Tomó el arma en sus enormes manos y se sentó al filo de la cama de la habitación 616, en la que tantas noches atrás habían hecho el amor… Bueno, ella dijo que sólo era sexo, pero él, en el fondo, sabía que lo que realmente hacían era más que un acto carnal y efímero. Fundir sus almas con esa ferocidad iba más allá. Miró la pesada arma recién engrasada, pensando que sería una vía de escape con dos probables salidas: por un lado existía la posibilidad de que la bala, al atravesar su cerebro, separara violentamente todas y cada una de las neuronas que contenían los recuerdos de ella y los fragmentos de sus deseos terminaran ilegibles, decorando las paredes y la colcha de la habitación, y por otro lado, cabía la posibilidad de que una vez muerto pudiera, de alguna manera incomprensible, ir a buscarla en ese otro lugar más allá de la vida.
Meditó un momento en su familia y recordó a la esposa con la que compartió 25 años de matrimonio y que estuvo a su lado en las buenas, en las malas y en las peores. Sintió algo de vergüenza, pero no tanta, porque después de todo no se sentía culpable por haberse enamorado de otra mujer; una mujer que se veía tan joven como las novias universitarias de sus hijos, pero que podría poseer un alma tan vieja como la humanidad misma. Recordó a sus hijos, que ahora eran todos unos hombres y que ya no dependían más de él. Uno era médico cirujano en Boston y el otro estaba a días de terminar su carrera como arquitecto en una importante universidad de la Ciudad de México. Les dejaba una gran fortuna en el banco que había amasado durante tantos años en la industria de las comunicaciones y la publicidad; industria en la que había laborado casi tres décadas sin ningún interés por el dinero y más bien, motivado porque realmente amaba lo que hacía. Era un apasionado de cualquier proyecto en el que se embarcaba. Al parecer de las demás personas sólo había fallado en una cosa; su matrimonio; Durante los 25 años que duró había sido casi perfecto. Cómo todas parejas a veces discutían, pero sólo una vez habían peleado de verdad, y fue durante la adolescencia de su hijo mayor, que en una cena, celular en mano no paraba de ignorarlos. Diane le llamó la atención más molesta que nunca, pero su hijo se limitó a torcer la boca y continuó, miró a su marido en busca de un respaldo, pero él estaba cansado y no la había secundado, de hecho le había dicho que dejara en paz al muchacho. La furia se mezcló con las hormonas y Troya ardió. A la mañana siguiente arreglaron las cosas y fue como si nunca hubiera pasado.
Cuando Diane se enteró de que había otra mujer ella lo sorprendió actuando completamente en contra de lo que había representado toda la vida y había aceptado con solemnidad, y sin discusiones que podría tragarse su orgullo y soportar vivir siendo la esposa engañada, pues ella creía que lo amaba más de lo que se amaba a sí misma, error común en las mujeres de su época. Él no se lo permitió y arregló una separación tan discreta que a penas se enteraron sus hijos. De hecho, esos jóvenes olvidaban la mayor parte del tiempo de que sus padres se habían separado y sólo lo recordaban en pláticas relacionadas con el tema. Para las demás personas el mundo siguió girando como lo hacia desde 4470 millones de años atrás.
Repasó mentalmente los años que estuvo con Diane y todas las mujeres hermosas e inteligentes que buscaron relacionarse sentimental y sexualmente con él, pero que no tuvieron éxito.
Recordó los apuestos hombres que muchas veces intentaron seducir a su esposa y que terminaron humillados con guante blanco por los sutiles, pero agudos comentarios que Diane siempre tenía para alejarlos.
Todos esos años se habían escurrido como agua entre sus manos y no volverían jamás; en realidad no deseaba vivir de nuevo esa historia, pues ahora sólo una mujer ocupaba su mente; Rita de Casia.
