LA CAJA_Detras-de-las-salchichasDetrás de las salchichas había algo y temía que fuera una araña muy grande o un mono muy pequeño. Geovanni la había visto moverse de un lado a otro por el almacén durante los quince días que llevaba trabajando en el pequeño minisúper.
La única arma con la que contaba en ese momento era un mechudo viejo y polvoso, que habría preferido meter en agua para darle más peso, pero la colonia llevaba días sin agua y el mechudo se habría quebrado por el peso en la primera abanicada.
El temor que sentía de dar el primer golpe estaba fundamentado en que de ser una araña, se podría meter entre el mechudo, recorrer el palo con tenacidad hasta subir por su brazo con sus asquerosas y peludas patas y que antes de poder agitarlos como si estuvieran en llamas, la maldita araña ya estaría en su nuca, clavándole los colmillos y llenándole de veneno el cráneo.
Un escalofrío le nació en la nuca, justo donde el creyó que le rondaría esa cosa y decidió que tal vez no era el mejor momento para averiguar qué era. Estando ahí, con el mechudo en alto, se preguntó cómo un trabajo tan normal había terminado en el detonante de una paranoia.

El turno de la madrugada era totalmente diferente al de día.
En rededor sólo había oficinas que durante las primeras horas de la mañana exigían café, cigarrillos, donas, yogurt bebible para el tránsito lento e irregularidad intestinal y cualquier otro tipo de producto milagroso que prometiera vitalidad para un mejor desempeño laboral.
A la hora de la comida vendían una cantidad absurda de hot-dogs, refrescos de dieta y aguas bajas en sodio. Entre las 13hrs y las 16hrs la fila de oficinistas parecía infinita, pero durante la noche, después de que se cerraban las puertas, no llegaban más de dos o tres personas que necesitaran pan de caja o un galón de leche.

Geovanni Ángeles llevaba trabajando ahí apenas dos semanas. Desde el inicio le habían asignado el turno de la noche y a él le venía perfecto, pues lo dejaba con el tiempo para poder completar sus estudios.
Se había dado cuenta de inmediato de que en el almacén había dos rayitas de señal de wi-fi sin contraseña, por lo cual comenzó a refugiarse ahí para ver videos en su smartphone.
Desde la primera noche, con la nariz metida en IrreverenTV, creyó haber visto con el rabo del ojo algo que se movía con suma cautela y luego a gran velocidad. No tuvo oportunidad de ver qué era o siquiera qué forma tenía, pero desde ese momento comenzó a sospechar que en el lugar algo no andaba bien.
De inmediato le hizo el comentario a Paco.

-Ese es problema del supervisor –Dijo Paco mientras miraba fastidiado la caducidad de las papitas fritas –En su siguiente visita, si no viene de una discusión de su frustrada vida ideal en pareja, yo mismo le avisaré.

Geovanni no concebía la idea de una persona tan poco comprometida con su trabajo. Después de todo, era su segundo empleo.

La siguiente noche notó que cada que regresaba al almacén y encendía la luz, una sombra se escabullía en dirección al congelador. Eso parecía imposible, porque la puerta de acero tenía un guardapolvo muy grueso y sólido. Recordó que en alguna ocasión escuchó que las ratas eran tan flexibles que se habían colado en un bunker alemán durante la segunda guerra mundial y habían devorado a casi todos los soldados. Los que salieron para contar la historia, habían muerto al poco tiempo a causa de las infectadas mordidas.

Dos noches después, Geovanni se había quedado, por primera vez, solo en la tienda. Pronto descubriría que iba a ser más frecuente de lo que pensaba. Había terminado de recibir el producto de uno de los proveedores de refresco y se disponía a acomodar las rejas. Se inclinó para levantar la primera, pero algo tras la reja le rosó el dorso de la mano. Al principio su mente lo había hecho creer que había sido peludo y áspero, pero cuando se revisó la mano la tenía húmeda y cubierta por un líquido baboso y rosa. Tiró la reja y salió corriendo cerrando la puerta del almacén tras de sí.
Cerca del amanecer llegó Paco. Apestaba a cerveza y tenía labial en varias partes del cuello.

