Kris DurdenMe temblaron las piernas cuando metió aquel sobre en la bolsa de mi sudadera. Me miró con sus enormes ojos verdes, me dio un beso en la comisura de la boca con su carnoso labio inferior y después se fue corriendo.

El resto de la tarde estuve acariciando la carta dentro de mi sudadera, para que mis amigos no la vieran. Había determinado leerla por la noche, cuando llegara a casa y así hice.

No puedo recordar qué decía la carta, pero jamás olvidaré lo que sentí en la panza cuando la leí. Esa noche no dormí hasta muy entrada la madrugada. La abría y la leía de nuevo, después la acercaba a mi rostro y la olía. Estaba perfumada.

No olvido el sonoro latir de mi corazón, las manos sudándome y las siguientes semanas sacarla de vez en vez, para releerla y olerla. Eso era amor.

 

15 años después siento una incomodidad en el cuello y me yergo para mitigar el dolor, pero lo que más me pesa es saber qué lo origina y no hacer nada para resolverlo. Soy un adicto al teléfono.

Un bulto de carne y grasa tirado sobre la cama, respondiendo mensajes en conversaciones que no tienen relevancia para mi especie.

Un comentario que me debería de parecer divertido aparece frente a mí, pero ni siquiera sonrío y entonces me detengo a pensar en cómo ha cambiado la forma en la que expresamos lo que sentimos y cómo nos hemos desconectado de todas estas emociones.

Ahora sabemos qué debemos de sentir y cómo debemos de trasmitirlo, pero realmente no lo sentimos. Y si lo sintiéramos no sabríamos como vivir esos sentimientos.

Vamos por el mundo sin una educación emocional y lo único que tenemos a la mano es un pelotón de rostros amarillos que deberían comunicar las complejas emociones que llevamos dentro. ¡Que injusto!

Que triste.

En alguna época lejana se podía decir:

 

“Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama

tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,

del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,

no podrá liberarse. ¡Nunca más!”

(Fragmento de The raven por Edgar Allan Poe)

 

Hoy lo expresamos con un seco emoji:

😕

 

¿Qué fue de aquel hermoso lenguaje que pudimos emplear para dar aliento en los momentos más difíciles y al mismo tiempo compartir lo importante que es para nosotros no ver a ese ser amado caer?

 

“No te rindas por favor no cedas,

aunque el frio queme,

aunque el miedo muerda,

aunque el sol se ponga y se calle el viento,

aun hay fuego en tu alma,

aun hay vida en tus sueños”

(Fragmento de No te rindas de Mario Benedetti)

 

¿Por qué todo eso se sustituyó por un emoji?

😉

 

¿Cuándo perdimos la capacidad de asombro y dejamos de contemplar con asombro nuestro entorno?

 

“¡Tigre! ¡Tigre!, fuego que ardes

En los bosques de la noche,

¿Qué mano inmortal, qué ojo

Pudo idear tu terrible simetría?

 

¿En qué distantes abismos, en qué cielos,

Ardió el fuego de tus ojos?”

(Fragmento de The tyger de William Blake)

 

¿Cuándo lo suplantamos con una estéril expresión como el emoji de…?

😯

 

La verdad es que podría prolongar este texto, pero prefiero dejarte con un par de preguntas.

¿Quien a osado alejarnos tanto de la palabra y nos ha dejado mudos con sus baratas figuritas? Y la peor parte es que nunca nos resistimos. Asentimos con aprobación y dimos gracias por facilitarnos la tarea de pensar y complicarnos la parte de contactar profundamente con lo que sentimos.

¿Quién ha sido el verdadero culpable, ese monstruo que sólo quería hacer la vida más practica o nosotros que abusamos del recurso que se nos brindó?

 

“Vuela a su lado y sé libre

contempla la vista y sólo respira

abre las alas buscando llegar lejos

siente la vibra del músculo que te da vida.

Disfruta y vive

trabaja duro

levántate y vuelve a volar.”

(Por Génesis Kristtel)