La noche en la que Diane supo que había otra no la tomó por sorpresa, pues desde hacia unas semanas atrás había notado a su esposo un tanto raro. Primero que nada él no sabía mentir y cuando algo le angustiaba ella lo notaba de inmediato y bastaba con que cerca de la media noche le sirviera un chocolate caliente sobre la barra de la cocina para que él se soltara a hablar toda la noche de las cosas que le preocupaban. Ella siempre escuchaba atenta y serena, hasta que su hombre terminaba de hablar, luego lo miraba un momento a los ojos y leía en su rostro si lo que realmente quería era un consejo o sólo alguien que lo escuchara para aclarar la mente. Si el caso era el primero se acercaba a él y usando un tono firme pero amoroso le decía lo que su criterio y moral tenían para decir, y siempre resultaba confortante para él tener un punto de vista que no había contemplado, pero sobre todo tener a una mujer que no sólo era hermosa sino también inteligente y muy capaz. Si el caso era el segundo, se acercaba más despacio y lo llenaba de besos y carisias para susurrarle al oído que lo amaba y que lo apoyaría en lo que fuera que decidiera. Pero esa noche no pasó ni la una ni la otra. Cuando él entró en la cocina aquella noche lluviosa, y el aroma a chocolate caliente lo abofeteó en el rostro, y miró la humeante taza sobre la barra de la cocina. Se sintió acorralado. Atrapado como el ratón que había sacado de casa de sus padres cuando tenía 10 años y que terminó dentro de una bolsa, aplastado por una enorme roca muy cerca del parque donde la pobre criatura ni siquiera tuvo la fortuna de respirar aire fresco por última vez. Ella esperó a que él tomara asiento, pero él sabía que no tenía que alargar la espera.
–Sí –Dijo con su gruesa voz –. Hay otra mujer, pero no es lo que…
Ella lo interrumpió abruptamente.
–¡Sólo quiero saber una cosa! –Dijo voluble, pero luego recobró la compostura –. ¿La amas?
Él miró avergonzado al piso buscando alguna salida mágica al problema, pero no la encontró así que concluyó que no podía mentirle.
–Sí.
–Eso es todo lo que necesito escuchar –Dijo ella con serenidad mientras se apresuraba a levantar algunos trastes sucios para depositarlos en el fregadero –.
–Tengo que decir algo más –Dijo esperando que ella azotara los trastes contra el fregadero, pero no pasó –.
–Te escucho.
Quedó mudo por un instante mientras acomodaba sus ideas.
–La primera vez que lo hicimos… –Se arrepintió cuando se escuchó decir eso y corrigió–. La primera vez que ella me tomó –Descubrió que no sonó mejor y que no habría una manera mejor de decir algo así–, fue por la fuerza, pero…
–¡No sigas! –Dijo ella al borde de la cólera–, porque hasta el día de hoy jamás te he visto hacer nada patético y no quiero quedarme con esa impresión de ti a estas alturas.
No se molestó en recoger la taza de chocolate sobre la barra de la cocina y simplemente salió del lugar por las escaleras que daban a las habitaciones de arriba. Él se quedó ahí, mirando por largo rato la taza hasta que esta y su espeso líquido e enfriaron. Lo que sintió no fue arrepentimiento, sino libertad. Se sintió libre de comenzar una nueva vida al lado de Rita.
Recordó la primera vez que la vio. La primera vez que ella lo poseyó.
Fue una noche a mediados de mayo y fue en la cama que compartía con su esposa. Entro como el frío viento de la noche y se deslizó descalza y sigilosa por la alfombra. Se metió en su cama, y a pesar de que su cuerpo estaba helado, él no despertó. Con el aliento le recorrió el abdomen, el pecho, el cuello y cuando llegó hasta su rostro el percibió entre sueño un dulzón y fresco aroma a frutas; cosa que no le pareció extraña ya que en sus sueños estaba en un brumoso bosque en donde se sentía bastante a gusto, caminando descalzo sobre suave musgo. Seguía un bellísimo canto de mujer y entre más se acercaba más dulce era el aroma. Al llegar al claro la miró por primera vez.