-Hay algo en el almacén y creo que está dejando crías –Dijo Geovanni recordando con asco lo que había tocado –Te juro que esa cosa ya está pariendo y en menos de lo que te imaginas vas a tener una plaga de ratas aquí.

Paco lo miró con una sonrisa de borracho y luego abrió la boca para decir algo, pero no pudo concretar nada. Se fue a lavar la cara y cuando regresó le dijo:

-Ya cumpliste Geovas. Deja que yo me encargue. Puedes retirarte.

-Pero faltan dos horas para mi salida.

Con un ademan le pidió que no hablara más. Con una sonrisa y un movimiento de cabeza lo invitó a que se retirara.
Geovanni pensó que después de todo, no era su problema que el lugar se infestara de ratas, sino del encargado y terminó por retirarse sin decir más.

Durante las siguientes nueve noches estuvo evitando entrar al almacén. Aún no había notado que se frotaba y rascaba con frecuencia el dorso de la mano, donde había tenido el líquido rosa.
Para ese entonces ya había acomodado todo el producto, mejorando cada noche su tiempo. Había movido las máquinas de café y la de las salchichas para limpiar debajo de ellas. Incluso le había pedido a Paco que le enseñara a utilizar la caja y él lo había hecho con gusto, pues a muchos les daba miedo manejar dinero y Paco ya estaba fastidiado de hacerlo.
Se limitó a entrar al almacén sólo para lo indispensable y en cada ocasión veía la sombra huir al prenderse la luz. Paco era el que entraba con más frecuencia, muchas veces a tomar una siesta. Cada que lo hacía, Geovanni esperaba escuchar un grito, seguido de una escena de pánico o verlo salir pálido y con los ojos muy abiertos, pero nada de eso ocurrió. Comenzaba a pensar que tal vez todo habían sido ideas suyas.
El turno estaba a dos horas de terminar y ya no había nada que hacer en la tienda. Lo único que se le ocurría era ver videos del Morfo, Héctor Leal o del Mox, pero la única manera de hacerlo era dentro del almacén. Acompañado de esa cosa.
Si durante tres días Paco no había visto nada, tal vez era porque esa cosa, de haber existido, ya se había ido.
Prendió la luz y el lugar quedó bien iluminado. Se encaminó hacia una de las esquinas y se trepó sobre unos cartones de cerveza para encontrar disponible el nuevo video de EnchufeTV. Le dio reproducir, mientras miraba con impaciencia en rededor y se convencía de que definitivamente eran ideas suyas, pero cuando apenas se estaba relajando sintió la fuerza de un dedo índice tocar tres veces su hombro, como invitándolo a voltear. Geovanni pegó un grito y dejando tirado su Smartphone, salió a toda prisa de la habitación.
Sorprendió a paco sacándose el moco más colosal de su vida y corrió hacia donde él estaba.

-Hay alguien ahí dentro –Dijo con los ojos vidriosos y los labios pálidos.

Paco tomó un pequeño bate de baseball que guardaba bajo el mostrador y se encaminó hacia el almacén.

-¿Quién anda ahí? –Gritó creyendo que de alguna manera, alguien se había colado dentro.

Mientras Paco entraba, Geovanni sólo se limitaba a verlo desde el mostrador y levantar una plegaría para que nada le pasara. Miraba la puerta y se preguntaba dónde estaban las llaves y qué haría si necesitaba salir por ayuda.

Paco salió aún asustado y le dijo que no había nadie ahí dentro.

-Te juro que sí –Dijo suplicante –Alguien me tocó el hombro.

Paco lo miró con la cara más amarga que pudo hacer y meneo la cabeza mientras regresaba a su lugar.

-Amigo, te juro que alguien me tocó ahí dentro.

-Déjalo así Geovanni.

El turno llegó a su fin y Geovanni no paró de pensar que no era una rata lo que había visto, sino un fantasma.

Al siguiente día le tocaba descansar y pensó que de no ser porque necesitaba el dinero para su colegiatura, esa misma noche habría renunciado. Definitivamente lo iba a hacer, pero esperaría hasta la quincena para hacerlo.
Mientras caminaba de regreso a casa, se buscó el teléfono y recordó que lo había tirado en el almacén. La angustia se apoderó de él. Pensó que no quería regresar esa noche a ese lugar y se convenció de que Paco era flojo, pero estaba seguro de que no era ratero. –Ya vendré por él pasado mañana –Pensó.

