Lo primero que hice fue ver su whatsapp, la última conversación era para Lalo, su novio. No podía creer como la fría y malvada Liz podía decir cosas tan cursis como “Kskrita, tú sbes q nda ns sparará” y “Aw, si vvieras cnmig t djría cartas bjo la almuada”, pero era cierto, tenía un corazón y le pertenecía al chico más imbécil del barrio.
Di gracias porque no encontré fotografías de sus genitales y no paré de reír mientras leía la sarta de mentiras que se decían al jurarse lealtad eterna. Al final de la conversación había un audio y antes de que lo pudiera reproducir, un golpe seco proveniente de la planta inferior me alertó. Pensé que Liz y mi madre habían vuelto así que me apresuré a esconder el teléfono y bajar para ver si todo estaba bien. Bajé y no encontré a nadie. Fui hacia la puerta principal para corroborar que estuviera bien cerrada y lo mismo hice con la puerta trasera, pero todo estaba en orden, aunque me pareció extraño, no le di tanta importancia. Tal vez sólo me confundí.
-Lalo, Lalo, Lalo… La luz parpadeaba… – Sollozos – Y se fue… Mamá gritó, y gritó, y gritó… y yo la busqué y no la encontré…
Luego escuché ruidos de muebles siendo arrastrados de una manera violenta, seguidos de un grito prolongado:
– ¡No, no, no, no, no, no, no!
Y después, sólo silencio. Me quedé mirando la pantalla y aún marcaba unos 15 segundos más. Escuche con atención y descubrí una voz, no, más bien un susurro. Subí el volumen para escuchar mejor lo que decía:
– Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de… No nos castigues más.
Eso era todo, una infantil y temerosa voz.
Levanté una toalla que estaba en el suelo y me cubrí con él hasta la nariz, esperando que ese pedazo de tela me protegiera.
Luego silencio. Tal vez pasaron unos cuantos segundos que a mí me habían parecido minutos. Volví a escuchar ruidos, pero ahora venían de la sala. Se escuchaban los cajones abrir y cerrar una y otra vez. Luego los muebles más pesados ser arrastrados de un lado a otro, después alguien que subía por las escaleras con pasos pesados, con algo arrastrando y que hacía sonar un golpe seco en cada escalón.
Para ese momento yo estaba a punto de gritar de miedo algo así como:
-Lárguense de aquí, estoy marcando a la policía.
Pero de mi boca no salió ni un solo murmullo.
Escuché cómo se abría la puerta de la recámara de mamá, luego el baño y después la habitación de Liz, sin duda, seguía la mía. Me cubrí el rostro y esperé, pero la puerta no se abrió.
Me descubrí y miré hacia ella, seguía cerrada.
Una voz burlona me dijo al oído:
– Corre.
Todos los bellos de mi cuerpo se erizaron, grité instintivamente como jamás había gritado y salí corriendo de la habitación en pánico total.
Me sentí helado y cuando estaba a punto de bajar corriendo las escaleras me topé de frente con don niños encorvados y jugando con algo en el piso. Me dejé caer de culo sobre las escaleras y en ese momento voltearon a verme y vi que lo que tenían jugando era una rata muerta, pero lo que me dejó paralizado fue que los niños no tenían ojos, cuando giraron de nuevo la cabeza hacia la rata me incorporé y corrí de regreso, pero esta vez no entré en mi habitación, sino a la habitación de Liz y me escondí en su closet, como cuando éramos niños y mamá estaba por regañarnos por alguna travesura.
Me encorvé en una esquina y apreté las manos contra mi boca, fue cuando sentí las mejillas húmedas por unas lágrimas que no supe en qué momento habían aparecido. Respiré con dificultad y temí volver el estómago del miedo, pero me pude contener.
Pasaron algunos minutos y luego algunas horas, yo seguía muerto de miedo y deseando que mamá y Liz estuvieran aquí. Me quedé esperando a escuchar algo más, pero no hubo más. Me dormí.
-¿Qué haces ahí? – Preguntó – Le diré a mamá.
Y salió corriendo a toda prisa. No estaba seguro de qué pensar, me incorporé y salí tras ella.
Llegando al cuarto de mamá Liz me acusó de no respetar su privacidad y mamá nos advirtió que no eran horas para estar peleando. Yo tenía los ojos tan abiertos que creí que se me saldrían. Ahí estaban mamá y Liz, como si nada hubiera pasado. Les quise explicar, pero no encontré palabras en ese momento.
Más tarde le conté a Liz y por supuesto me creyó loco e incluso yo mismo comencé a creer que en verdad nada de eso había pasado, pero luego le conté de sus conversaciones con Lalo. No se pudo explicar cómo es que yo conocía al pie de la letra todas las cursilerías que se habían dicho, y lo más intrigante aún, cuando revisó su celular sí había un mensaje de audio enviado a Lalo a las 12:18 AM, pero no se escuchaba absolutamente nada.
Lo intentó parar a la mitad, pero insistí en que lo escucháramos todo. Era un audio largo y efectivamente no había nada más en él, pero cuando estaba por terminar, al final de la grabación, le dije que había escuchado algo, que prestara atención. Era lejano e infantil susurro:
– Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de… No nos castigues más.
Twitter: @KrisDurden
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