La psicofoníaNo tenía la intención de salir de Facebook, bloquear el teléfono, levantarme de la cama, ponerme la sudadera roja y mis tenis rojos DC, pero mamá había dado una orden y tomando en cuenta el coraje que le había hecho pasar mi odiosa hermana mayor, Liz, al ser descubierta con la luz apagada, en el sofá y con un par de manos donde debería de estar su sostén, decidí hacer caso a la primera.
Era un poco tarde, pero no lo suficiente como para correr al lambiscón novio de Liz y mandar al puberto Ángel por una cajetilla de cigarrillos.
Al llegar a la sala me encontré con la triste escena por la que ya habían pasado decenas de veces Liz y mamá. Llegué justo en el peor momento, cuando el silencio se tornaba incómodo y mamá se limitaba a mirarla por un largo rato antes de decir cualquier palabra relacionada con su conducta. De haber un momento en el que un hijo verdaderamente reflexiona por lo que hizo, era ese.
Mamá ni siquiera me miró, tenía la vista fija en la avergonzada, pero orgullosa Liz. Se limitó a decir que el dinero estaba en la mesa y que quería que le trajera una cajetilla de Marlboro 100. Detestaba que fumara, pero entendía que muchos de sus intentos por dejarlo fueran saboteados por las imprudencias de mi hermana y un ejemplo era este.
Salí de casa y me encaminé hacia la tienda que se encontraba a dos cuadras de ahí. Miré el reloj para asegurarme de que aún la encontraría abierta y me di cuenta de que pasaban, por poco, de la media noche, sabía que la tienda la cerraban a las 12, pero muchas veces la llegué a encontrar abierta hasta las 12:10 por los últimos clientes del día. Si no llegaba a ser así, tendría que atravesar el campo de futbol para poder comprarlos en el OXXO, que por supuesto, tenía servicio las 24 horas.
Me apresuré y sólo llegué para ver cómo el señor terminaba de bajar la cortina y comenzaba a poner los candados, habría preferido simplemente encontrarla cerrada y evitarme el coraje de pensar en el maldito “hubiera”.
Escondí el dinero en uno de mis calcetines y me decidí a no dar tanta vuelta y pasar por el oscuro campo de futbol, era un mal momento en muchos sentidos, pues acababa de terminar de ver EVIL DEAD unas horas antes y por otro lado, los “Prats” se juntaban ocasionalmente para molestar a jóvenes ingenuos y sin autoestima como yo. Para mi suerte no salió ningún “Prat” con un bate a quererme amedrentar y mucho menos salió de la tierra una putrefacta bailarina de piel azul a querer mostrarme sus dotes de baile. El del OXXO ni siquiera me pidió mi identificación, era un chico a penas un poco más grande que yo, con unas ojeras muy marcadas y una torcida sonrisa que me dejó ver sus amarillentos dientes tras entregarme el cambio. Salí de ahí dispuesto a enfrentar lo que fuera en el campo de futbol, poro una vez más, nada ocurrió.
Al llegar a mi casa encontré la puerta emparejada y pensé que la discusión se había salido de control. Entré con cautela esperando escuchar a alguna de las dos en pánico, pero no había nadie, o por lo menos eso creía.
En el piso estaba el teléfono celular de Liz y eso me pareció sumamente raro, de haber salido corriendo, lo último que olvidaría sería el celular. Estaba desbloqueado y no dudé en husmear un poco. Dejé los cigarrillos sobre la mesa y antes de subir a mi habitación, cerré la puerta del frente, me aseguré de que no hubiera nadie en el patio de atrás y me fui directo a mi cama, pensando que de estar las dos afuera, una traería llaves o llamarían con el timbre.
Lo primero que hice fue ver su whatsapp, la última conversación era para Lalo, su novio. No podía creer como la fría y malvada Liz podía decir cosas tan cursis como “Kskrita, tú sbes q nda ns sparará” y “Aw, si vvieras cnmig t djría cartas bjo la almuada”, pero era cierto, tenía un corazón y le pertenecía al chico más imbécil del barrio.
Di gracias porque no encontré fotografías de sus genitales y no paré de reír mientras leía la sarta de mentiras que se decían al jurarse lealtad eterna. Al final de la conversación había un audio y antes de que lo pudiera reproducir, un golpe seco proveniente de la planta inferior me alertó. Pensé que Liz y mi madre habían vuelto así que me apresuré a esconder el teléfono y bajar para ver si todo estaba bien. Bajé y no encontré a nadie. Fui hacia la puerta principal para corroborar que estuviera bien cerrada y lo mismo hice con la puerta trasera, pero todo estaba en orden, aunque me pareció extraño, no le di tanta importancia. Tal vez sólo me confundí.
Subí de nuevo a mi habitación, entré y una vez más me recosté sin siquiera prender la luz. Saqué el celular de Liz y me sentí afortunado de que no se hubiera bloqueado al guardarlo. Entré de nuevo a whatsapp y me dispuse a escuchar el audio que había sido enviado a las 12:18 AM y que aún no marcaba el “doble check”. Estaba seguro de que iba a escuchar algo como las últimas palabras que Rose le dijo a Jack en Titanic. Al reproducir el audio escuché la voz de mi hermana ahogada en llanto, balbuceaba palabras que al principio no podía entender, pero que poco a poco se fueron haciendo más legibles:
-Lalo, Lalo, Lalo… La luz parpadeaba… – Sollozos – Y se fue… Mamá gritó, y gritó, y gritó… y yo la busqué y no la encontré…
Luego escuché ruidos de muebles siendo arrastrados de una manera violenta, seguidos de un grito prolongado:
– ¡No, no, no, no, no, no, no!
