-Cuando sabes lo que yo sé, no puedes darte el lujo de dormir con los dos ojos cerrados -Palabras que solía decir el indigente conocido como Juan “el conspiraciones” cada que alguien le preguntaba el por qué, de ese horrible gesto al dormir.
Era delgado, con la piel tostada por el inclemente sol, tenía un par de ojos grandes y unas enormes bolsas a causa del insomnio que dejaban ver que Juan había andado toda una vida tras la pista de una organización secreta que trabaja en conjunto con el gobierno de su país.
Contaba muy a menudo la historia de un grupo de personas que no vestían de traje ni gafas y que podrían haber pasado por cualquier persona con cualquier tipo de empleo, pero que él los había reconocido porque todos portaban una marca de un color ligeramente más oscuro al color de su piel en forma de 8 horizontal, en la base de la nuca. Estos seres secuestraban personas para experimentar con ellos en laboratorios clandestinos dentro de las calles del centro histórico de la ciudad de México, en los cuales aplicaban procedimientos grotescos de algo llamado medicina cuántica. Experimentos que ponían en riesgo la estabilidad de la materia, pero que de tener éxito advertían que podían encontrar una nueva manera de curar cualquier enfermedad, incluyendo el cáncer. En el mejor de los casos terminaban reduciendo a un hombre a un baboso costal de carne que aún no había perdido la conciencia, pero que muy pronto perdería la cordura.
A pesar de lo cómodo que se sintiera en su soledad, las circunstancias no se lo permitían siempre. En los meses más fríos del año, tenía que recurrir a una opción menos agradable, y ésta era los albergues que el gobierno del distrito federal proporcionaba cada año en tiempos de frío. Cosa que lo llevaba temporalmente de regreso a sus años de infancia en el que todos lo molestaban por su comportamiento más parecido al de un ratón asustado que al de los pequeños adictos a los videojuegos de su misma edad.
En los albergues, Juan se podía comportar de una manera muy extraña, pero eso no molestaba a nadie e incluso muchos pensaban que era divertido tenerlo ahí.
Podía pasar horas compartiendo valiosa información para no ser víctima de un secuestro por los hombres del 8 horizontal. Además de que algunas de sus historias de escape rayaban mucho en la realidad, pero tras unas horas de lo mismo, hasta el más paciente de sus compañeros terminaba por perder el interés.
Para la segunda semana de Diciembre, Juan ya tenía más que establecida su rutina y todas las posibles salidas de escape ya estaban meticulosamente estudiadas. Incluso sabía quién dormía dónde y cuáles eran sus hábitos, rutinas y patrones de conducta.
Esa noche había notado que Margarita, la encargada del lugar, después de recibir una llamada a su teléfono móvil, había adelantado su ritual de comer un pan de dulce y una taza de café, 15 minutos. Luego desapareció por otros quince minutos y después regresó para continuar con su labor en el albergue. Al poco tiempo todos se fueron a dormir.
Juan había tardado un poco más en dormir, preguntándose quién había llamado a Margarita y había osado perturbar su indispensable rutina, pero Morfeo era un tipo duro y no tardó en hacerse presente.
Mientras dormía, cerca de las 3am, había escuchado una serie de sonidos que no lograron despertarlo, pero que se filtraron como una pequeña semilla en su mente y que terminaría de germinar cuando se despertara antes que todos y viera que el sujeto del catre 16 no estaba.
No llamó la atención con una escena de esquizofrenia, pero si comenzó a hacer preguntas acerca del sujeto de la cama 16. A nadie le interesó que la siguiente noche no volviera y uno de todos los sujetos que llegaban tarde y no alcanzaban lugar, lo remplazó.
La siguiente noche Margarita llegó 15 minutos tarde a su turno y eso volvió a sacar de balance la rutina. Según Juan, todo era un desastre, el de la cama 16 ya no estaba y Margarita estaba apenas repartiendo las cobijas.
-Permítame ayudarla señora Margarita. –Dijo Juan –En tres minutos va a pasar el señor del pan y yo podría pedirle que le mande un café negro sin azúcar y un bizcocho salado.
-Juan, no es necesario –Dijo Margarita sonriente e impresionada. –El señor sabrá esperar unos minutos mientras salgo por él, ya me conoce.
-Por favor –Dijo suplicante. –Así todo estará más en orden y yo podré dormir mejor.
Margarita que seguía despachando las cobijas mientras platicaba lo meditó por un momento. Sacó dinero de su bolsa y le dijo susurrando que le mandaran lo de siempre y que se comprara algo para él.
Esa noche Juan durmió, y eso ya era bastante; su ayuda a restablecer el orden y tener un panquecito del papel rojo en la panza, hicieron que la magia de Morfeo se manifestara en un acto épico.
