Kris Durden - El CoronetSe repetía que tal vez debió de ser menos impulsivo y después de todo, su manager tenía uno que otro punto valido, pero estaba demasiados kilómetros metido en medio de la nada como para pensar en regresar. Había caminado por dos días y en la última noche, gran parte de la madrugada se la pasó pensando que moriría en el frío glacial de las 5am. Aún le provocaba un irracional miedo a morir congelado. Se imaginaba sentado y convertido en paleta como Jack Nicholson en el Resplandor. Ahora la situación era completamente opuesta. El sol brillaba en lo alto. Ya le había tostado el lado izquierdo del rostro, la nuca y comenzaba a sonrojarle la mejilla derecha.

En el horizonte podía ver aquél charco falso. Ilusión óptica provocada por el calentamiento de la carpeta asfáltica, que a su vez calentaba el aire; cuando los rayos solares atravesaban esa capa de aire caliente, estos salían desviados a todas partes, reflejando todo menos el suelo. ¡Voilá! Un océano de esperanza, imposible de alcanzar.

Iohann se desplomó en el polvo y con él cayó toda esperanza de salir vivo de ahí. Había visto suficientes películas macabras como para pensar que en cualquier momento pasaría un zopilote y le sacaría los ojos, pero en cambio se presentó la visión de una cruz. Le pareció irónico que un ateo como él estuviera teniendo visiones de Jesús en su lecho de muerte. En ningún momento le pasó por la cabeza orar por su vida, pero ahí estaba, alzándose imponente la figura de un Cristo crucificado que moría para y por los pecados del hombre. Al enfocar con detenimiento se percató de que no era más que una cruz cualquiera de carretera con un vaso polvoso y seco debajo. En la cruz se podía leer un gastado nombre: Michelle Dupeyron. Y una fecha ya ilegible. Ahora tendrían que colocar una cruz con su nombre a un lado y tal vez alguien que vinera a dejarle flores a Iohann se apiadaría de Michel y pondría otras pocas en aquél vaso polvoso. Cerró los ojos sin poder imaginar nada más. Ya se mecía en la oscuridad con la idea de que dormir un poco le daría la fuerza para salir de ahí o le haría más rápida e indolora la llegada al inframundo. Rápida era una palabra gratificante.

Escuchó un zumbido que atribuyó a las moscas que ya viajaban en busca de su putrefacta carne, pero el zumbido se acrecentó hasta convertirse en un rugido y se dio cuenta de que ese sonido no era una alucinación. Se incorporó precipitadamente y abrió los ojos grandes como platos. Sobre la carretera, se veía aproximarse un potente carro antiguo, no sabría con exactitud qué modelo era sino hasta que lo tuviera en frente. Su color azul como las aguas del caribe lo hizo sentir la esperanza de ver un millón de amaneceres más y con seguridad, cantaría en un escenario, con una nueva melodía macabra en tan sólo un par de semanas.

No dejaría que la persona que manejaba aquélla belleza se fuera y lo dejara a su suerte. Se plantó en medio del camino y extendió los brazos. O se detenía y lo sacaba de ese infierno o le ahorraba el trabajo al abrazante sol y de una buena vez, lo mandaba directo al verdadero infierno. El carro no parecía estar disminuyendo la velocidad y eso lo ponía un poco nervioso, pero no era suficiente para hacerlo desistir. La situación no se puso tan tensa, pues el vehículo al fin aminoró la velocidad. Iohann miró con claridad el modelo. Un coronet.

Se detuvo peligrosamente cerca de sus rodillas. El reflejo del sol contra el parabrisas no le permitió ver quién era el piloto de esa maravilla de la mecánica automotriz y tuvo que acercarse con sigilo al lugar del copiloto, esperando que no se arrancara y lo dejara ahí varado.

Su sorpresa fue grata cuando miró a una rubia al volante. Sus ojos zafiro eran seductores y denotaban inteligencia. Después de eso miró sus pechos. Se encontraban cubiertos solamente por una playera de tirantes. No traía sostén y eso incentivaba su imaginación.

–          Gracias –Dijo Iohann en tono cansado y un poco jubiloso -. Déjame ir contigo, a donde sea, pero lejos de este infierno.

Ella soltó una carcajada, mostrando su perlada y delineada sonrisa.

–          A donde sea, ¿dijiste?

–          A donde sea que vayas, pero lejos de aquí.

–          Sube

La puerta estaba abierta y en cuanto posó su rockero trasero sobre el asiento del copiloto, el carro aceleró con violencia. Las ventanas estaban bajas y aunque el aire afuera era caliente a Iohann se le figuró como un balde de agua helada.

–          Te ves algo deshidratado –Dijo ella al tiempo que sonaba el familiar sonido de una cerveza al destaparse. La llevaba entre las piernas y se precipitó un enorme trago para después mirarlo con una sonrisa seductora -. Hay más en la parte de atrás. Toma una, porque ésta es mía.

