Kris DurdenCompartí en mi fanpage un video de una historia paranormal que me contaron cuando iba a la secundaria. Era sobre un niño que no sólo podía ver gente muerta, sino que también podía interactuar con ella como si fueran personas normales. Él al ser un niño, no podía diferenciar muy bien entre vivos y muertos, y solía pasar sus días jugando con niños que ya habían fallecido cerca de las vías del tren. (Aquí el link)

Por la noche, cuando revisé los comentarios apareció uno de un colega que había ido conmigo en la secundaria e insinuaba con humor que nada de lo que conté había pasado en realidad, pues él estuvo conmigo todo el primero, segundo y tercer grado de secundaria. Tras cuestionar un par de veces la veracidad del relato me encontré angustiado, tratando de convencerlo de que realmente pasó. Incluso etiqueté personas que vivieron conmigo las experiencias que narré en el video. No fue hasta que le recordé que yo había reprobado el tercer grado de secundaria que me dejó en visto (dejó de cuestionar). Pero entonces reflexioné bastante en lo importante que es para mí ser una persona íntegra y en lo vergonzoso que sería que se me señale como mentiroso, ratero o cobarde.

Hay muchas cosas que podrían darme vergüenza, pero en lugar de ello me hacen sentir orgulloso. Orgulloso por haberlo superado. Porque de esos errores que cometí por falta de seguridad, madures o experiencia, salí renovado, más fuerte y con más convicción.

Reprobé el tercer año de secundaria porque estaba convencido de que los maestros eran unos cretinos que no querían cultivar nuestras mentes, sino ganar su dinero sin importar si cumplían con su responsabilidad como pedagogos. Así que mandé al carajo al sistema educativo (y me fui entre las patas de esa decisión).

Fui un alcohólico empedernido al grado que mis conocidos pensaban que no tardaría mucho en amanecer en las banquetas con un mezcal a un lado, y aunque siempre me parece exagerado, esa es la percepción que la gente tenía de mí. Yo recuerdo que fue más divertido, pero bueno, al final lo dejé porque el dinero ya no alcanzaba para pagar la renta, la escuela y el vicio, así que decidí sacrificar uno de esos tres gastos y después de mucho pensarlo (porque regresar a casa de mis padres era una de las opciones) tomé la determinación de no dar pasos hacia atrás y dejar de fumar y beber con tal de seguir en la escuela de comunicaciones.

Fui un mentiroso, un niño y un adolescente muy mentiroso. Pero entiendo perfectamente que lo hacía porque me aburría con facilidad y tenía que inventar formas para entretenerme, así que me inventaba problemas que no existían para después resolverlos. Inventaba historias para que las personas que me rodeaban me admiraran, pero no era otra cosa que falta de autoestima, ya que no estaba haciendo otra cosa que buscando que los demás fueran quienes me dieran un valor, porque yo no sabía valorarme. Cuando entendí que eso era un acto de cobardía lo dejé de hacer.

Fui un niño que robaba pesos del buró de su madre. Y no lo hacía porque quisiera hacerle daño a alguien, sino porque era un egoísta que sólo pensaba en lo bien que lo podía pasar, sin pensar en lo difícil que es para los padres ganarse un peso. Me detuve el día que mi abuelita le comentaba a otra señora que su nieto había tomado dinero en el pasado, pero que ya habían charlado con él y ahora no tomaba ni un peso que no le perteneciera. Ese día comprendí lo orgullosa y feliz que puedes hacer sentir a una persona que te quiere, sólo con tus acciones.

Todo lo que acabo de mencionar podría darme vergüenza, pero más vergüenza me daría haber pasado por todo ello y no haber aprendido nada. Seguir en el mismo lugar, con la misma gente, esperando que una entidad fantástica todopoderosa arregle mi vida por mí.

Hoy me hago responsable de lo que digo y hago. Hoy me hago responsable de mi existencia.

Ojalá en estas líneas aquel que vive perseguido por la vergüenza encuentre algo de paz, ya que todos, sin importar cuán mediocre o reconocido sea, todos sentimos vergüenza de cosas que pueden no ser relevantes para los demás, pero es importante que sepamos que es parte de nuestra formación y que podemos aprender de ello. La clave de todo ello se encuentra en el perdón y la autocompasión.

«El problema humano básico es la falta de compasión. Mientras este problema subsista, subsistirán los demás problemas. Si se resuelve, podemos esperar días más felices.»

Dalai Lama