La luz de la mañana atravesaba con serenidad la cristalina gota de saliva que se había escurrido desde la comisura izquierda de los labios de Juan, hasta la sucia y polvosa barba que sin saber cómo, ya albergaba caspa. Juan se incorporó con histeria y con los ojos saltones. Aunque era el primero en despertar, para él ya era más que tarde. Lo que había detonado dicha histeria era que muy en lo profundo de su sueño, se había percatado de que alguien había entrado mientras dormían, más de dos personas, y se habían acercado bastante a él, pero no le habían hecho nada, sólo se habían detenido ahí un momento y al siguiente ya se habían ido junto con el rancio aroma de la senilidad que acompañaba para todos lados al sujeto de la cama de junto. Charly, le decían.
-¡Se lo llevaron! –Comenzó a gritar “El conspiraciones” –En la noche estaba ahí y ahora ya no está.
Margarita corrió con las lagañas todavía en los ojos, lo último que quería en su turno era una pelea entre indigentes.
-Juan, será mejor que guarde silencio –Dijo Margarita –No quiere despertar a los demás, ¿O sí?
Unos pocos comenzaron a levantarse para ver que estaba sucediendo, pero la mayoría permanecía inerte y aferrándose a sus sueños en busca de 5 minutos más.
-Ayer había un sujeto en el catre 24, el de aquí –Señalando el catre de junto con un dedo índice duro y delator. –Hoy ya no está.
-Seguramente se ha ido temprano y eso es todo.
-Igual que se fue el sujeto del catre 16 antenoche y antes de eso quien sabe cuántos más se habrán ido por la madrugada. –Continuó Juan “el conspiraciones” alzando su tono –Y si se fue, ¿Por qué no esperó al desayuno gratuito y por qué está su zapato izquierdo bajo mi cama?
Un murmullo desplazó el silencio y los que se mantenían entre dormidos, se comenzaron a incorporar. Ahora tenía la atención de todos y por la mente de muchos pasaba el perezoso “Por qué no dejan dormir”, pero por la de otros pocos, ya se formulaba una conjetura; “Tiene razón”.
Margarita soltó una risa dulce.
-Juanito, entonces dinos a todos qué fue lo que pasó.
-Se lo llevaron “las personas de 8 horizontal”
Una carcajada acida y áspera se escuchó desde atrás, un segundo después todo fue ruido de risas y espetos.
-Juan, será mejor que ya no sigas –Dijo Margarita –No tiene caso que se empeñe en creer en algo que jamás ha visto y que jamás verá.
El tono en el que Margarita había dicho esas palabras hizo que se le agolpara en la cabeza una serie interminable de recuerdos con personas mirándolo y tratándolo como un fenómeno. Al tiempo que los ojos se le humedecían y en la garganta se le hacía un nudo, sus manos se apretaban junto con los músculos de la quijada.
En un movimiento rápido, ya se encontraba sobre Margarita, gritándole como un mono rabioso sobre la oreja izquierda. Su mandíbula apretada no dejaba que ninguna de las 43 palabras que dijo se entendieran y antes de que la cosa se pusiera peor ya estaban sobre él dos oficiales gordos, morenos y fatigados propinándole una golpiza digna de atentar contra los derechos humanos.
Margarita sabía que por muy aterrador que hubiera parecido el momento, Juan no le había hecho daño. Solo tenía el cabello anudado y nada más.
Una sucia bota de casquillo impactó en la boca de Juan y uno de sus incisivos estuvo a punto de salir volando. Esa acción fue suficiente para sacar a Margarita de su ensimismamiento y detuvo a los oficiales.
Juan ya hacía en el piso en posición fetal. Estaban a punto de llevarlo por los brazos a la patrulla, pero Margarita intervino.
-Ese hombre no hizo nada que él crea incorrecto. -Dijo Margarita con sus labios pálidos –Ese hombre está enfermo. Deberán de llevarlo al albergue de la delegación Cuauhtémoc en la colonia centro, que ahí tienen el equipo y medicamento para atenderlo.
Juan no se había sentido en problemas sino hasta que escuchó la palabra medicamento. Un ataque de histeria se apoderó de él y por más que gritó y berreó, no pudo escapar de sus captores.
-¡Juan, cálmate! –Gritaba Margarita –Nadie te va a hacer daño. Es por tu bien.
¿Cuántas veces había escuchado esa frase, “es por tu bien”? Durante su traslado, no paró de gritar y llorar. Pensaba que las personas del 8 horizontal al fin lo habían atrapado.
