Kris DurdenEsa mañana se despertó y la primera palabra que le vino a la mente fue Pancho. Meditó un poco en ello, pero no mucho, porque tenía un montón de juntas por delante. Mientras cepillaba sus dientes y se miraba al espejo la pregunta volvió a retumbar dentro de su cabeza ¿Cuál Pancho? Y ahí, con la mirada perdida en su propio rostro, recordó la violencia con la que su amigo imaginario respondía a ese apodo.

–¡Soy Frank, no Pancho!

–Te llamas Francisco y a los Francisco se les dice Pancho.

En respuesta su amigo imaginario le metió un rodillazo conocido como la dormilona.

–Y te voy a dar otro, cada que me digas Pancho. Dime Frank.

Sonrió al espejo al recordar esa escena y muchas otras que vivieron juntos y se preguntó: ¿Cuándo lo había dejado de ver?, ¿qué había sido de él?, ¿a dónde van los amigos imaginarios cuando ya no se ven?, ¿simplemente mueren? ¿o permanecen vagando en un limbo en la mente de su creador?

Miró su reloj y dejó las preguntas existenciales para luego. Ese día no sólo tenía juntas importantes sino también una cita con una mujer que lo ponía realmente nervioso, así que se rasuró, se perfumó y se calzó los zapatos nuevos.

Para el medio día había terminado con las juntas más importantes y había logrado concretar dos negocios que prometían catapultar a la cima a la empresa para la que trabajaba. Se sentía lleno de vitalidad. Como una fisión nuclear. Pero a nivel personal aun faltaba lo más difícil. La cita de la noche con aquella mujer que prometía hacerlo crecer en todos los sentidos. Se sentía confiado por el éxito de las juntas, pero no quería cometer ningún error. Así que se sentó en un restaurante para meditar un poco en las preguntas que podían detonar una magnífica conversación.

Pidió ensalada, seguida de un salmón y el clima frío lo invitó a beber algo cálido; café sin endulzar. Había concretado algunas preguntas que motivarían la charla sobre sus raíces y que eso diera paso al por qué de la toma de muchas de sus decisiones actuales, cosas que los llevaría a hablar del futuro. Mientras pensaba en todo eso, no paraba de menear la cálida taza de café en aquella fría tarde, y entonces recordó que ese hábito no era suyo, sino de su amigo imaginario. En su infancia él prefería el té con dos de azúcar, mientras su amigo imaginario solía pedir café sin endulzar.

-¿Por qué pides café… Y sin azúcar?

–Porque me gusta –Respondía burlón su amigo imaginario–.

–¡Eres un mentiroso! Eso sabe horrible hasta para los adultos. Lo que creo, es que te quieres hacer el interesante.

Ahí, frente a una taza de café que no probó, recordó ese odioso hábito de su amigo imaginario, porque sabía que lo hacía sólo para parecer un adulto y no porque realmente fuera rico al paladar. Ahora, él estaba haciendo lo mismo después de 20 años de no pedir un café. Decidió que no lo terminaría. Pagó su cuenta y se fue.

Quedaban algunas juntas pendientes y tenía que hablar con su equipo sobre los favorables cambios para la empresa.

El reloj ya casi marcaba las 8pm. Dejó satisfecho la sala de juntas, sabiendo que tenía al mejor equipo de su lado. Cada uno cumpliría con su parte y ahora sólo tenía una misión más por cumplir. La cena con Sofía.

Pasó al sanitario de la empresa, que para ese momento ya sólo contaba con su equipo, que se había quedado para la junta, y el personal de vigilancia. Orinó, se lavó las manos y se acomodó el cabello. Miró lo bien que se le veía la barba a esa hora. De pronto recordó que había sido Pancho, su amigo imaginario, el que le había enseñado cómo afeitarse.

–¿Y quién te enseñó a ti? –Preguntó intrigado a Pancho–

–El papá de un amigo.

–¿Tienes más amigos?

–Sí, como todos.

–¿Y son imaginarios como tú, Pancho?

–Yo no soy imaginario, tú eres imaginario. Y no me digas Pancho o te suelto un madrazo.