Ella lo miró sonreír dormido y también sonrió. Se atrevió a pasar su mano por el vello de su pecho y luego la bajó hasta su firme abdomen. Se deleitó con los exquisitos huesos que sobresalían en su cadera y luego palpó por encima de la suave tela de su ropa interior el enorme miembro que ahora parecía comenzar a despertar antes que su anfitrión. Lo sintió crecer y endurecerse en su mano, pero lo que la volvía loca era el calor que éste emanaba. Lo sintió pasar de tibio a caliente y no se resistió a deslizar la mano por debajo de la tela y bajar la otra mano para hacer a un lado los calzoncillos y poder liberarlo, y sentirlo enorme, erguido, duro y ahora realmente caliente.
En su sueño, llegó hasta un claro y la vio sentada sobre una enorme piedra donde cepillaba su cabello. La luz de la luna bañaba su blanca piel y le daba una aspecto aterciopelado. Comprendió que estaba desnuda y se sintió excitado. Ella lo sorprendió, mirando repentinamente en dirección a él y parando su dulce melodía para dejar paso al penetrante silencio. Él dio un paso atrás.
–No tenga miedo, señorita –Se apresuró a decirle, pero ella ya se había ido. Se sintió confundido por la velocidad a la que había escapado y casi creía que a los pocos pasos se había disuelto en el aire. Se sintió triste porque tal vez no volvería a escucharla y fue cuando una mano se posó en su hombro.
–Yo no tengo miedo –Dijo una preciosa voz al tiempo que él se giraba para verla. Ahora la podía ver muy de cerca y sobrepasaba sus expectativas con creces. Era la mujer más bella que había visto. Seguía desnuda y repegó su cuerpo contra él. Hasta ese momento, él se dio cuenta de que también estaba desnudo y sintió en su miembro el frío de la piel de su vientre y eso lo excitó muchísimo. Acercó sus carnosos labios y se fundieron en un beso que al principio le pareció muy helado, pero eventualmente fue tornándose cálido. Ella tomó su miembro para frotarlo con ambas manos y entonces le dijo –, pero tú sí deberías de tener miedo de mí.
Despertó en su cama, pero no se sintió a salvo, porque el sueño había sido tan real que aún sentía las manos de ella masajeando su virilidad.
–Ten miedo –Susurró en su oído con la voz más seductora que había escuchado, y un escalofrío atravesó su cuerpo –. Tiembla de miedo porque en realidad hay mucho que temer –Le apresó las manos con una fuerza sobrehumana, se montó encima de él y en un movimiento de cadera, introdujo el ahora bien lubricado miembro. Él sintió el frío de su vagina y se perdió en la sensación que, aunque resultaba extraña, era muy placentera. El vértigo se apoderó de él y apretó los ojos con fuerza, pero la sensación no desapareció sino que se intensificó como si estuviera penetrando en un huracán. No soportó la oscuridad y abrió de nuevo los ojos. Algo había cambiado en la habitación. Estaba más oscura y… Envejecida. No importó porque ahora había sobre él una mujer que no era su esposa y realmente no quería serle infiel a Diane, pero la hermosa fémina ya lo estaba montando como ninguna mujer lo había hecho antes… Y se dejó llevar.
Lo que vino después fue confuso. Tenía recuerdos vagos de besos, caricias, orgasmos y mordidas. Ella adquiriendo un color cada vez más vivo en sus mejillas. Estrujaba con sus enormes manos los fríos pechos de Rita y sentía como poco a poco recuperaban su calor. Llegaron a un punto que casi parecían quemar.
Más tarde recordó que se negaba a eyacular, pero que cuando por fin lo hizo ella siguió moviéndose frenéticamente como si quisiera exprimirle hasta última gota. Cuando al fin lo liberó de la trampa de entre sus piernas, se recostó exhausto sólo para despertar de nuevo.
