Kris DurdenY un día cualquiera llegó una carta a mi amigo imaginario que lo invitaba a participar en el torneo mundial de combates cuerpo a cuerpo y eso lo removió todo.

Durante su adolescencia golpeó a tantos abusivos (y venció) que llegó el día en que los abusivos pensaban dos veces antes de volver a quitarle su dinero al ingenuo estudiante. De hecho, un día se plantó en el parque con su selecto grupo de amigos y comenzó a entrenarlos en las artes del boxeo romano y del boxeo chino. Con el tiempo se sumaron discretamente chicos extraños que pasaban por el parque y comenzó a entrenarlos pidiendo sólo una cosa a cambio: gratitud para los maestros que habían dado sus vidas por heredarnos sus enseñanzas.

Entrenó a los débiles y de pronto comenzó a entrenar por igual a los abusivos. A los dos grupos les enseñó a llevar al límite su cuerpo, a no bajar la guardia y usar aquellas técnicas de guerra y combate solamente cuando se tratase de defender al indefenso o defender sus ideales.

No volveré a presenciar tanta armonía en Ecatepec.

Los años pasaron y el guerrero creció para vivir la guerra desde todos los frentes, pues en el campo de batalla era donde realmente se sentía vivo, y lo más importante, donde su corazón encontraba paz. Hizo la guerra como amigo, como aleado, como peón y como alfil; incluso fue el enemigo y retornó con una comprensión más clara de lo que hay más allá del bien y el mal.

Pero el guerrero también se desgasta y sin importar que sea imaginario los años terminan por pasar factura.

Un día, a 15 años de aquellos días en los que entrenaba en el parque con amigos y antiguos enemigos, se encontró dando vueltas por el aire, dentro de una camioneta blindada. De entre los muchos golpes que recibió, el más letal había provenido de su propia arma larga, que tantas veces atrás le había salvado la vida. En la última voltereta, el arma impactó con la culata su vientre y le reventó los intestinos. En la adrenalina del momento no lo notó, pero más tarde estaría sobre la plancha de un quirófano librando una guerra entre la vida y la muerte. El guerrero venció.

Sus hazañas ya comenzaban a superar su nombre y un año después llegó la carta a la competencia mundial llegó.

La mortal herida había cicatrizado en apariencia, pero era muy pronto para regresar a la guerra. La sed por medirse con los más fieros guerreros del mundo superó su sentido común y viajó a otro país para enfrentarlos a todos.

No ganó.

No era la primera vez que perdía una batalla y sabía que no significaba que hubiera perdido la guerra, pues en dos años podría competir nuevamente por la máxima presea, pero algo andaba mal. Algo siguió muy mal.

Hoy anda errante por el mundo. Vacío.

A veces lo miro y pienso que sólo él sabe lo que le hace falta.

A veces lo miro y pienso que debería de pelear con gratitud, defender al indefenso y defender sus ideales.

A veces me miro y pienso que uno debe de estarse preparando todo el tiempo para el día en que llegue la carta y me invite a participar con los mejores del mundo. Y que pase lo que pase tengo que ganar sobre ese importante ring.

A veces me miro y pienso «Kris Durden, no te detengas ahora.»

 

“No seré una estrella de rock. Seré una leyenda”.

Freddie Mercury