La puerta se abrió y entró uno de los chicos que había estado con él en la junta. El chico le dedicó una sonrisa tímida a la que él respondió con perplejidad. Lo miró por el espejo entrar a uno de los baños y para emprender la retirada.

Pidió un uber y salió camino a su cita con Sofía, pero no paraba de pensar en la extraña naturaleza de sus conversaciones con Pancho. Se podían justificar con la creatividad de la que hacía ostento desde pequeño y no le extrañaba que ahora fuera director creativo en una empresa como esa.

Trató de sacudirse esos recuerdos, pero sólo consiguió ensimismarse más en ellos.

Su mente viajó de regreso a los desolados paisajes de Ecatepec y se encontró explorando aquellas exóticas tierras plagadas de polvo y maíz. Ahí conoció a su amigo imaginario. Ahí se convirtió en el hombre que hoy era, y en gran parte gracias a Pancho. Él lo había apoyado y orillado en muchas ocasiones a dejar el miedo atrás y aventurarse a un mundo que sólo le pertenecía a los valientes.

–Servido señor –Dijo el chofer del uber–.

–Gracias –Respondió dejando atrás sus memorias–.

Se dio un momento en la entrada del lugar para acomodarse el saco y las ideas. Recordó las preguntas que ayudarían a tener una conversación fluida y entró al romántico lugar que sellaría su destino.

–Buenas noches, ¿ya lo esperan? –Dijo con una sonrisa la señorita de la recepción–

–Sí, muchas gracias.

–¿A nombre de quién?

–Christopher Hernández, dos personas –Tras un momento buscando en la lista la señorita respondió–

–No tengo ese nombre registrado

–¿Querrías buscar de nuevo? Yo mismo reservé. Es importante.

–Ya busqué dos veces, señor.

–¿Me permite ver la lista?

De principio parecía tener la razón, pero tras revisar con más cuidado descubrió un nombre que lo dejó helado: Francisco Ruiz. Todo el día había estado pensando en su amigo imaginario y ahora resultaba que también estaba anotado en la lista.

–¿Se siente bien, señor? Se le nota pálido.

–Sí… Permítame un segundo. Revisaré si mi acompañante reservó por mí.

Salió un momento fingiendo que usaba el celular, y respiró profundo el aire helado de la noche. Meditó un momento en lo siguiente que haría y tomó la determinación de quitarse de la mente, de una vez por todas, a su amigo imaginario.

–Señorita –Entró sonriendo falsamente– Ya me dijo a nombre de a quién puso la mesa: Francisco Ruiz.

La chica revisó una vez más y sonrió al descubrir el nombre. Tomó una carta y lo invitó a seguirla. En el camino, pasando entre las mesas y los comensales que hacían sonar sus cubiertos contra los platos, riendo y platicando en un tono de voz, sólo podía pensar en lo que diría a la señorita cuando descubriera que esa no era su mesa. Pero cuando llegaron se encontró con un rostro familiar, que le robó de golpe la sangre del rostro. Se veía envejecido, pero era él. Era su amigo imaginario, a casi quince años de no verlo.

–Esta es su mesa, señor.

Pancho miró primero a la chica con rostro extrañado y luego miró ese viejo y conocido rostro. Una sonrisa enorme se dibujó en su cara y lo invitó a sentarse al tiempo que le estrechaba la mano. Él estrechó su mano mecánicamente y se sentó mudo como una tabla.

–¿Cuanto tiempo? –Dijo Pancho–

–¿Me he vuelto loco? –Atinó a decir él–

–No, nada de eso. Disculpa que sea de esta forma y tantos años después, pero…

–Tú no eres real. Entonces nada de esto es real. ¿Estoy dormido, en coma o muerto?, ¿qué demonios pasa aquí?

–¡Oh! Esto tendrá que ser rápido –Dijo Pancho mirando a la entrada, donde aparecía una mujer delgada, blanca, de cabello negro, vestido de noche, lentes y mucho porte–. Ya llegó mi cita.

Él volteó en dirección donde miraba Pancho y descubrió a Sofía caminando detrás de la chica de recepción. Caminaban al lado contrario del restaurante y se sentaban a penas en un lugar visible desde donde estaban ellos.