Tenía una pequeña hielera tras el asiento del conductor y en ella había más de 12 cervezas de lata sumergidas en agua y hielo. Sintió que algo pasaba en su boca y se dio cuenta de que ésta intentaba salivar, pero ya no tenía mucho con qué hacerlo. Se destapó una y la bebió toda de un solo trago.

–          Tranquilo vaquero. No quiero que te de una torsión gástrica como a mi perro.

Iohann tragó a tiempo la cerveza, pues estuvo a punto de escupirla por una carcajada.

–          No me gustaría que suene como un cliché, pero de verdad tengo la duda. ¿Qué hace una chica tan linda como tú, viajando sola en un costoso auto como éste? Y no es que sea mal agradecido, pero ir por ahí recogiendo vagos en medio de la nada, no es la mejor idea.

–          ¿Sabes? Hace mucho que me ronda una idea en la cabeza. Eres la primera persona que recojo y tal vez se deba a que eres el primer autoestopista que veo que me hace la parada. La verdad llevo bastante tiempo recorriendo la carretera sola y un poco de compañía no me vendría mal.

–          Te lo dije antes, a donde sea, pero lejos de aquí –Dijo Iohann sin poder evitar mirarle los pechos a la rubia y percatándose de las placas de identificación que colgaban de su cuello hasta sus senos.

–          Ya veremos si eso es verdad –Dijo ella en tono desafiante, para rematar pisando un poco más el acelerador.

Miraba por la ventanilla con una sonrisa, pensando que recorrer todo lo que habían recorrido en 10 minutos le habría tomado a él horas. Echó un vistazo al velocímetro e iban a 120k/h. Dividió mentalmente y llegó a la conclusión de que ya habían recorrido unos 20 o 22 kilómetros en tan sólo 10 minutos. Se maravilló por el ingenio humano y bendijo a todos los dinosaurios que murieron sólo para convertirse en petróleo y salvarlo de…

El tacto de una mano suave que subía desde su rodilla hasta su muslo lo sacó del trance. No había pensado en tener tanta suerte en tan poco tiempo. Tal vez cuando llegara la noche, pero no tan pronto. La pequeña sonrisa que llevaba se alargó hasta doler. Bajó la mirada y lo que vio sobre su muslo fue una mano despedazada. Tenía una fractura expuesta en el dorso. Huesos astillados le brotaban por todos lados y toda la sangre se veía gelatinosa y negra. Sangre coagulada. Le faltaba la uña al dedo pulgar. Iohann pegó un brinco en su asiento y le apartó la mano con violencia.

–          Creo que te tomé por sorpresa –Dijo con toda la normalidad del mundo posando nuevamente la mano sobre el volante y dejando ver una piel tersa -. O quizás no te gustan las mujeres –Soltó una carcajada enfermiza.

–          Sí, digo, no… Sí me has tomado por sorpresa y no; claro me encantan las mujeres. De hecho pensaba que más tarde… digo… -Suspiró esperando que eso lo relajara -. Creo que el sol me afectó demasiado. Llevo dos días caminando a la orilla de la carretera y no había bebido nada. Tal vez se me ha subido la cerveza y creí ver… Bueno, no importa.

–          Tranquilo vaquero. Estás en buenas manos.

Se sonrieron, pero la sonrisa de Iohann era nerviosa. Pensó que lo mejor sería seguir mirando por la ventana y olvidarse un poco de lo que creía haber visto, quizás así le regresarían las ganas de mirarle los pechos, tomar más cerveza, llegar borrachos al anochecer y hacer el amor. Antes de que pudiera seguir con su erótica historia, lo asaltó la idea de que la siguiente vez que le mirara los senos, se encontraría con dos putrefactas glándulas mamarias, saturadas de cortes y sangre o un prominente corte en forma de “Y” sobre su pecho y rematado con suturas descuidadas, como las que veía en la tele cuando le practicaban a una persona una necropsia. No soportó el estrés de la visión y se dio vuelta para acabar con las especulaciones. Ahí estaban. Un par de los senos más hermosos que había visto en toda su vida y eso incluía su carrera como vocalista de una popular banda de rock. Las pequeñas placas militares que reposaban sobre su pecho le llamaron la atención. Inclinó la cabeza de manera poco discreta e hizo uso de esa codiciada vista perfecta.

Ruiz Dupeyron

Michelle

CI: 01GC00124

FN: 08/04/1956

GS: 0+

–          Me gustaría pensar que miras mis placas de identificación y no mis senos –Dijo ella con humor -. Aunque aquí entre nos, no me molestaría que fuera lo contrario.

–          ¿Tu nombre es Michelle? –Dijo pasando de largo de su comentario.

–          Sí que tienes buena vista, vaquero.