La mujer que ahora estaba a su lado no era la que lo había poseído, sino su esposa Diane y la habitación volvía a ser la misma de antes. Sintió mucho frío así que se incorporó para cerrar la ventana que muchas veces Diane había dejado abierta buscando escapar a esas sofocantes noches de mayo y se percató de que tenía una erección a medias, junto con los calzones batidos de semen. Miró alarmado a su esposa y luego corrió al baño a cambiarse. Frente al espejo fue que se dio cuenta de que estaba tan pálido que parecía azul y no sólo eso, su piel realmente estaba helada. Como la de ella en ese primer instante.
No le había pasado algo así desde la secundaria y no sabía qué pensar, pero por otro lado se sentía aliviado de que sólo había sido un sueño y que su relación con Diane seguiría siendo la de siempre.
Los siguientes días anduvo muy pensativo y algunos de sus compañeros hasta lo tacharon de enamorado. Diane no le preguntó si pasaba algo, pero él notó que ella sabía que sí, así que decidió disimular hablándole de un proyecto importante en la compañía y ella le creyó.
Cada noche antes de irse a dormir tenía miedo de soñar de nuevo con ella y le parecía muy raro pues él ya no era un adolescente como para estar pensando en esas cosas, pero el miedo se fue convirtiendo en deseo y justamente una semana después volvió a soñar con ese bosque y esa melodiosa voz. Una mujer tarareando esa hermosa melodía a la que bautizaría como la canción de Rita. Corrió en busca de ella y la volvió a ver desnuda a la luz de la luna. Apresuró el paso y trató de mantenerse sigiloso, esperando a que ella tardara un poco más en voltear a verlo y lo consiguió. La sujetó de la mano, sintiendo su fría piel, la giró hacia él y esta vez no la dejó levantarse. La besó en los labios y luego en el cuello. Recorrió su frío cuerpo con esas enormes y cálidas manos, estrujó sus senos firme, pero procurando no lastimarlos, se deslizó por su abdomen hasta su ingle y paló su sexo. Ya estaba húmedo y tibio. La recargó contra la enorme piedra y la penetró. Cerró los ojos instintivamente y cuando los abrió de nuevo ya se encontraban en esa oscura versión de su habitación. Rita había logrado algo con lo que tantas mujeres atrás sólo habían podido soñar, ella pudo corromper a el hombre incorruptible. Poseerlo.
Esta vez, en la habitación percibió más detalles que había pasado por alto la vez anterior, por ejemplo, que en esa oscura y enmohecida habitación, había algunos objetos que brillaban con una luz propia: El reloj que su padre le había dejado al morir, el joyero donde su esposa guardaba sus alhajas más finas o el cuadro con el barco que había comprado el mes pasado en un remate de bodega de una quebrada cadena de hoteles. Tal vez ella notó que lo estaba perdiendo y se abalanzó contra su cuello y orejas, Su punto débil. Se perdió de nuevo en el exquisito cuerpo de Rita.
La penetró una y otra vez, hasta que ella se llevó todo su calor. El eyaculó nuevamente. Entreabrió los ojos en ese momento y se dio cuenta de que había alguien más en la habitación. Distinguió un par de ojos emergiendo del oscuro pasillo, luego una enorme silueta y se creyó muerto antes de siquiera poder gritar, pero con la misma rapidez con la que habían aparecido esos brillantes ojos, todo se desvaneció, incluyéndola. Lo dejó indefenso y temblando de frío… O tal vez de miedo… O quizá sería de placer, realmente no lo sabía.
Los siguientes días se sintió ansioso. No podía pensar en nada excepto en ella.
Todo el día se la pasaba pensando en que ya quería que llegara la noche, incluso comenzó a utilizar pastillas para dormir, pero después de dos semanas, las suspendió porque creyó que tal vez las pastillas interferían con la comunicación así que se refugió una vez más en las infusiones tibias, la leche caliente.
Disimulaba lo más que podía, pero un hombre enamorado no correspondido, no puede ocultar su condición por mucho tiempo, así que cuando comenzó a escuchar cuchicheos por cualquier lugar de la agencia por donde pasaba, decidió que era tiempo de pedir sus vacaciones y retirarse a buscar la forma de contactarla.
