Cuando iba a la primaria, estaba convencido de que algo habitaba los baños de la escuela.
Todo el tiempo se estaban escuchando historias extrañas al respecto. Desde los sonidos de los pupitres desplazándose de un lado a otro que escuchaban los niños de la tarde en los salones de atrás, hasta las visiones del antipático conserje de una bailarina que emergía de las entrañas del patio trasero para danzar bajo la intima luz de la luna llena, pero la realidad era que había aun más historias sobre los baños de la escuela.
Tanto los de los niños como los de las niñas se encontraban juntos, en una de las partes más alejadas de la escuela. Un penetrante hedor a moho y orines era el que te recibía mucho antes de acercarte lo suficiente para poder mirar dentro. Al estar parado en el umbral de la puerta se podía escuchar el monótono sonido de una persistente gota de agua haciendo eco; cosa espeluznante. Todo el tiempo estaba oscuro y húmedo. Las lámparas que debían de iluminar el lugar no funcionaban. Las habían cambiado varias veces, pero se fundían al poco tiempo de haber sido instaladas y el hombre de mantenimiento (que no era otro que el conserje) decía que lo que estaba mal era todo el sistema eléctrico. Para que las lámparas pudieran durar habría que cambiar todos los cables dentro de los muros y techo, y eso no sería barato. Por supuesto la escuela jamás aprobó ese presupuesto y el único lugar por el que la luz podría haber penetrado en aquel siniestro recinto era por la diminuta ventana con la que contaba al final del pasillo, pero la espesa mugre que la recubría no dejaba que la luz del día alcanzara a colarse.
Al entrar, lo primero que veías eran los lavabos. Estaban tan viejos que muchas veces imaginé a sus manijas girando solas y dejando escapar un pútrido limo negro seguido de pequeñas alimañas deformes, y aunque desde ese momento ya sentía ganas de aguantar mis necesidades hasta llegar a casa, terminaba por convencerme de que sólo eran imaginaciones mías. Éstos lavabos estaban iluminados por la luz de la entrada. Tras el muro que los sostenía se encontraban los mingitorios (seis para ser exacto). Por estar tras el muro ya se convertían en los primeros objetos en adentrarse en la oscuridad que más que simple ausencia de luz parecía un manto casi palpable. Después seguía una serie de retretes (tal vez diez o doce), separados entre sí por muros de concreto y puertas de metal. El último era un baño para discapacitados (era muy raro que hubiera uno, pues en el Ecatepec de aquél entonces no era común que se tomara en cuenta a las personas con necesidades diferentes), se decía que había sido construido para que los profesores tuvieran un lugar en dónde hacer sus necesidades, pero que un profesor cansado de su familia y los constantes gritos se había metido un arma de fuego en la boca y había batido todo el lugar con sus sesos, o que se había colgado ahí, o que simplemente se había muerto de un paro cardiaco mientras hacía sus necesidades. Decían que había sido un viernes por la tarde antes de salir de vacaciones de semana santa y nadie se dio cuenta sino hasta que se reanudaron las clases, dos semanas después. El conserje lo había sacado tieso, con los pantalones abajo y la barriga llena de larvas de moscas. Realmente era aterrador. Incluso a esta edad, no me imagino a otro niño inventando una historia así. La verdad es que esos sólo eran rumores del por qué de ese amplio retrete al final del pasillo. Para ser sinceros, yo también aporté un poco a una de las tantas historias en torno a aquél retrete.
La primera vez, me había estado aguantando desde antes del receso, esperaba que todos saliéramos juntos y poder entrar acompañado, ya sea con mis amigos o con cualquier otro chico de cualquier otro grupo. Así pasó. Entramos un grupo de niños a orinar, todos corriendo esperando alcanzar un mingitorio y no uno de esos oscuros retretes. Los de quinto año habían entrado primero así que no nos quedó más remedio que ir en busca de un asqueroso retrete desocupado. Al igual que los mingitorios, los primeros retretes ya estaban ocupados, nos adentramos por el pasillo a empujones para alcanzar los más cercanos a la salida, pero Hugo y Rodrigo, mis mejores amigos en la primaria, se me adelantaron y me mandaron hasta uno de los últimos. Para ese momento yo creía que las historias que se contaban respecto a aquél tenebroso lugar no eran más que rumores, así que la única precaución que tomé fue la de orinar con la puerta abierta.