El día de descanso le vino muy bien. Elena lo había llevado a pasear todo el día al centro histórico de la ciudad de México. Terminaron exhaustos, desnudos y mirando las estrellas recostados en la azotea de la casa de ella. Él no se había dado cuenta de la hinchazón en la mano y ella se lo hizo ver, pero él no tuvo la memoria suficiente para recordar que había comenzado con el líquido rosa.

Cuando llegó a la tienda estaba muy fresco. Lo primero que hizo fue preguntar a Paco por su teléfono celular. Paco le dijo que en el almacén no había encontrado ningún teléfono aquella noche. Le aseguró que si no lo había recogido él, seguro lo tendría el encargado de la mañana. Geovanni le pidió que le prestara su teléfono para marcarse a ver si alguien contestaba y Paco se lo dio. Al marcar el número recibió tono, escuchó claramente “suerte” de Paty Cantúsonando desde el almacén. La angustia se apoderó del él al reconocer su ringtone. Miró a Paco y le pidió que entrara a buscar su teléfono, pero Paco se mofó de él y casi le arrebató su celular de las manos.

-Suficiente tienes con estar mal gastando el crédito de mi celular y todavía quieres que lo busque por ti.

Geovanni aceptó que tenía razón.

-Geovanni, voy a salir a tomar un poco de aire –Dijo Paco mientras miraba con impaciencia su reloj –Te dejo el celular para que busques tu teléfono. No tardo nada.

A Geovanni se le hizo un hueco en la boca del estómago. Tenía ganas de gritar y rogarle para que no lo dejara solo, pero sabía que a sus 20 primaveras ya no se podía dar esos lujos.

-No tardes –Le dijo mientras fingía una sonrisa.

Decidió que iba a hacer tiempo en lo que llegaba Paco, pero le pegaba en el ego tenerle tanto miedo al almacén de un minisúper. Había pasado media hora y pensó que lo mejor sería actuar sin pensar. Se colocó el celular en la oreja y comenzó a fingir que llamaba a alguien más mientras entraba casual al almacén. Al prender la luz no vio una silueta escabullirse, sino a una cosa del tamaño del “mumi”, su perro. Era muy peluda, con seis y ocho patas y negra con marrón. Estaba estática en el centro de la habitación como diciendo, “yo tengo tu celular, qué vas a hacer chico valiente”.
Geovanni abrió muy grandes los ojos y esta vez sin tirar el celular, salió corriendo del almacén, apresurándose a cerrar la puerta.

Cuando Paco llegó le contó lo que había visto ahí dentro.

-¿Crees que en el almacén habría una tarántula del tamaño de tu perro y que nadie, excepto tú, la haya visto antes? Déjate de payasadas y mejor dime que no quieres acomodar la cámara.

Geovanni se ruborizó y a pesar de que quería insistir en su historia, lo que había dicho Paco sonaba muy sensato.
Aquella noche no pisó ni de chiste el almacén y no se habló de nuevo de la araña del tamaño de un perro.

Esperó a los del siguiente turno y cuando Paco ya se había ido, les pidió que lo ayudaran a buscar el celular. Todos eran mucho más amables que Paco y ninguno se opuso.

-Nadie ha notado nada raro aquí dentro –Dijo Geovanni mientras buscaba cerca de las cervezas.

-Sí –Dijo uno de ellos y Geovanni se paralizó. –La cámara ya no enfría como antes.

-Me refiero a algo como telarañas o arañas del tamaño de un french poodl.

Todos rieron al unísono.

-Hace poco vimos una araña así –Dijo una de ellos –Pero resultó ser la hermana del Félix.

Y volvieron a reír, pero esta vez sin Geovanni.

-Por qué no me das tu número y te marco –Intervino el más alto de todos.

Geovanni le dio el número y esperó a que sonara, pero el teléfono estaba apagado y lo mandó al buzón de voz.

-Me manda al buzón. Tal vez se quedó sin pila. Mala suerte amigo.

Todos comenzaron a incorporarse poco a poco a sus actividades y Geovanni no quiso quedarse solo, así que prefirió buscar la siguiente noche.