No le dijo a Diane que las había pedido, así que a la mañana siguiente se despertó, se asió como todas las mañanas, desayunó como todas las mañanas, leyó las noticias en la tableta, como todas las mañanas y se despidió besando exactamente de la misma forma en la que se había despedido de Diane todas las mañanas desde tiempos que ya no recordaba. Subió a su camioneta del año y se fue directo a un hotel. Se decidió por uno entre la ruta del trabajo y la casa. El Hotel Quarantania. Dormiría todo el día y cuando no pudiera dormir, buscaría algo sobre ella en Internet.
Cuando su cabeza tocó la almohada ya se sentía exhausto. Cerró los ojos y pensó en lo mucho que lo cansaba pensar en ella todo el tiempo. Su enajenación había llegado al grado de comenzar a ver pornografía y buscar mujeres que se parecieran a ella. Tomó días encontrar a la adecuada. Se encontró a un hermosa pelirroja que se parecía ligeramente a la mujer de sus sueños, pero lo suficiente para que le bastara. Al principio sólo miraba el video una y otra vez, pero conforme pasaron las semanas comenzó a masturbarse mirándolo, nunca era lo mismo que estar con la verdadera, pero al menos ya era algo.
No pasó mucho tiempo antes de que se perdiera en esas vergonzosas acciones de puberto, y se quedó dormido.
Ella apareció en el claro, una vez más desnuda y sentada sobre la roca. El corazón le dio un vuelco en el pecho y sintió miedo de que se desvaneciera en el aire antes de que él llegara y la poseyera.
Se acercó y la tomó con firmeza por la cintura y el tacto de su piel helada le erizó los vellos de todo el cuerpo. Ella tomó su rostro con ambas manos y le dijo al oído.
–Regresa y pide la habitación 616 –Una sonrisa picara se dibujó en su rostro y agregó –, ahí estaremos más cómodos.
Algo se movió entre la hierva y el buscó encontrar al culpable con la mirada, pero no encontró nada. Cuando regresó la vista ella ya no estaba, ni el claro y tampoco estaba dormido.
Salió corriendo a la recepción, donde pidió que lo cambiaran a la habitación 616. El joven revisó el sistema sabiendo que la encontraría desocupada, pues en realidad apenas había un par de personas alojadas en todo el hotel, ya que había pasado la temporada alta.
–Sí señor, la habitación está disponible, pero el cambio tendrá un costo que va de los…
–¡Lo que sea que cueste! –Interrumpió –. Necesito la habitación, ¡ya!
–Sí, señor –Dijo el joven en tono nervioso y se apresuró a cumplir con su labor. Pensó en preguntarle si había algo mal con la habitación, pero había sido tan voluble que decidió no arriesgarse.
Antes de lo pensado ya estaba camino a la 616.
En cuanto entró sintió el golpe del aire acondicionado, cosa que le trajo a la memoria la fía pero exquisita piel de Rita. Se acercó a regular la temperatura y se encontró con que el aire acondicionado estaba apagado. Eso lo excitó, porque sabía que su primera impresión no había sido errónea y que ella ya estaba esperándolo.
Se dejó caer en la cama y al contacto con las tersas sábanas se quedó dormido.
–Deberías de estar con tu esposa o en tu trabajo –Dijo Rita con su dulce voz.
Abrió los ojos al tiempo que se incorporaba. Se encontró con la versión oscura de la habitación 616. Se encontraba salpicada por todas partes con hermosas y brillantes manchas azules. Pero sólo los muros, no los objetos.
–¿Quién eres? –Preguntó sin poder ocultar la ansiedad de su voz.
–¿Qué importa? –Dijo ella contoneando su cuerpo contra el de él.
Dejó las preguntas para luego, sintiendo miedo de que éstas la pudieran fastidiar y terminar por alejarla de él.
La poseyó con tanta desesperación como un alcohólico bebería un trago de Screaming Eagle después de un mes combatiendo contra la voracidad del síndrome de abstinencia.