Mientras dejaba que mis pequeños riñones llenos de frutsi rojo se liberaran de esa angustiante carga comencé a escuchar un sonido raro que venía del último retrete, era como si alguien estuviera usando en él una eufórica bomba destapacaños que a su vez salpicaba afuera toda el agua.
Pensé que podría tener que ver con que todos usáramos la mayoría de los baños al mismo tiempo. Sin contar el número de chicas que también se encontraban en ese momento bajando las palancas y empleando la tubería. Debo de admitir que también sentí miedo, pero al pensar que Hugo y Rodrigo se encontraban a tan sólo un par de metros encontré el valor para decidirme. Terminé de hacer lo mío y asomé la vista al pasillo en dirección al ultimo retrete.
La pesada puerta de metal estaba ligeramente abierta. Avancé tratando de no hacer ruido mientras a mis espaldas escuchaba el ruido de los niños de quinto y sexto grado discutiendo por el dominio de los mingitorios. Cuando miré por la abertura percibí un hedor muy parecido a moho y disolventes. Confirmé que algo se movía dentro, pero en realidad estaba muy oscuro para saber con exactitud qué era. De lo único que estaba seguro era de que provenía desde dentro de la taza.
Mis ojos ya se habían adaptado un poco a la oscuridad, pero no lo suficiente como para ver con claridad. Temí ingenuamente que explotara el retrete como había visto tantas veces en las caricaturas, y decidí que sería mejor no abrir mucho la puerta.
La tomé con mi pequeño dedo índice y la atraje un poco hacia mí. Eso provocó varias cosas. La primera fue un rechinido ronco por la falta de grasa en las oxidadas bisagras de la pesada puerta. Esto a su vez hizo que todos los niños guardaran silencio y voltearan en dirección hasta donde yo estaba. La ausencia de gritos me hizo voltear a verlos y contemplé con orgullo sus rostros de asombro.
Me di cuenta de que me estaba convirtiendo en una leyenda. Niños de quinto y sexto grado estupefactos ante mi hazaña, sin contar a mis amigos que seguro contarían con orgullo que habían presenciado todo, pero antes de que pudiera seguir alimentando mi ego con historias ficticias, me percaté de algo más. El sonido dentro del retrete también había parado. Ese silencio me mató de miedo.
Cuando giré de nuevo la cabeza para mirar el interior, pero ahora mejor iluminado, me topé con una enorme lanza plagada de protuberancias que emergía de las negras aguas del retrete.
Era como cuando en las caricaturas un hombre semidesnudo y de turbante tocaba su flauta y de un canasto próximo a él salía una cobra en trance que no atacaría a menos de que el hombre dejara de tocar. Sentía exactamente lo mismo. No sólo por ver la lanza erguirse ante mí desde aquél horrendo sitio, sino porque creía que si me movía, esa cosas sabría en dónde estaba parado e igual que hubiese hecho la cobra, atacaría.
Me sentía mareado y con la impresión de que nada de aquello era real. Me pareció que aquél instante se prolongaba más allá de mi corta infancia y que tal vez mi destino era pasar la eternidad en aquel nauseabundo lugar, pero Hugo rompió el hechizo cuando con la voz hecha un susurro me preguntó qué era lo que veía. La cosa pareció haber escuchado a Hugo tan claramente como yo lo había hecho. Comenzó a girar sobre su eje muy lentamente. Seguía mudo, pero ya no estaba paralizado. Deslicé el dedo con el sostenía la pesada puerta y en el momento que la solté ésta rechinó de regreso a su posición original, pero antes de que la puerta cerrara por completo vi a la cosa moverse violentamente contra ella y le asestó un golpe más que estruendoso.
Jalé aire de manera involuntaria y salté de espaldas contra la pared. Escuché a los más próximos a mí correr mientras maldecían y a los más cercanos a la puerta morir de risa creyendo que les estaba tomando el pelo. Luego se hizo una vez más el silencio.
Por debajo de la puerta se asomó la cosa, pero ahora las protuberancias fungían como articulaciones.
