kris_DurdenSentía la barriga llena de sopa de camarones y aún tenía en la boca el sabor de la salsa y el limón que mi amigo le había agregado sin escatimar. No solía comerla así, pero mis amigos había insistido y para ese entonces yo hacía mucho de lo que mis amigos me sugerían (sólo éramos niños de 11 años). Nos conocíamos desde segundo de primaria y nunca habíamos dado motivos para desconfiar los unos de los otros. Nos cuidábamos como hermanos (pienso que aún lo hacemos) y de igual forma nos molestábamos sólo como los hermanos lo harían. Cada quién había asumido una especie de rol de acuerdo a nuestras edades; Martín era 8 días más grande que yo y yo era 8 meses más grande que Carlos, por lo tanto Carlos y yo siempre estábamos secundando las locas ideas de Martín (ideas que parecían no tener fin y todas siempre encausadas en vivir y disfrutar de la vida hasta el límite, pero sin olvidar hacer primero nuestros deberes) y él siempre estaba viendo por nosotros. Nos buleaba como lo haría un hermano mayor con sus hermanos menores y muchas veces hacía mancuerna con uno para fastidiar al otro, sólo porque estaba aburrido.
Aquella tarde, después de haber devorado la sopa de camarones, Martín se levantó y apagó el supernintendo (jugábamos Donkey Kong Country) y se le ocurrió preguntar por nuestros miedos.
Medité un momento en ello y confesé que no sabía cuándo había comenzado a ocurrir, pero tenía memorias de más pequeño en las que agarraba arañas sin inmutarme en lo más mínimo, pero algo había cambiado y ahora no podía estar en la misma habitación en la que hubiera visto una y ni hablar de dormir en una habitación a oscuras con una araña desplazándose de una esquina del techo a otra. Recordé algunos momentos que podrían haber influido en ese irracional temor: Mi tío sacando una araña de debajo de la mesa y sólo para tomarla entre sus dedos para arrancarle una pata y después posar esa pata sobre la palma de su otra mano y verla moverse sin control ahora ajena a su cuerpo. También recordé que en otra ocasión se acercaba hacia mí el rostro de mi tía gritándome un poco asustada que soltara ese animalejo. En el kínder había un niño que un día toco una telaraña debajo del lavabo y se tiró al piso en el momento en que entraba en pánico. Una maestra que pasaba por ahí lo levantó del piso y yo me limité a mirar cómo se lo llevaba cargando tratando de averiguar qué le había ocurrido.
La verdad es que el origen era incierto, pero eso no importaba. No le interesaba a Martín de dónde provenía el miedo, sino cómo iba a resolverlo.
Después de escucharnos, le preguntamos lo mismo y contestó que le daban miedo los espacios cerrados y la soledad. Encendió el supernintendo y nos dejó jugando un rato mientras él se retiraba a una de las habitaciones a hacer cualquier cosa. Cuando llegó mi turno de jugar, llamó a Carlos y me dejaron solo intentando pasar la misión. Cuando regresaron, Martín tenía una de sus manos cerrada con mucho recelo. Intentaba contener unas diez arañas que había ido a buscar por toda la casa. Sacó una y la comenzó a acercar a mí. Creo que tardé un poco en darme cuenta de lo que tramaba, porque me acercó la primer araña casi hasta el rostro. Pegué un brinco hasta el orto extremo de la sala y un repentino ataque de escalofríos me recorrió el cuerpo desde la punta de los pies, hasta el ultimo cabello de la coronilla.
Comencé a sacudirme y a voltear para atrás, como si estuvieran asechando más arañas detrás de las cortinas. Pronto me di cuenta de que en realidad sí había más arañas patonas en algunas esquinas del techo de la sala. Martín comenzó a reír y a hacer ruidos extraños, casi Tribales, mientras caminaba hacia mí sacudiendo una araña en el aire. Grité, iluso, que no se acercara más, pero este siguió avanzando. Comenzó a arrinconarme y se detuvo a una distancia prudente. Me arrojó la araña a la cara.
Quedé presa del pánico y comencé a palmearme todo el cuerpo con desesperación (¿han visto la película de Irene yo y mi otro yo?). Mientras trataba de sacudirme una araña que ahora se escurría por mi ropa, Martín ya se acercaba con una más. Manoteé y se la tiré. Salí corriendo, pero Carlos estaba cerca de la puerta de la casa y temí que me atacara con otra araña, así que me replegué en dirección al patio, pero Martín ya lo había previsto así que cerró la puerta trasera para impedir que huyera. Mientras intentaba escapar por ahí, sentí cómo las arañas caían en mi cabello. Para ese momento ya había gritado todo lo que podía gritar y había pasado de pensar que era un inocente juego a una cruel venganza. Me di la vuelta y miré un lavadero con algo de agua estancada, tomé un traste y comencé a arrojarles agua. Martín no se intimidó en lo más mínimo, aunque sí vi a Carlos retroceder. Martín se seguía riendo mientras el agua se le escurría, dejaba claro que no desistiría. Sentí furia. Cambié.
-¡QUÉ-QUIE-RES-DE-MÍ! –Grité exaltado tirando puñetazos al lavabo de concreto y reconociendo que una parte de mí quería borrarle esa fea mueca de un derechazo. En ese momento su sonrisa se desvaneció y su rostro se ensombreció.
-Quiero que agarres una araña y me demuestres que no le temes.
Lo miré con los ojos húmedos por el coraje y accedí.
Extendí la mano y le dije dámela. Él puso una araña y antes de que la pobre araña pudiera dar un paso, sacudí la mano con fuerza.
-¡Ya lo hice! Ahora déjame en paz.
-¡NO! Sostenla hasta que yo te diga.
Sacó la última araña y me miró a los ojos. Yo sabía que Martín tenía palabra, así que lo iba a intentar una vez más. Puso la araña sobre mi mano y luego me miró. Yo puse toda mi atención en esta y vi sus enormes patas comenzar a moverse lentamente. Comenzó a subir por mi brazo y algo cambió de nuevo.
-No la dejes caer.
No sé si respondí, pero comencé a pensar que esa pobre araña tal vez la estaba pasando peor que yo. La pasé de mi brazo derecho a mi mano izquierda. Me di la vuelta y la dejé en un lugar alto, donde quizá pudiera comenzar una telaraña de nuevo.
Cuando regresé la vista Martín me estaba sonriendo.
-Sabía que podías.
Después de ese día me propuse terminar con mis miedos irracionales y aunque no les puse fecha, eventualmente las circunstancias me fueron orillando a hacerlo. Superé el vértigo y más recientemente la incapacidad de entablar una conversación con una chica que me pareciera linda.
No parece un gran paso, pero tienes que creerme cuando te digo que cambia completamente la manera en la que te percibes como persona. Poco a poco te convences de que puedes superar cualquier cosa que la vida te ponga enfrente.
No les digo que tienen que ponerse en las mismas condiciones en las que me puso mi amigo, pero les hago la recomendación para que lo intenten. Tal vez tu proceso sea distinto, pues todos aprendemos de maneras y a ritmos distintos. Tal vez necesites de un tótem, y si es así aquí te dejo mi primer columna en ideas que ayudan sobre cómo superar cualquier miedo.

El corazón que está lleno de miedo, ha de estar vacío de esperanza.
Fray Antonio de Guevara