Kris DurdenMe siento al borde de la cama y miro a la monstruosa monotonía creciendo y degustando con calma cada una de las células que conforman mi existencia, y me pregunto si seré feliz viviendo en sus entrañas.

¿Por qué no habría de serlo?, si la constancia y la paciencia no sólo son el sistema respiratorio del monstruo, sino también son parte fundamental del éxito… Pero antes de seguir engañándome con pretextos y excusas para dejarme arrastrar por la criatura, una voz reverbera en mí.

«No te rindas»

Entonces recuerdo la primera vez que pasó y cómo me temblaron las piernas. Cómo me sudaron las manos. El colosal esfuerzo que hice para que no notaran que mi voz temblaba. Nada que haya dominado ha salido bien en el primer intento.

Lo sentí la primara vez que hablé en público y cuando la presión de la mirada de todo el mundo se posó sobre mí y me quedé sin nada que decir, me solté a llorar como el niño que era, hasta que un adulto me rescató de las risas de los espectadores, pero años después no hubo mirada que calmara la palabra que brotaba, no de mi boca, sino de mi alma.

Lo sentí cuando vi a la niña que me robaría tantas noches de sueños tranquilos y en su lugar dejaría a un ojeroso adolescente que no paraba de imaginar sus vidas juntos. A esa edad siempre es amor. Todo se exponenciaba cada que la veía de frente; de nuevo sin habla, de nuevo temblando y sudando mares. No saben cuánto tardé en poder cruzar palabras con ella sin parecer lento de ideas. Meses más tarde, ya superado el trauma, lo intentaba nuevamente con una niña diferente. La tarde desaparecía en el horizonte y terminaba por cobijarnos la noche, para dejarnos fundir en besos ahogados por la falta de experiencia.

Y qué decir de cuando vi a mi hija por primera vez. Creí que lo tenía bajo control y durante el parto me mantuve sereno, pero cuando la vi cruzar aquella enorme puerta de cristal en brazos de su madre, regresó tan súbitamente que en cuanto me dijeron que fuera a la farmacia salí corriendo en busca de los medicamentos que se ocuparían para los días posteriores. Por supuesto ya estando en casa me quedé horas con ella en los brazos y le conté los planes que tenía para el futuro. De hecho, hasta bailamos nuestra primer canción juntos.

Vinieron cuando cambié de empleo, cuando cambié de casa, cuando conocí a mi novia, cuando dije que sí a los nuevos proyectos.

¿Adónde van todas esas emociones cuando me dejan ensimismado mirando a la nada? ¿Adónde van todos esos te quiero que no se dicen? ¿Adónde van todos esos besos que no se dan?

Tal vez la vida prefiere estar con las personas que tienen el valor de vivirla y tomar los riesgos. Que prefiere acompañar a los que entregan el corazón al camino y no a las personas… Pero otras veces pienso que es mejor quedarme donde estoy, y seguir siendo constante. Seguir siendo paciente.

 

No te quedes inmóvil

al borde del camino

no congeles el júbilo

no quieras con desgana

no te salves ahora

ni nunca

no te salves…

 

Mario Benedetti.