Kris DurdenMiro a mi hija y pienso que está en uno de los momentos más hermosos de su vida. La infancia.

Las responsabilidades que hoy tiene son cumplir en la escuela y descubrir el mundo. Cada día aparece nueva información y con suerte una nueva lección de vida.

La miro y pienso que mi responsabilidad es prolongar esa etapa lo más posible. De hecho, pienso que es una etapa que de cierta forma nunca tiene que terminar, y mostrarle como crecer sin olvidar divertirse, reír, soñar, jugar y aprender, es realmente un reto abrumador, pues si fallo, gran parte de su vida la puede pasar trabajando en un empleo que detesta y en el cual está sólo por un sueldo y no porque realmente ame lo que hace, o con una pareja en la que deposita la responsabilidad de hacerla feliz, cuando realmente ella, y sólo ella, se debe de encargar de ello.

En esta etapa de su vida, de mí depende gran parte de la seguridad y autoestima que muestre por el resto de su vida. Créanme cuando les digo que la seguridad son los cimientos todas sus futuras acciones. Si no tiene confianza en ella misma, seguramente encontrará a una persona que pisoteé lo que es y representa; será alguno de los jefes que tendrá, tal vez una pareja, o algo aún más grande y que ha podido durante milenios con el hombre, como el miedo.

Jesús dijo que el peor de los males del hombre es el miedo, y si pensamos con detenimiento, nosotros que somos adultos y que ya hemos vivido «de todo», ¿cuántas cosas hemos dejado de hacer por miedo?… ¿Cuántos trabajos no aceptamos?, ¿cuántas veces nos callamos un te quiero o un te amo, por temor a ser rechazados? ¿cuántos besos no se dieron?

Tengo la responsabilidad de formar a una persona que haga este mundo un lugar mejor y no dejar que el mundo la haga una persona más.

El deber de un padre o una madre es que sus hijos algún día lleguen a ser independientes. Esa es la palabra clave: independencia. Que no dependan de ti, ni de otras personas para hacer las cosas. Que sean autosuficientes en todos los sentidos. No necesitan a nadie que les esté diciendo cuándo y cómo hacer las cosas, porque han aprendido a aprender y no a memorizar y repetir todo lo que se les ha enseñado. Que cuestionen y experimenten para al final tomar su propia decisión. Que jueguen todo el tiempo y que se diviertan. Que, igual que ahora que son niños, se equivoquen y no tengan miedo a fallar, porque en realidad, ¿quién hace algo bien desde su primer intento? Es una cuestión de cometer errores y aprender de ellos.

El día que logre eso, será mi graduación como padre, y aunque siempre estaré ahí para ella, lo importante es que no me necesitará más. Ni a mí ni a nadie para ser feliz.

El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta.

Pablo Neruda