–¿Qué está pasando? ¿Conoces a Sofía? –Pancho le dedicó una sonrisa un tanto triste–.

–Creo que Sofía es la indicada y es por eso que debo terminar con esto. Tú eres imaginario y ya no puedo depender más de ti.

–¿Esta es una broma para YouTube?

–Esta no es ninguna broma y llegó el día en que hagas lo que los amigos otros imaginarios hacen. Vete. Haz tu vida… O muere. No lo sé. Pero conmigo ya no puedes estar.

–¿De qué hablas?

–Es tiempo de recobrar mi vida. Ya llevas bastante pretendiendo ser yo –Al escuchar las palabras de Pancho comenzó a marearse y a sentir que le faltaba la sangre. Trató de ponerse en pie y llegar con Sofía para explicarle que necesitaba unos minutos para refrescarse, pero no pudo levantarse del sofá–. No lo hagas más difícil. No hay nada que puedas decirle a ella para resolver tu situación.

–¿Cómo sabes que…?

–Será mejor que te deje aquí a meditar un poco. Sólo una cosa, cuando termines de pensar en lo que sea que los amigos imaginarios piensen, por favor no nos busques más.

Tras escuchar a Pancho decir eso, se incorporó y lo tomó bruscamente por la camisa. Pancho ni siquiera hizo por defenderse y lo miró tratar de gesticular alguna oración que jamás pudo pronunciar. Arrojó al piso todos los objetos sobre la mesa le clavó el dedo índice en el pecho. Antes de decir cualquier cosa cayó en cuenta de que ninguna de las personas en el lugar había dejado de lado su cena para contemplar el drama que ahí acontecía. Miró atónito a la gente seguir con sus monótonas vidas, despreocupados de que un hombre estuviera subido a un mesa zarandeando a otro.

–Ya no lo hagas. No te desgastes –Dijo Pancho–.

Al regresar la vista, estaba sentado como si nada, con todos los cubiertos puestos sobre la mesa y sus dos manos reposando cruzadas sobre su regazo.

–¿Qué?

–Sólo eres un amigo imaginario.

–¡Tú eres el imaginario! –Se levantó y comenzó a gritar a todo el mundo en el restaurante, tratando de encontrar el apoyo de los comensales, pero nadie se inmutó en lo más mínimo.

–Basta.

–¿Qué? –Al regresar la vista se encontraba en la misma posición; sentado sobre la mesa con las manos cruzadas sobre el regazo–.

–Sólo eres un producto de la imaginación que no sabe que es imaginario, pero ya llegó el día. Ya no podemos compartir esta vida. Me tengo que ir. Tengo una cita. Te prometo ser un hombre tan feliz como el escritor de mi vida me lo permita y eso nos beneficiará a los dos.

Pancho se levantó y caminó en dirección a Sofía. Él no pudo concebir la escena y salió corriendo del restaurante, dándole las gracias a una chica que pareció no verlo. Dejando a otro hombre cosechando los frutos de toda una vida, que él trabajó.

Deambuló toda la noche como un fantasma. Ignorado por todos aquellos con quienes se encontró. Ni los  mendigos con su permanente mano estirado notaron su presencia. Contempló el amanecer debajo del monumento a la revolución y cayó en cuenta de que no sentía ni frío ni hambre. Sólo sentía miedo y rabia.

El proceso había comenzado y pronto dejaría de ser lo que sea que fuese.

Tomó una última determinación: No podía permitirse diluirse entre el miedo y la rabia. Tenía que haber alguna otra emoción antes de desaparecer. Algo bueno.

«No es posible que Pancho no conozca esta frustración que ahora siento, porque si soy imaginario y él me imaginó debe de tener algún referente. Así como la felicidad que ha plagado mi vida, este dolor él lo ha sentido. ¿Será que él se ha descubierto intangible? ¿Será que él se sabe un producto de la imaginación de alguien más? ¿Somos acaso simples letras sobre una superficie pálida que dejan de existir en el papel y renacen en la mente del lector? De ser así no tengo nada que reprocharle a Pancho, sino al escritor que nos encarceló aquí y al lector que nos ha dado vida una vez más.»

Kris Durden