–          Sí –Contestó ensimismado y pensando por qué le parecía tan familiar ese nombre. Si sería la novia o hermana de algún productor. O tal vez una de esas chicas que le escribían todo el tiempo a su fanpage de Facebook. Recordar a todas las chicas extremadamente atractivas que le escribían a diario lo hacía pensar en que no era una idea tan descabellada, aunque, en el mejor de los casos, muchas de ellas se habían tomado su mejor foto y en el mundo real no eran nada de lo que aparentaban  o muchas otras se valoraban tan poco que preferían robarse la foto de algún sitio con un nombre como “modelos adolescentes” o “colegialas bien”. Sería una locura pensar en ella como la admiradora psicópata que se enteró de su pelea con el manager y posterior desaparición, para luego salir en busca de su amado. Todo eso explicaba la osadía con la que le había acariciado la entrepierna sin siquiera saber su nombre…

–          Vamos Iohann, haz memoria –Dijo despreocupada como si hubiera estado escuchando sus pensamientos, cosas que le heló la sangre a Iohann.

–          ¿A qué te refieres? –Decía al tiempo que volteaba y se encontraba con una figura ensangrentada y de carne expuesta. Sobre la frente le colgaban grandes trozos de cuero cabelludo que a su vez dejaban expuesto un blanco y astillado cráneo. El lado izquierdo de su rostro parecía haber sido rebanado con un serrucho. Un corte tosco que exponía sus muelas rotas, pero no era tan impactante como ver lo que quedaba de su ojo pendiendo del nervio óptico hasta la altura de su pómulo. El otro ojo estaba de un azul casi blanco y cubierto por una película lechosa. El brazo izquierdo sólo se veía salpicado por virios y sangre, pero a la altura de la muñeca, se encontraba en una posición antinatural. Era evidente que estaba dislocada. El brazo derecho, que reposaba sobre la palanca de velocidades parecía colgar por pellejos y la mano era la misma que había visto antes. Iohann quedó paralizado ante tal visión y pudo haber seguido así de no ser porque ella estiró de nuevo la mano para cogerle la pierna. Salió del trance con un respingo y replegándose contra la puerta -. ¡Dios!

–          Creí que no creías en él –Dijo ella con una voz tranquila que contrastaba con su apariencia.

–          ¡Oh Dios, por favor!

Ella soltó el volante sin apartar la mira de su único ojo lechoso. El coronet aceleró de golpe y el velocímetro ahora estaba a tope. Comenzaba a parecer un metrónomo poseído. EL coronet chillaba y lo hacía por medio de fierros que se retorcían. Miró la pintura del cofre burbujear, como si estuviera hirviendo y después retorcerse lastimosamente.

–          Tienes que recordar, Iohann

La respuesta le vino a la cabeza tan de golpe, que se sintió, por medio segundo, feliz de poder hacer conjeturas bajo esas extraordinarias circunstancias.

–          ¡Michelle Dupeyron¡ -Gritó Iohann -. Tu nombre estaba en la cruz y yo no te conozco. ¡Déjame ir!

–          Vamos vaquero, no seas gallina. Dijiste que me acompañarías a donde fuera y la verdad es que llevo demasiado tiempo sola.

El vehículo comenzaba a irse de lado. Iohann se armó de valor e intentó coger el volante, pero no lo consiguió, pues ella le atenazó el brazo con la mano destrozada. Para tener los huesos y ligamentos completamente rotos y expuestos, apretaba bastante bien. Intentó zafarse, pero tampoco lo consiguió. Pensó que el impacto sería inminente y que el auto se volcaría. Rebotaría por todas partes y su cuerpo resistiría tanto como un huevo en el bolsillo de un jugador de americano en pleno super-bowll. Ahí se dio cuenta de que no llevaba puesto el cinturón de seguridad.

El auto salió del asfalto y tomó una duna como rampa. Giró y giró en el aire, pero jamás golpeó contra el suelo ni contra ningún otro objeto. Iohann tenía los ojos fuertemente cerrados y aunque no se había dado cuenta, de ellos salían lágrimas. El corazón le palpitaba tan fuerte que no sólo lo sentía brincar en su pecho, sino también en su garganta y oídos. No supo cuánto tiempo pasó, pero el sentimiento de angustia se diluyó paulatinamente. Cuando se atrevió a mirar en rededor se encontró con una Michelle hermosa y fresca, conduciendo un coronet sumamente cómodo.

–          Anda Vaquero, no ha sido tan malo ¿O sí?

–          ¿Qué ha pasado?

–          La vida; eso pasó.

A pesar de todo, Iohann se sentía a salvo y sin duda ella también.

El coronet siguió su camino por esa misma carretera. Jamás se agotaría su combustible ni volvería a recoger a ningún otro autoestopista.

Dos semanas más tarde, un par de turistas de la tercera edad, que utilizaban la vieja carretera hacia las pirámides, encontraron al desaparecido Iohann Kodachi. Estaba al borde de la momificación con una mano seca aferrada a una vieja cruz de carretera. No pasó mucho antes de que hubiera dos cruces y muchas flores para ambos. Fue una suerte, pues pocos saben lo que le pasa a un fallecido cuando los vivos se olvidan el él o ella.

Por: Kris Durden

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