Ese día de camino a la escuela, en el camión, se había dormido un rato y mientras le daban a su cabeza recargada sobre el vidrio, los primeros rayos de sol, soñó que alguien le marcaba a su teléfono celular y que el identificador decía mamá, pero la voz que escuchó al contestar era la de Elena, que pedía ayuda. Geovanni se angustiaba y cuando quería retirarse el teléfono del rostro no podía, pues se había transformado en una tarántula que lo sostenía con fuerza con sus patas rodeándole la cabeza. Comenzó a meterse poco a poco en su boca y sintió sus peludas patas introducirse en su garganta. En su sueño ya lloraba cuando el chofer se voló un tope y lo despertó brusca, pero satisfactoriamente.

La siguiente noche llegó Paco aún no estaba ahí. Le entregaron las llaves y le pidieron que cerrara. Geovanni pensó que tal vez ese sería el último día que trabajaría ahí no puso pero alguno.
Traía consigo un celular barato que sólo usaban cuando alguno había perdido su teléfono. Antes de intentar entrar al almacén a buscar lo que le pertenecía, decidió que sería buena idea marcar para comprobar si en realidad estaba apagado el Smatphone.
El teléfono dio tono y escuchó de nuevo sonar desde el interior del almacén “suerte” de Paty Cantú.

No había de otra, tenía que entrar. Buscó el pequeño bate de baseball de Paco, pero no lo encontró.

Tomó un mechudo polvoso que se encontraba junto a los cigarrillos y marcó de nuevo a su antiguo teléfono.
Al entrar al almacén, descubrió que el teléfono sonaba tras la puerta de la cámara. Geovanni calculaba que la cámara estaría a unos 3 grados o menos y según sabía, eso no era bueno para las tarántulas. Las bajas temperaturas las podían matar.

Al entrar a la cámara, se percató de que su celular sonaba y brillaba tras las cajas de las salchichas gigantes que se utilizaban para los hot-dogs. Colgó el teléfono y lo guardó en la bolsa de su pantalón. La cámara estaba muy oscura. Apenas la alumbraban las puertas que daban hacia su interior y que no servían para acceder sino para mostrar sus productos.
Caminó despacio, con el corazón palpitándole hasta la garganta y con el mechudo en alto.
Le tiró tres golpes rápidos a las salchichas y no pasó nada. Se inclinó para meter la mano enrojecida, palpitante y que ahora albergaba algo. Se detuvo un momento antes de alcanzar el teléfono, pues había creído escuchar un ruido diferente al de los incansables motores de refrigeración.

-Esa cosa no podría sobrevivir a esta temperatura. Seguro es mi imaginación. -Pensó.

En el momento en que cogía el celular y comenzaba a levantarse, algo muy peludo le saltó a la mano, le subió por el brazo y se aferró a su garganta. Geovanni entró en pánico y trató de quitársela con ambas manos, pero sólo consiguió que la cosa se le aferrara con más fuerza. La criatura comenzó a avanzar lentamente hacia su rostro hasta que se posó sobre su barbilla. Introdujo una especie de pata dura como un hueso que al llegar a su garganta se detuvo. No segregó veneno alguno o cualquier otro líquido, sólo se quedó ahí estrujándole el cuello e impidiéndole respirar.
Geovanni pensó en Elena y en Dios, pero ni Elena ni Dios se encontraban pensando en Geovanni en ese momento.

Paco llegó casi a las 5 de la mañana y no hubo quien le abriera la tienda. No fue sino hasta las 6 de la mañana que llegó el otro encargado con su juego de llaves, que pudieron entrar.

Los dos encontraron el cuerpo de Geovanni, en la cámara de refrigeración. En la cara tenía un petrificado rostro de angustia, con los ojos saltones y la lengua de fuera.
Lo más raro fue ver que le hacía falta el dorso de la mano derecha. Como si se la hubieran rascado hasta el hueso.

Como en cualquier situación similar, el incidente se mantuvo con extrema discreción. Nadie compraba en un lugar donde había muerto alguien.

Una semana después, en la madrugada, apareció un equipo de cinco hombres de la compañía de salchichas y se llevó todas las cajas de salchichas gigantes de esa tienda y todas las de la franquicia.
Dos meses después. Quien fuera que buscara algún rastro de dicha empresa, no encontraría nada.

Por Kris Durden

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