El acto de amarla se llevó toda su ansiedad; y todo su calor.
Despertó con los calzoncillos húmedos, pero no se levantó corriendo al baño para lavarse, como había hecho la primera vez, ahora esperó a que su ritmo cardiaco recobrara su paso habitual.
Después de darse un baño y mirar las tendencias en redes sociales, no tardo en quedarse dormido de nuevo, no esperó encontrarla, pero ahí estaba. Esta vez se dieron el tiempo para disfrutarlo con lujo de detalles.
Aquél día lo hicieron 4 veces. Cada que cerró los ojos y se quedó dormido, ella ya lo estaba esperando y él ya la estaba deseando.
Sonó la alarma de su reloj. Era la hora de salir del trabajo.
Fue a la recepción y dejó pagada toda la semana.
Regresó a casa pálido y cuando Diane lo vio se asustó. Su angustia creció cuando lo tocó y se dio cuenta de que estaba más que frío.
–Estás helado, ¿qué tienes?
–Cariño, no tienes de qué preocuparte, es sólo algo del estómago. Ya tomé algo en la enfermería de la agencia.
Ella lo miró y sabía que no estaba siendo sincero, pero lo dejó pasar porque creyó que mentía para no preocuparla de más.
El resto de la semana fue bastante similar. Sólo que decidió dejar pasar un par de horas entre el último acostón con esa “mujer” y su llegada a casa. Pedía sopa de pollo caliente treinta minutos antes de salir y regresaba con Diane más fresco que aquél primer día. A los ojos de Diane, un hombre que trabaja duro y no se deja vencer por un dolor de estómago.
Cuando se terminaron su vacaciones tuvo que regresar a la agencia, pero ahora se veía peor que nunca. Hacía su trabajo por obligación. En cuanto podía se salía de la oficina y corría al hotel para poco después salir corriendo a casa.
Así vivió por tres meses.
Al termino de ese periodo el hombre era otro. Ya no se afeitaba y prácticamente todo lo que ganaba iba a parar a la renta de esa habitación. Había ganado terreno, pues ahora sabía que ella se llamaba Rita y habían platicado entre besos y caricias. Era un hombre perdido en una mujer, pero no dejaba de ser aquél que sabía estimular la mente con una plácida conversación y sus siempre interesantes preguntas. Alguna vez Rita le dijo que ese don le recordaba a alguien cercano a ella y esto lo hizo pensar en quién podría ser cercano a un ser así.
Hizo todo lo que sabía para enamorarla, pero ella le confesó que le pertenecía a alguien más. Saberlo fue un golpe durísimo, pero se sintió a la altura del reto y se convenció de que algún día ella le pertenecería completamente a él.
Un día de aquellas fechas, llegó a la oficina y lo esperaban para darle las gracias por tantos años de trabajo y por tantas campañas bien logradas, pero de un tiempo para acá sus ideas habían representado pérdidas enormes para la agencia y no podían permitirse esos lujos en un periodo de depresión económica como el que se avecinaba. En realidad las ideas no habían sido malas, pero al no estar bien organizadas habían fracasado todas.
Lo liquidaron y para él no hubo mejor regalo de navidad que ese.
Se pasó medio mes encerrado en el hotel con Rita.
A unos días de que el conflicto estalló en casa, los papeles de la herencia y testamento llegaron. Él había arreglado todo para que ella se quedara con todas las propiedades, incluyendo acciones, carros y hasta al perro. Le dejó la mayoría de las cuentas de banco y él sólo se quedó con una que contenía suficiente como para vivir sin trabajar todo un año. Eso hizo.
Un año después, solía verse un despojo de persona que paseaba por los pasillos del Hotel Quarantania. Un hombre que un día se afeitaba y el resto del mes no. A veces no tenía aroma, pero en general emanaba un olor a rancio. Unos días tenía una sonrisa envidiable y parecía el maestro zen en el centro del universo, pero la mayor parte del tiempo su rostro era el de un adicto sin dinero para su próximo desestrés.
