Kris DurdenY estando de pie con la mirada un poco perdida en los controles de vídeo y audio, de una conferencia para casi tres mil personas comencé a pensar en todo lo que he vivido en los últimos cuatro años y medio.

Los lugares que he visitado y las personas que he conocido. Las metas alcanzadas y, por supuesto, los errores cometidos; que son muchísimos, y que son la base de todo lo que soy.

«Donde quiera que esté… ¿realmente estaría orgullosa de mí?», fue un pensamiento fugaz dedicado a mi abuelita. «En realidad no estoy seguro, pues muchas cosas se me han ido de las manos».

Pensar en todo lo que he trabajado por mis sueños también me hizo pensar en lo poco que he trabajado en mi vida personal. Me hizo pensar en aquel ser que mientras vivió tocó nuestro corazón y nos llenó el rostro de alegría. Mi ejemplo a seguir.

Salíamos a las calles, robando las miradas de decenas de personas. No por mí, o mi inigualable carisma (broma), sino por él. Verlo caminar por ahí ya era un espectáculo maravilloso para la mayoría de los transeúntes.

Con su penetrante mirada de ojos azules. Pálidos y fríos como un témpano. Si te veía directo a los ojos podías asumir que tu vida estaba en peligro. Nada más falso, pues a pesar de sus enormes patas e imponentes mandíbulas, nunca mordió a nadie.

Cuando lo conocí ya iba a la mitad de su vida.

Desde que salió, no pude evitar dar un pequeño paso hacia atrás y encoger ligeramente las manos. Él, con desconfianza, acercó su hocico a mí, para ver si reconocía mi aroma. Sin despegar las cuatro patas del suelo, su hocico llegó hasta la boca de mi estómago. Me miró a los ojos y se dio media vuelta dejándome ver que yo no era de su interés. Ni la cola me movió. Está de más decir que Yaz (quien aún no era mi novia) a penas y podía controlarlo, pues hasta los movimientos más ligeros la hacían dar pequeños pasos de desequilibrio.

Caminamos los tres juntos para dar una pequeña vuelta. Era celoso con su dueña, ya que todo el camino se la pasó haciendo como que olfateaba un poco aquí y otro poco allá, pero siempre mirándome de reojo. Cuando ya lo íbamos a dejar, pasé al edificio y en cuanto crucé la puerta para comenzar a subir las escaleras él se dio media vuelta y nos miró intermitentemente a mí y a su dueña, como diciendo «¿Por qué nos estás siguiendo?, ¿por qué estás en mi territorio?» Yaz lo obligó a subir las escaleras, pero éste no dejaba de voltear cada dos pasos para ver qué hacía en su territorio.

Cuando por fin llegamos a la puerta de su departamento no me dejó ni dar un paso dentro. Bastó con que gruñera una vez para darme cuenta del poder de ese animal. Se escuchó como el motor de un Mustang. Esperé a Yaz afuera.

No supe en qué momento nos volvimos tan unidos.

Corte “A”: dormíamos en la misma cama, porque aunque él tenía una cama individual para él solo, le gustaba más nuestra cama matrimonial. A mí me gustaba subir mi pierna en él y a él le gustaba poner su rabo lo más cerca que podía en nuestra cara. Para comer había que prepararle un plato a él de lo que fuera que estuviéramos comiendo. Amaba los chayotes con crema, pero su parte favorita era la cena. Le encantaba el pan de naranja y los sándwich de mayonesa; siempre acompañados de su vaso de leche.

Lo bañé pocas veces porque no era tan fácil meter a bañar a un perro de más 85 kilos y 180 centímetros de estatura (90cm a la cruz).

Poco a poco comenzó a quererme más a mí que a su dueña, y yo comencé a quererlo más a él que… A la comida.

Todos lo amábamos porque aunque parecía rudo, era un niñote muy travieso.

Aprendió muchas mañas mías; desde dormir con almohada hasta cenar gringas en el Tlaquepaque de Isabel la Católica casi esquina 5 de Mayo (Centro Histórico). Yo aprendí mucho de él; como cuidar de los tuyos sin importar que tan difíciles estén las cosas o a decir te amo sin pronunciar palabra.

Ya hace un tiempo que Dante no está con nosotros y recordarlo me hace pensar que no debo de descuidar a las personas que amo. Que no debo desentenderme de mis emociones y contactar con lo que siento para saber invertir mi tiempo con las personas que quiero y me quieren.

Nos sé dónde estén esos dos seres maravillosos que se convirtieron en mi guías de vida.

No sé si mi abuelita estaría orgullosa de su nieto, pero estoy seguro de que Dante estaría muy decepcionado de mí, porque hace tiempo que no digo te amo como él hacía a diario con nosotros.

 

Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando.

Rabindranath Tagore