A la misma hora en la que las ventanas de una habitación matrimonial en Ciudad Azteca se iluminaron fugazmente por una serie de chispazos, Jorge Sancen tomaba la decisión de entrar a Nezahualcóyotl desde Tecámac, por Avenida Central. Sin duda un movimiento peligroso, pues hacía tiempo que las autoridades no dejaban transitar camiones de carga por esos rumbos, pero con los accesos principales cerrados por obras públicas y tomando en cuenta que eran poco más de las 3 de la mañana, parecía ser la opción más viable. Confiaba en su experiencia como camionero y no dudaba que sabría resolver lo que se le pusiera en frente con tal de llegar antes de la hora indicada en el contrato. Si lograba su cometido, él y su padre podrían quedarse con la cuenta de aquella importante empresa dedicada a la papelería y ser así los transportadores de casa.

La misma empresa papelera había recurrido a pequeños nuevos empresarios para reducir costos, y por consecuente contratado los servicios de transportes Famsancen, también producía los cuadernos en los que horas antes Elvira Martínez, escribiría la carta con muchas de las respuestas de los sucesos que más adelante aparecerían en muchas de las portadas de periódicos sensacionalistas. Pero desafortunadamente, nadie se tomaría el tiempo para leer esos viejos cuadernos arrumbados en un rincón de la casa repleto de revistas de espectáculos, recibos de servicios y apuntes al asar a manera de listas para hacer compras o pagar adeudos.

Martín llegó esa misma noche tan exhausto como lo venía haciendo desde que se casó con Elvira, 15 años atrás. Lo único que quería era sentarse en el sofá, sacar una cerveza de la nevera y mirar Netflix. Ni siquiera tenía ganas de cenar la comida que Elvira había preparado para él, pero pronto cambió de opinión cuando descubrió que había cocinado su platillo favorito. Mientras elegía algún programa que los dos pudieran disfrutar, Elvira le acercó las pantuflas y una cerveza. Se dibujó una sonrisa en la cara de Martín.

–¿Amor, hace cuanto que no traías mis pantuflas?

–No tengo idea –Dijo con una sonrisa muy complacida.

–Creo que fue durante el primer año de casados, ¿no? –Dijo él recordando ese maravilloso año en el que aun tenía cabello y unas ganas tremendas de hacerle el amor en todos los rincones de la casa a su nueva amada esposa. Ese año se despertó muchas veces con la placentera sensación del sexo oral matutino–. Podría volver a acostumbrarme –Añadió con una sonrisa soñadora y recordando el sexo oral–.

–Bueno, pues disfrútalo niño malcriado, porque podría ser la última vez que lo haga.

Ahora fue ella quien sonrió soñadoramente.

Ella se fue para la cocina y él decidió que verían una serie o película que a ella le gustara, pero antes de que pudiera elegir alguna ella agregó:

–¿Por qué no pones esa serie del que quiere ser presidente?

Los ojos le brillaron como le brillarían a un niño que acaba de recibir los regalos que había pedido a los reyes magos, no esas horrendas imitaciones baratas o cualquier juguete similar, sino los que había pedido. Se acababa de estrenar la nueva temporada de House Of Cards y con ese anuncio se fue cualquier intención que tuviera de compartir Netflix con su esposa se esfumara.

–¿Segura? –Preguntó Martín mientras comenzaba a buscar su lista de favoritos.

–Sí gordo.

Elvira se retiró a la cocina y comenzó a recalentar los deliciosos manjares que había preparado por la tarde. Un exquisito aroma comenzó flotar desde la cocina. Y Martín no tardó en reconocer de que trataba:

–¡Chiles en nogada! –Gritó desde la comodidad del sofá, con su cerveza helada transpirando sobre la mano izquierda y el control perfectamente aferrado a la derecha.

–Sí gordo.

Saliendo del trabajo se había pasado con unos compañeros a comer tacos en metro Múzquiz. Aquellos tacos eran famosos por servirte dos y pagar sólo uno. Así que se había pedido 10 y le habían traído 20. Usualmente los acompañaba con un Boing de mango, pero esa noche se aventuró a pasarlos por su faringe con una Sangría. De haber sabido que su esposa le tenía preparado ese banquete, seguramente habría pedido sólo 4 para terminarse comiendo 8 y los habría acompañado con un Boing de mango.

Lástima, haría lo que pudiera por terminarse uno.

–¿Quieres que comamos en la mesa o en sofá?

–Donde gustes, amor.

–En el sofá, está bien.

Su respuesta podría haberlo sorprendido, pero House Of Cards ya había comenzado, así que terminaría de procesarla hasta que terminara el capítulo y se diera cuenta de que no habían comenzado una discusión por comer en la mesa «como la gente decente», como decía Elvira.

Durante el primer episodio de la nueva temporada, Elvira había estado muy tranquila, sin hacer comentarios absurdos o preguntas obvias, como solía hacer con casi todo lo que le gustaba ver a Martín, pero para el segundo capítulo las cosas comenzaron a ponerse casi tan ásperas como todas las noches.

–¿No te gustó el chile?

–Está delicioso. –Respondió Martín distante y con la mirada clavada en el televisor.

–¿Quieres que lo vuelva a calentar?

–No, así está bien.

–Pero apenas y lo has probado –Dijo Elvira con los primeros destellos de un tono irritado–.

–No. Está delicioso.