Poco a poco las cosas comenzaron a degenerarse. Tanto económicamente, como sexual y anímicamente hablando.
El dinero de la cuenta estaba por terminarse y Rita comenzaba a aparecer con menos frecuencia. Hacía más de un mes desde su última visita. Por como estaban las cosas, había resuelto ir a buscarla personalmente y la única forma que se le ocurría para solucionar la situación era la muerte.
Esa día se levantó antes de que amaneciera, como lo había hecho cuando trabajaba en la agencia. Hizo unas llamadas a su abogado y contador. Cuando el sol comenzaba a asomar, salió al banco, retiró el resto del dinero que le quedaba en la cuenta y con éste compró aditamentos de higiene personal. Entró a la primer barbería que encontró abierta y les dijo que lo dejaran como para una dejar una muy buena primer impresión. Salió camino al hotel donde se puso su mejor traje junto con las mejores mancuernas. Tanto la corbata, como el reloj, el cinturón y los zapatos, eran sublimes.
Se fue a desayunar a aquél hermoso restaurante donde le había dado el anillo a Diane y pidió esa misma mesa. Desayunó ligero y no porque así lo deseara, sino porque su estómago se había encogido muchísimo en las últimas semanas.
Regresó al Quarantania y reanudó la sesión de llamadas con su contado y abogado. Esta vez la sesión se prolongó hasta que cayó la noche. Sintió apetito y salió de nuevo a cenar al mismo restaurante en el que había desayunado. Pidió la misma mesa, pero esta vez tuvo que esperar casi dos horas para que se la dieran. Una pareja joven la estaba ocupando y él se quedó mirándolos a la distancia. Viendo los dulces y prolongados besos que ella buscaba en su apasionado y joven amante.
–Un día no será suficiente, amigo –Pensó para sí mismo–, y te darás cuenta de que por más que luches, nada es para siempre.
Por un momento imaginó que Rita, atemporal y siempre joven, comenzaba a seducir a ese mocoso y la ira le colmó las tripas. «Rita es mía y de nadie más».
Cenó con calma, y nuevamente, no terminó la comida de su plato. Antes de pedir la cuenta le pidió al mesero que le diera para llevar, una botella de su mejor vino tinto.
Se encaminó al hotel, saludó a la chica de la recepción por última vez. Usó la glamurosa llave de la habitación 616 por última vez y se propuso no salir de la habitación a menos de que fuera un cuerpo sin vida.
Sentado en la cama, con media botella de vino en su sistema y deslizando sus ásperas manos por el frío metal del arma la sintió que no tenía el valor de hacerlo.
Por primera vez sintió a Rita más allá de ese lugar al que sólo podía acceder en sus sueños y la duda se disipó.
Colocó nuevamente el cañón del arma dentro de su boca, apuntando directamente al centro de su cerebro, pero cuando colocó el dedo sobre el gatillo sintió nuevamente que no podría hacerlo. La mano se le empapó en sudor y antes de que pudiera sacar el arma de su boca, la escuchó tan claramente como podría escuchar a una persona real hablar.
–Hazlo, que ya te estoy esperando.
No cerró los ojos cuando la habitación se iluminó por un fugaz instante y percibió el cambio frente a sus propios ojos. La habitación se oscureció y se llenó de esas pequeñas lucecitas azules tan características del mundo de Rita.
No vio la sangre que había previsto ver salpicando la pared y la colcha, en su lugar estaba una enorme y brillante mancha azul. Comprendió que las paredes de la habitación 616 estaban pintadas con la misma sustancia. Sangre. Vio a Rita y junto a ella encontró a un hombre, parado al filo de la puerta.
–Hacía tiempo que quería tu alma, pero no había encontrado la manera. No fue sino hasta que Rita me mostró el camino a ella.
Ella lo besó en la comisura de los labios y salió de la habitación. Tras ella la puerta se cerró y en la eternidad que tenía por delante, jamás la volvería a ver.
Por: Kris Durden
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