Y después, sólo silencio. Me quedé mirando la pantalla y aún marcaba unos 15 segundos más. Escuche con atención y descubrí una voz, no, más bien un susurro. Subí el volumen para escuchar mejor lo que decía:
– Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de… No nos castigues más.
Eso era todo, una infantil y temerosa voz.
Alcé la vista muerto de miedo y miré la luz del pasillo que se filtraba bajo la puerta. Por un par de segundos todo me pareció una pesadilla de la que despertaría en cualquier momento, pero no fue así, de hecho empeoró.
Dicha luz comenzó a parpadear y antes de que pudiera hacer cualquier cosa, se apagó. Miré el teléfono, pero él también se había apagado, lo intenté prender, pero estaba muerto.
Un escalofrío me recorrió la nuca y me fui recorriendo hacia atrás, sin perder de vista la puerta y buscando llegar hasta el lugar más alejado de ella. Tras unos segundos comencé a escuchar susurros de niños que se hicieron cada vez más suaves, hasta que desaparecieron. Luego escuché pasos firmes provenientes de la planta baja, de la cocina y un plato caer y romperse en esa misma habitación.
Levanté una toalla que estaba en el suelo y me cubrí con él hasta la nariz, esperando que ese pedazo de tela me protegiera.
Luego silencio. Tal vez pasaron unos cuantos segundos que a mí me habían parecido minutos. Volví a escuchar ruidos, pero ahora venían de la sala. Se escuchaban los cajones abrir y cerrar una y otra vez. Luego los muebles más pesados ser arrastrados de un lado a otro, después alguien que subía por las escaleras con pasos pesados, con algo arrastrando y que hacía sonar un golpe seco en cada escalón.
Para ese momento yo estaba a punto de gritar de miedo algo así como:
-Lárguense de aquí, estoy marcando a la policía.
Pero de mi boca no salió ni un solo murmullo.
Escuché cómo se abría la puerta de la recámara de mamá, luego el baño y después la habitación de Liz, sin duda, seguía la mía. Me cubrí el rostro y esperé, pero la puerta no se abrió.
Me descubrí y miré hacia ella, seguía cerrada.
Una voz burlona me dijo al oído:
– Corre.
Todos los bellos de mi cuerpo se erizaron, grité instintivamente como jamás había gritado y salí corriendo de la habitación en pánico total.
Me sentí helado y cuando estaba a punto de bajar corriendo las escaleras me topé de frente con don niños encorvados y jugando con algo en el piso. Me dejé caer de culo sobre las escaleras y en ese momento voltearon a verme y vi que lo que tenían jugando era una rata muerta, pero lo que me dejó paralizado fue que los niños no tenían ojos, cuando giraron de nuevo la cabeza hacia la rata me incorporé y corrí de regreso, pero esta vez no entré en mi habitación, sino a la habitación de Liz y me escondí en su closet, como cuando éramos niños y mamá estaba por regañarnos por alguna travesura.
Me encorvé en una esquina y apreté las manos contra mi boca, fue cuando sentí las mejillas húmedas por unas lágrimas que no supe en qué momento habían aparecido. Respiré con dificultad y temí volver el estómago del miedo, pero me pude contener.
Pasaron algunos minutos y luego algunas horas, yo seguía muerto de miedo y deseando que mamá y Liz estuvieran aquí. Me quedé esperando a escuchar algo más, pero no hubo más. Me dormí.
A la mañana siguiente mi hermana me despertó con un grito y me aporreó con una almohada:
-¿Qué haces ahí? – Preguntó – Le diré a mamá.
Y salió corriendo a toda prisa. No estaba seguro de qué pensar, me incorporé y salí tras ella.
Llegando al cuarto de mamá Liz me acusó de no respetar su privacidad y mamá nos advirtió que no eran horas para estar peleando. Yo tenía los ojos tan abiertos que creí que se me saldrían. Ahí estaban mamá y Liz, como si nada hubiera pasado. Les quise explicar, pero no encontré palabras en ese momento.
Más tarde le conté a Liz y por supuesto me creyó loco e incluso yo mismo comencé a creer que en verdad nada de eso había pasado, pero luego le conté de sus conversaciones con Lalo. No se pudo explicar cómo es que yo conocía al pie de la letra todas las cursilerías que se habían dicho, y lo más intrigante aún, cuando revisó su celular sí había un mensaje de audio enviado a Lalo a las 12:18 AM, pero no se escuchaba absolutamente nada.
Lo intentó parar a la mitad, pero insistí en que lo escucháramos todo. Era un audio largo y efectivamente no había nada más en él, pero cuando estaba por terminar, al final de la grabación, le dije que había escuchado algo, que prestara atención. Era lejano e infantil susurro:
– Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de… No nos castigues más.
Por Kris Durden
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