Cuando tenía unos 7 años, mi tío Beto había encontrado un grupo de arañas patonas viviendo debajo de la mesa de la cocina. No sé si ya me daban miedo, pero después de lo que hizo seguro comencé a temerles. Se asomó y atrapó una de las más grandes, la puso entre sus dedos índice y pulgar para después arrancarle todas las patas. Las colocó sobre la palma de su mano y me mostró como se retorcían sin control aun estando desprendidas del cuerpo. Lo que vi que salía por debajo de la puerta me recordó a esas mutiladas patas de araña.
No parecía estar ciega, sino que tenía una comprensión muy clara del entorno. Iba en busca de mi pierna y estuvo apunto de conseguirlo. Me restregué contra el muro y di dos pasos lejos de esa cosa. Los chicos que se habían quedado cerca (entre ellos Hugo y Rodrigo), ahora la veían tan clara como yo. Rodrigo gritó tantas groserías como podía un niño de su edad y se replegó hacia la puerta. Los demás niños lo acompañaron en su histeria. El sonido debió de haber desorientado a la criatura, porque comenzó a agitarse sin control. Se movió tan rápido que escuché cómo cortaba el aire y creí que me cortaría una pierna si la llegaba a encontrar en su camino, pero Hugo me tomó por el suéter, tirando de él tan fuerte que casi lo partió en dos.
Fuimos los últimos en salir del baño y tal vez yo no lo hubiera logrado de no ser por Hugo. Yo me sentí mareado y me senté lo más lejos que pude de los baños, pero sin apartarme del grupo. No podía apartar la vista de la entrada, esperando que esa cosas saliera tras de mí.
Todos los niños comenzaron a hablar al mismo tiempo y a preguntar qué era lo que cada uno había visto. Rodrigo se adelantó a decir que era una enorme víbora que había salido del ultimo retrete, pero yo no dejé que terminara cuando intervine diciendo que eso de allá dentro no era una víbora.
Uno de los niños de sexto preguntó que entonces de que se trataba. En ese momento no supe qué responder… De hecho aún no sé que responder, pero eso de ahí no podía ser una víbora. No tenía ojos, boca y mucho menos colmillos. Ese mismo niño miró a Hugo y le preguntó qué era lo que había visto él. Hugo me miró y luego miró a los demás. Era uno de los niños más seguros de toda la escuela, pero en ese momento sólo se encogió de hombros y dijo que no estaba seguro.
Yo no podía creer que mi mejor amigo no me respaldara en algo tan importante. Sabía que él había visto lo mismo que yo. Intenté ponerme de pie, pero una enorme mano se posó en mi hombro y me lo impidió. Sentí que el color me abandonaba. Era la maestra Olga.
La versión oficial fue que había una enorme víbora en la cañería de los baños. Los padres de familia se volvieron locos. Durante los siguientes días estuvieron viniendo hombres de traje a hablar con el director. El conserje intentó dejar los baños impecables, pero no tuvo éxito. El hedor a moho jamás desapareció o si quiera se disfrazó con todos los químicos que empleó para limpiar los baños. El final clausuraron los baños y construyeron unos nuevos cerca del patio, en un sólo fin de semana.
Por mi parte, no volví a entrar ni a esos ni a ningunos otros baños públicos que me recordara aquél apestoso agujero. El tiempo que estuve en esa primaria jamás dejé de contar esta historia. Durante mucho tiempo no pude dormir y tampoco comía bien. Despertaba por las noches empapado en sudor sin recordar exactamente el sueño, pero sabía que se trataba de esa cosa.
Hoy ya han pasado más de diez años y estoy por cumplir 18. En cuanto den las tres de la mañana pienso ir a aquella escuela abandonada que están por demoler y romperé el enorme candado para grabar a la cosa. La verdad me hará libre.
***
Extracto de nota – 5 de Abril de 2015
Posible víctima de culto satánico.
En el proceso de demolición de la escuela primaria Fernando Orozco y Berra, en el municipio de Ecatepec, trabajadores se encontraron con el cuerpo sin vida de un joven del cual se desconoce su identidad. Las autoridades han tenido que detener las obras para investigar este atroz crimen que se especula es producto de un grupo satánico, pues el cuerpo se encontraba desmembrado y decapitado. Contaba con múltiples puñaladas y faltaban todos los órganos internos. La extracción de los mismos no se hizo con ningún tipo de cuidado y por eso se descarta el tráfico de órganos. Se espera una resolución por parte de las autoridades en las próximas horas.
Por: Kris Durden
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