Kris DurdenMe apasiona tanto perseguir sueños como algunos perros les apasiona perseguir carros. Y es que sé de la importancia de hacer día con día un pequeño (o gran) esfuerzo para ir en pos de ese algo que nos llena espiritualmente. Vivir de lo que amas hacer para nunca tener que trabajar. Por esta misma razón, muchas veces me olvido de que también tengo una vida personal, con regalos del destino como los amigos que conservo desde la infancia.

Me senté en la silla de la barbería Los Classics en el Centro Histórico de la ciudad a escuchar la cháchara que un amigo de la adolescencia tenía por soltar. Desde que tengo memoria escucharlo hablar es como ver la televisión; puede mantenerte horas sin parpadear, con una sonrisa en la cara y diciendo cosas estúpidas y sin relevancia, así que por más que quieres apartar tu atención de él, siempre regresas por el morbo de saber cómo termina su historia. Sin duda un gran lugar para aprovechar ese talente: Una barbería. Mientras la navaja se deslizaba por mi rostro, cercenando el vello y haciendo ese áspero, pero tan gratificante sonido, mi amigo mencionó que por la noche habría un evento a una calle de ahí, en el Pasagüero y que cantaría junto con otras grandes figuras del género como Eptos y Juancer.

No pude evitar pensar en todas las veces que Juancer me había invitado a sus eventos y en más de 10 años de trayectoria, jamás me había dignado en ir siquiera a uno. Aquel chico que conocí en la primaria, que solía usar pants con zapatos y cascarear como si tuviera dos pies izquierdos, y con el que había crecido para verlo ser el primero en desafiar a sus padres (y a su mal gusto), levantar la voz y hacerse uno de los chicos con la personalidad que todas las niñas de la edad deseaban.

Estudiamos juntos la primaria, durante la secundaria nos seguimos viendo, aunque cada quien iba en la que la suerte había deparado para cada uno. Nos metimos juntos a la prepa y estudiamos en la misma aula la carrera de programación y análisis de sistemas. Pasamos por todas las etapas codo a codo. Comimos la comida de nuestras abuelas, besamos a las mismas chicas, compartimos la misma jarra de agua y mezcal, dormimos a la intemperie e incendiamos contenedores de basura sólo por diversión.

Él era ese amigo que me solaparía si quisiera llevar a cabo algún plan malévolo y jamás diría nada que me comprometiera y lo mismo yo era para él.

«No me extraña que no me haya dicho nada del evento más cercano a mi casa» Pensé al tiempo que reflexionaba en lo que significaban 10 años de invitaciones a las cuales no correspondí ni una sola vez.

Me alegró y me entristeció pensar en todo ello, así que tomé la determinación de que esa noche no llegaría a escribir, sino que me lanzaría al evento en el Pasagüero.

Me levanté de la silla realmente agradecido por uno de los mejores servicios de barbería que me habían dado (y además barato) y me retiré completamente satisfecho.

No llegué a tiempo.

Ya había terminado su participación y no había podido escucharlo, pero él, en lugar de sentirse mal u ofendido, me recibió con una gran sonrisa, me abrazó y me presentó con su ingeniero de audio.

–Amigo –Comencé–, si no disponen de tanto tiempo para una cena, ¿te parece si les invito una cerveza?

–Estamos hablando el mismo idioma, obeso.

Solté una carcajada y no supe cuánto había pasado desde la ultima vez que alguien me decía obeso.

Esa noche reímos como locos y recordamos historias tan estúpidas como un día que nos estábamos escupiendo el rostro a media noche, a media avenida y su papá nos había sorprendido con un «¿Quieren que les escupa yo, cabrones?».

Hablamos del destino y por supuesto de la fragilidad de la vida. Tuve una plática para mis adentros donde repasé lo frágil que también podrían parecer las relaciones humanas, pero me sorprendí con la fuerza que nuestra amistad aun conservaba. Lejos de los malos pensamientos y tan cerca de lo mucho que seguíamos confiando el uno en el otro.

Entendí que los amigos no son para siempre, pero te puedo asegurar que los verdaderos amigos te pueden durar hasta que los huesos se desgasten, la piel se adelgace y los dientes y el cabello caigan.. Una amistad verdadera se va fortaleciendo con los años y hoy haría tanto por él, como cuando tenía 7, 12, 16 o 25 años.

 

«La amistad es más difícil y más rara que el amor. Por eso, hay que salvarla como sea.»

Alberto Moravia