Kris DurdenDe niño tenía una pesadilla recurrente: Estaba oscuro, pero sabía que estaba oscuro sólo porque yo no quería abrir los ojos. El miedo me lo impedía. Mi respiración era rápida y agitada, y eso sólo contribuía a que el miedo creciera dentro de mí. Ocasionalmente escuchaba gritos lejanos por encima de mi cabeza y esto me hacía comprender que me encontraba bajo tierra, tal vez en una zanja, pretendiendo ser invisible, pero sabía que sólo era cuestión de tiempo para que eso de lo que me estaba escondiendo me encontrara. Mi corazón palpitaba con fuerza, una y otra vez, y con cada latido este iba incrementando su sonido, hasta llegar al punto de sentirlo en mi garganta, luego en mis oídos, y al final, con cada palpitación la realidad se expandía y se contraía brutalmente. Perdía mi forma física y me quedaba atrapado en ese oscuro limbo, expandiéndome y contrayéndome con violencia hasta…

Despertaba llorando y generalmente estaba ahí mi abuelita. La abrazaba con fuerza, para estar seguro de que sí tenía un cuerpo físico y no me había diluido en palpitaciones. Siempre trataba de explicar lo que soñé, pero me costaba mucho trabajo y no es hasta ahora que puedo hacerlo con más detalles.

Esta pesadilla la tuve tantas veces, que comprendí una cosa: se terminaría si superaba mi miedo, abría los ojos y salía de la zanja para enfrentar a eso que me tenía ahí. Resolví que no había nada más horrible que vivir con miedo y terminar consumido por este.

Tiempo después caí en cama víctima de la fiebre y una vez más, cuando más vulnerable estaba, la pesadilla me atacó, pero esta vez entendía que no debía temer a lo que me asechaba fuera, sino al miedo que crecía ferozmente dentro de mí. Recuerdo perfectamente el sudor en mis manos y la angustia en mi pecho. Recuerdo que mi respiración agitada y los ocasionales gritos comenzaban a perturbarme y casi estuve a punto de perder el control, pero en el último momento me controlé lo suficiente como para obligarme a abrir los ojos. Efectivamente estaba en una zanja. Al mirar hacia arriba vi un follaje verde tan espeso que apenas dejaba ver pequeños fragmentos azules del cielo. Un hombre pasó por encima de mí sin percatarse de que estaba ahí. Mi corazón seguía torturando mi pecho con sus atroces latidos, pero sabía que ahora yo era quien tenía el control. Me costó trabajo, pero me puse en pie y cuando di el primer paso para salir de la zanja, el sueño se desvaneció.

Desperté con la cama empapada en sudor. Las manos me temblaban y me costó trabajo entender que ya no estaba dormido. Seguía muy agitado, pero esta vez no lloré, sino que sonreí. La había vencido y si volvía, la vencería una vez más, pero nunca más volví a tener esa pesadilla.

No me he permitido olvidarla por dos motivos: el primero es porque siempre me ha parecido muy extraño haber soñado algo así por tantos años. ¿Cuál será su significado real?… El segundo es que realmente me ha servido mucho en la vida. No hay nada allá fuera que me atemorice tanto como lo que mora dentro de mí.

Conocí un miedo tan feroz que me paralizó los parpados y me mantuvo por años en una zanja, pero que me enseñó a reconocer otros males que poco a poco se pudieron apoderar de mí. Vicios que me pudieron haber consumido en sus sensuales, pero vacías mentiras.

Gracias a esta pesadilla no viviré con miedo, porque eso conduce a algo peor y más desgastante, que es vivir arrepentido. Arrepentido no por tus excesos, sino por las cosas que nunca tuviste el valor de hacer.

 

Las lágrimas más amargas que se derramarán sobre nuestra tumba serán las de las palabras no dichas y las de las obras inconclusas.

Harriet Beecher Stowe