Cuando llegó al albergue de la colonia centro una mordida a la oreja del enfermero más sádico, Michelle Torres, le valió dos jeringas muy grandes repletas de calmantes y antipsicóticos.
Las siguientes horas transcurrieron en un caos sensorial y casi dimensional, los colores parecían sabores y las luces, a ratos, notas musicales. El mundo se deformaba y reconstruía frente a él y no tenía idea de cuánto tiempo había pasado.
Lo que para cualquier persona sobria, habían sido 14 horas, para Juan “el conspiraciones”, habían parecido 14 meses.
Todos sus pensamientos tardaron un par de horas en recobrar su muy particular orden, pero para las 11pm ya había dejado de llorar y el único indicio que quedaba de que todo aquello había sucedido eran un par de ojos hinchados y dos enormes bolas en los lugares donde habían penetrado las jeringas.
El infierno comenzaba a pasar del país de las maravillas al hangar 18.
Juan tenía tiempo de no hacerlo, pero sabía perfectamente cómo escapar de una camisa de fuerza. No tardó ni dos minutos, que para él era un pésimo tiempo, en estar libre de ella.
Caminar a la puerta le tomo un poco de trabajo, al parecer los antipsicóticos gozaban de una generosa cantidad de psicotrópicos. Cuando llegó a ella temió encontrarse con una cerradura eléctrica, pero no era más que una cerradura de sanatorio. Esta vez no tardó tanto como con la camisa.
Al otro lado no había cámaras o guardias de seguridad, sólo un monótono pasillo con una cantidad absurda de puertas. Ninguna estaba numerada o marcada. Tampoco se veía el trillado señalamiento con la flecha y la leyenda “salida de emergencia”.
Si se había preparado para ser sigiloso y asertivo en algún momento de su vida, era aquél.
Decidió instintivamente caminar hacia la derecha y caminar hasta el final, pero descubrió, después de doblar 5 veces hacia la derecha, que no había dicho final.
Pensó que tal vez seguía bajo los efectos de las drogas y que debía de caminar un poco más, pero antes de que pudiera dar otro sigiloso paso, comenzó a escuchar un par de voces aproximarse por una de las puertas. No lo pensó y abrió la puerta que tenía más cerca y desapareció tras ella.
La habitación estaba oscura. Entró con cuidado de no hacer ni el menor ruido. Esperó a que sus ojos se acostumbraran a la espesa oscuridad y antes de que sucediera notó que un par de ojos lo miraban. Estaban ahí, flotando en la nada. Ligeramente brillantes e inexpresivos.
El pulso de Juan se aceleró y estuvo a punto de salir corriendo, pero las voces que había escuchado antes ahora eran muy claras. Había dos personas caminado al otro lado de la puerta, por el pasillo. Sin duda, no era opción regresar por donde había venido, pero tampoco podía quedarse parado justo frente a la puerta. Pegó la espalda contra la pared y dobló las rodillas. Prestó atención a lo que las personas de afuera decían, pero ya no las escuchó. La angustia de pensar que tal vez seguía alucinando comenzaba a invadirlo. Intranquilo, comenzó a deslizarse por la pared. Como huyendo de lo que pudiera entrar por esa puerta y también de quien sea que lo estuviera mirando desde lo más oscuro de la habitación, pero en el momento más crítico de sus posibles alucinaciones su espalda se topó con un apagador y la luz se hizo en una habitación de vidrio muy grueso justo frente a él. Sintió la sangre congelársele en las venas.
Lo que al principio parecía un piso ensangrentado y cubierto por partes humanas, poco a poco fue adquiriendo forma. Eran bultos babosos. Masas carnosas y llenas de venas que al sentir la presencia de la luz comenzaron a moverse de una manera tan estremecedora que la mente de Juan no pudo evitar llevarlo a su infancia; cuando vertía cera caliente sobre los gusanos peludos que encontraba en la yerba seca. Intentó apagar la luz, para no llamar la atención de los que estaban afuera, pero quedó perplejo al descubrir que esas horribles masas tenían rasgos humanos. Algunos tenían dedos y uñas adheridos a ellos, otros tenían mechones sucios de cabello, pero la mayoría tenía ojos incapaces de enfocar y en una que otra de esas bolas de venas rosadas pudo ver una boca con dientes muy separados y chuecos. Masticaban el aire o tal vez intentaban pronunciar una palabra… ¿Sería “Ayuda”? o tal vez “piedad”.
