuertes y fríos vientos de Bosques de las Lomas. Vi el sol desaparecer tras los cerros y contemplar las primeras luces de la ciudad encenderse como estrellas en el firmamento.

Hubo un silencio prolongado y luego, El Draco, rompió a llorar. Sus ojos se hincharon y las venas de las sienes y el cuello se le botaron. Volvió a ponerse rojo, como si alguien lo estuviera estrangulando.

Mi jefe no se inmutó siquiera un poco ante las lágrimas de otro adulto, y se limitó a mirarlo.

Cuando El Draco por fin se contuvo comenzó a explicar con tono dolido:

–Ya no puedo… Llevo toda la semana orinando sangre y hace unos minutos arrojé un pedazo de tejido del tamaño de la punta de mi dedo meñique.

–¿Pero ya fuiste al médico?

–Ya, pero el medicamento no me está haciendo.

Mi jefe intercambió una mirada conmigo que me dejaba saber que él sabía que estaba mintiendo.

–¿Qué lo provocó?

–¿Qué? –Titubeó–… Ah, dice que es como una infección.

Mi jefe lo miró por un momento y luego desvió la mirada a la imponente ciudad bajo nosotros. El Draco se removió dentro de su traje y luego comenzó a buscar al tanteo algo dentro de su saco. Encontró un pequeño frasco de pastillas, lo destapó, sacó dos y luego le pidió a un mesero un refresco. El mesero no tardó casi nada en darle su soda, y El Draco se tomó sus pastillas.

Mi jefe contempló la escena con el rabo del ojo.

–Te voy a dar dos semanas. No te preocupes por la unidad, sólo deja a tu segundo a cargo. Yo mandaré a otro de mis elementos a cubrir ese lugar.

Creí que El Draco sonreiría, pero sólo asintió con la cabeza.

–Gracias Garrido.

–Ya vete.

Nos quedamos afuera un momento, mirando la ciudad despertar a su vertiginosa vida nocturna.

–¿Cómo lo ves? –Preguntó mi jefe, pero yo no paraba de pensar en lo difícil e incómodo que había sido para mí ver a ese hombre llorar.

–Creo que lo que sea que tenga, no lo podría fingir.

–Seguro tiene cálculos en la vejiga.

–Pero su doctor… No supo qué era.

–No ha ido al doctor. Ya sabría que está provocando el refresco, el alcohol, el café y las grasas que no para de ingerir.

Medité un momento en las pastillas que tomó y caí en cuenta de que las había pasado con refresco.

–Si le preguntas qué desayunó –Continuó mi jefe–, te dirá que tacos en Indios Verdes a la una de la tarde.

No lo dudé ni un segundo. Ese era su estilo de vida. Tacos, refresco, café y alcohol.

 

Las estadísticas hablan de que hasta el 15% de la población mundial mayor a los 40 años se ve afectada por este terrible padecimiento en el que minerales y ácidos son cristalizadas dentro del riñón, para así formar piedras.

Los cálculos en la vejiga aparecen principalmente por el tipo de alimentación que llevamos. Muchas veces rico en lácteos o carnes rojas.

El exponer al cuerpo a prolongado estados de deshidratación también juega un papel importantísimo, y ¿qué creen que deshidrata el cuerpo de manera precipitada? Sí, el alcohol y el café.

Este tipo de eventos me pone a pensar en lo desconectados que estamos de todo lo que ingerimos. Lo inconscientes que somos de algo que nos conforma y se convertirá eventualmente en parte de nuestro cuerpo, como lo es la alimentación.

Hace poco descubrí lo enganchado que estaba con la azúcar y ya tengo algunos meses de haberla dejado.

Hace 10 años que consumí mi último cigarrillo.

¿Hace cuanto que no analizas tus hábitos? ¿Cuándo fue la última vez que te alejaste de un hábito que sabes que te está haciendo mal? ¿Es mejor esperar a estar postrados en una cama de hospital? ¿Es mejor pedir perdón que pedir permiso?

«La salud es la riqueza real, y no piezas de oro y plata.»

-Mahatma Gandhi.

Kris Durden.