10 minutos más adelante, Elvira comenzó a insistir con lo mismo, pero con un tono más exasperado y ahora fue Martín quien comenzó a arrojar los primeros bufidos.

–La cerveza me cayó muy pesada –Dijo mirándola con rencor–. Por qué no dejas que se me baje.

–Es que me paso todo el día cocinando esto para ti. Un platillo que no es nada sencillo de cocina y ahora resulta que ni siquiera lo pruebas.

–¡Ya lo probé y te dije que está delicioso!

–Pero…

–¡Ya! Si no me lo termino hoy, me llevaré 3 para comer mañana en el trabajo –Ella pareció meditar sorprendida en eso último.

–Pues…. Así… Así no sabré si te los comiste tú o se los diste a los vagos de tus compañeros.

–¡Dios! Ya basta –Añadió Martín mientras pausaba la serie y le dedicaba una mirada furiosa–.

Elvira no pudo sostenerle la mirada y la desvió al chile relleno.

–Yo sólo quería que…

El se relajó un poco tratando de separar esa creciente furia de sus entrañas que hacía corto con sus pensamientos amorosos hacia esa mujer que lo único que quería era que alguien valorara su trabajo en la cocina. El orgullo le impidió pedir disculpas, pero sabía que la compensaría más tarde de alguna forma. Regresó la vista al televisor y con el control remoto retrocedió al siempre útil botón de reproducir desde 30 segundos atrás.

Minutos más tarde Elvira se levantó y se fue a la habitación sin decir más.

Si Martín no hubiera estado tan embotado por la cerveza y la televisión, tal vez hubiera preguntado qué eran todos esos ruidos de cajones abriéndose y cerrándose sin clemencia. Y tal vez podría haberse imaginado que su esposa estaba buscando la forma de fastidiarle haciendo una maleta para decir que se iba con su madre, como había hecho la vez que discutieron por quién sería el culpable de no poder brindarles la dicha de ser padres. Aunque en realidad eso no era lo que estaba pasando en la habitación, todo ese proceso de especulación habría podido salvarle la vida.

Horas más tarde, cuando los ruidos ya habían cesado, Martín admitió lo que sus pesados párpados trataban de decirle desde hacía una hora. Era tiempo de irse a la cama.

Dejo el chile en nogada sobre la mesa, las 4 latas de cerveza que se había tomado las depositó en el bote de la basura y caminó a paso pesado hasta la habitación donde su mujer lo esperaba recostada, mirando hacia el muro y dándole la espalda.

Martin tuvo la gentileza de no encender la luz y se sentó sobre la cama pensando que aún no se había lavado los dientes, pero después de meditarlo, llegó a la conclusión de que esa, igual que todas las noches desde hacía dos meses, no habría acción. Así que no tenía caso cepillarse los dientes.

Se quitó la camisa y el pantalón. Se quedó con el cuerpo peludo y desnudo mirando a la nada en la oscuridad. Tras unos minutos de ese inútil rito, se tiró a dormir.

Abrazó a Elvira, pero ésta hizo un movimiento brusco para quitárselo de encima. La electricidad se sentía en el aire. Martín optó por darse media vuelta y no comenzar una nueva discusión antes de dormir.

Mientras Martín soñaba que era de nuevo un niño muy popular rodeado de amigos que en ese momento habrían dado la vida por él, Elvira comenzaba un paseo nocturno por la sala y la cocina, sólo para constatar con las tripas hechas nudo que Martín a penas había probado el chile en nogada. La frente se le comenzó a llenar de pequeñas perlas de sudor y la boca se le secó por completo. Las piernas le temblaron y estuvo apunto de soltarse a llorar en medio de esa oscura y desordenada sala, pero eso habría despertado a Martín y por ende, empeorado las cosas, así que se dirigió de nuevo a otra de las habitaciones donde minutos atrás había estado con las piernas temblorosas y rezando porque su marido si quiera notara que estaba en esa habitación que alguna vez estuvo tapizada de color azul para recibir a un niño que nunca se concibió. Ahora sólo era un oscuro cuarto con ropa que casi nunca se ponían, pesas que nunca se utilizaban y una caminadora que fungía desde hace mucho como perchero para las toallas húmedas. Ahí, a tientas encontró la Beretta de bolsillo con 8 disparos que horas atrás había puesto a la mano y a la espera de que no se utilizara, pero ya no tenía más opciones.

Se preguntaba si estaría cargada y si funcionaría después de tanto tiempo sin dispararse. Si los cartuchos no habrían caducado como cualquier lata de conservas a la que se le da suficiente tiempo.

Metió la mano entre la ropa sucia esperando no encontrarla, pero ahí estaba. La empuñó y se dio cuenta de que ajustaba perfectamente a su mano. Eso le dio un placer momentáneo que se desvaneció al pensar en lo que tenía que hacer.

Caminó ligera por el pasillo que daba a la habitación, abrió la puerta y se quedó mirando a la oscuridad, esperando que poco a poco sus ojos se adaptaran a ese oscuro lugar, pero al paso de los minutos se dio cuenta de que eso no iba a ocurrir. Comenzó a rondar la idea de abrir un poco la cortina, pero ya no tenía el valor para acercarse al hombre al que estaba decidida a quitarle la vida.

Se quedó ahí parada algunos minutos más que terminaron por parecerle horas. Después caminó al apagador de luz del pasillo y lo encendió con cuidado de que no sonara el clic.

Regresó a la habitación y se detuvo de nuevo en el umbral de la puerta.

 

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