Miró hacia el muro y se percató de que había más apagadores, todos eran digitales, muy parecidos a los vúmetros de una consola de audio. Sin importar el riesgo y ahora motivado por la curiosidad y la adrenalina que le había provocado el miedo, se decidió a encender otra luz. Al pasar la mano por encima de las diminutas luces verdes, la habitación continua se iluminó. Había una plancha de acero cóncava y sobre ella estaba un hombre completamente desnudo. Se acercó con los pasos más sigilosos que en su paranoica vida había dado. Al tiempo que empañó el vidrio con su aliento y vio con horror que ese hombre era el sujeto del catre 16. 16 abrió los ojos grandes al reconocer la cara de Juan “el conspiraciones”, pero no tuvo oportunidad de siquiera señalarle con la mirada la posible salida de aquella prisión de vidrio cuando un líquido blanco comenzó a caer con mucha presión sobre el cuerpo desnutrido, pero vientrudo de 16. Su boca se abrió en un gesto de horror que debía de estar acompañado de un grito desgarrador, pero desde fuera de la habitación no se escuchó nada.
Juan retrocedió, pero no dejó de mirar a la habitación. Del líquido blanco, ahora pintado con tonos rojizos, comenzaron a brotar trozos de 16. Dedos, una pierna, un ojo. La situación apenas duró unos segundos, pero al terminar de caer el líquido, ya sólo quedaba una masa viscosa y llena de esfínteres, retorciéndose en la cóncava plancha de acero.
El miedo fue lo que hizo despertar a Juan y sin apagar las luces salió a toda prisa de la habitación. No tuvo que intentarlo dos veces, por instinto y suerte, dio con la puerta que conducía a las escaleras.
Sería la combinación de la adrenalina con las drogas, pero el siguiente momento en el que Juan tuvo consciencia fue al estar caminando frente al museo de la luz, por la calle de San Idelfonso. Ya llevaba puesto un cálido y oloroso abrigo gris. En una de sus manos sostenía un pedazo de papel y la otra la tenía sosteniendo un bolígrafo dentro de uno de los bolsillos del abrigo. El no saber cómo había llegado hasta ese punto le erizaba la piel. Al mirar lo que llevaba en las manos comprendió perfectamente lo que tenía que hacer. Redactó como pudo una especie de carta anónima a la CNDH con la esperanza de que alguien que no estuviera implicado la leyera, pero la carta no tenía más veracidad que un relato de ciencia ficción de Ray Bradbury. Resultaba muy entretenido, pero era tan increíble terminó publicado en internet bajo la palabra creepypasta.
Después de haber depositado la carta en uno de esos raros buzones rojos, Juan aún no sentía que la tarea estuviera terminada. La única persona en la que podía confiar para la tarea que se proponía era Margarita. Cuando la encontró, a diez minutos que comenzara su turno y a dos cuadras del albergue, a Margarita se le secó la boca y pareció empalidecer.
-No le haré daño –Dijo Juan mostrándole las manos, al tiempo que Margarita daba un pequeño paso para atrás.
-Lo sé, pero ¿Cómo es que te saliste… del albergue de la Cuauhtémoc?
Juan lo meditó unos segundos y luego le contó todo lo que podía recordar de ese lugar y que difícilmente podría dar con él.
Margarita, que se había limitado a escuchar, incluso durante los detalles más surrealistas, le pidió que no regresara al albergue, sino que la acompañara. Juan no pudo evitar pensar que margarita no le había creído y en realidad no esperaba menos. Su mirada se ensombreció, se encogió de hombros, pegó la barbilla con el pecho y metió las manos en las bolsas.
-Usted era la única persona en la que confío. Dijo Juan al tiempo que se daba la vuelta y antes de haber dado dos pasos, un dolor agudo en la nuca acompañado de un flashazo segador, lo envió a las tinieblas.
No había sido el ruido, sino dos potentes reflectores los que lo habían despertado. Estaba desorientado y lo primero que le vino a la mente fue que lo habían regresado al albergue para continuar con la intensa dosis de medicamentos, pero al echar una mirada por el lugar se dio cuenta de que algo le era perturbadoramente familiar. Sin duda, ahora estaba al otro lado del vidrio. Sobre la misma plancha cóncava de acero en la que horas antes se encontraba 16. No tenía que intentar moverse para saber que está atado de pies y manos. El corazón le galopa cual caballo desbocado cuando se escucha la voz de Margarita a través de una bocina.
– Es una lástima Juan. Es una lástima que hayas tenido que ver esto.
– No Margarita, no…
– No eras candidato para los experimentos, nos interesa saber cómo responde la mente cuerda y no una psicótica como la tuya.
– Margarita, no, no, ¡NO Por favor!
– Pero ahora no vemos por qué no incluirte en esto.
– ¡NO MARGARITA, NO, NO, NO, NO!
Lo último que Juan “el conspiraciones” vio y sintió fue un espeso chorro de líquido blanco que lo baña por completo y lo disuelve con efervescencia.
Por: Kris Durden
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